Los organismos genéticamente modificados (OGM) levantan mucha controversia y desde hace décadas hay posiciones encontradas entre diferentes operadores del sector. Para organizaciones como Ecologistas en Acción “no se han demostrado los beneficios para los agricultores”, mientras que para grupos como Corteva Agriscience, los OGM tienen un “gran potencial” para la investigación y la biotecnología, así como previenen la emisión de insecticidas en la atmósfera, luchan contra el taladro y permiten ahorrar en insumos. La mala imagen de los transgénicos se debe, según esta empresa, a una campaña de “mala imagen” en los años 90, a la que contribuyó sobre todo la crisis de las vacas locas.
A favor
Alberto Ojembarrena, director de Márketing de Corteva Agriscience, explica que los OGM no tienen malan imagen en el sector agrícola. “Es todo lo contrario”, apunta ya que “los agricultores que están afectados por la plaga del taladro tienen una solución totalmente eficaz para su problema sin tener que preocuparse de ningún tipo de control mediante complejos tratamientos insecticidas.
A su juicio, la mala imagen de estos cultivos está instalada en la sociedad no agrícola, “y viene de un miedo impulsado de forma totalmente carente de base científica por grupos contrarios a las nuevas técnicas de mejora vegetal que surgen de la moderna biotecnología”.
Asegura que dichas voces “han utilizado hace muchos años una eficaz campaña de ‘desinformación’ en contra de estas tecnologías para dañar la imagen de las empresas capaces de desarrollar estas costosas técnicas de mejora vegetal, repitiendo una y otra vez los supuestos efectos adversos contra la salud y el medio ambiente de las nuevas variedades biotecnológicas?.
En su opinión, “esta idea ha calado de forma casi ‘visceral’ en la conciencia de cualquier persona no relacionada con el mundo agrícola o científico”, dado que “es muy sencillo generar miedos infundados y rechazo, en la mayoría de la sociedad que carece de una mínima formación en biología molecular, apelando a ‘la manipulación de los genes’”.
Ojembarrena explica que la comunidad científica y los organismos que velan por la seguridad alimentaria y medioambiental en Europa, como la Agencia de Seguridad Alimentaria (EFSA), “han corroborado que estas variedades son tan sanas e incluso más beneficiosas para el medio ambiente, que sus homólogas no modificadas genéticamente”.
El problema es que esa mala reputación “hace que los ciudadanos rechacen todo lo que suene a transgénico y, como la regulación obliga a etiquetar de la presencia de organismos modificados genéticamente en los productos elaborados con ellos, las empresas alimentarias, por miedo a perder ventas, obligan sus proveedores a evitar ese tipo de componentes”.
Al final, la incongruencia está en que el grano producido de la forma más sana y sostenible, solamente se utiliza en la industria de los piensos animales y no de la alimentación humana por intereses económicos y no por ningún criterio científico.
También argumenta que los OGM luchan contra la plaga del ‘taladro’, producida por el ataque de unos tipos de orugas de insectos que nada más eclosionar de los huevos que pone la polilla adulta, entran en el tallo o en la mazorca del maíz. Excavan galerías que lo debilitan, reducen la producción de grano e, incluso, hacen proliferar hongos que producen sustancias tóxicas llamadas las micotoxinas.
Este defensor señala que es “muy difícil el control de esas orugas mediante insecticidas convencionales”, ya que no pueden penetrar en los tejidos de la planta para llegar a ellos, pero las variedades resistentes a taladro obtenidas mediante modificación genética, “son capaces de producir por sí mismas una proteína utilizada extensamente en agricultura biológica que es tóxica solamente para esas orugas, siendo totalmente inocua para el resto de la fauna y para el ser humano”.
De esa manera, “la planta se autodefiende del taladro y el agricultor produce un maíz de mayor rendimiento y mucho más sano y sostenible”, afirma.
Los ‘taladros del maíz’ se dan de forma especialmente grave en zonas de España como el Valle del Ebro, tiene algo menos de incidencia en Andalucía, Castilla la Mancha, y Extremadura, y no tiene ninguna incidencia ni en Castilla y León ni en Galicia o Asturias.
¿Qué ofrece un grupo como Corteva a los agricultores en el ámbito de los OGM?
Corteva Agrisciences, la División de Agricultura de DowDuPont, mediante su marca de semillas agrícolas, Pioneer, emplea todas las técnicas de mejora vegetal a su alcance para obtener nuevas variedades de plantas agrícolas adaptadas a las necesidades de los agricultores productores y de los consumidores finales, desde variedades para cultivo ecológico o convencional, hasta las variedades mejoradas mediante el empleo de la biotecnología o las nuevas técnicas como CRISPR-Cas.
Según Ajembarrena, las variedades de maíz modificadas genéticamente que se comercializan en España y en el resto del mundo desde 1998, “son ampliamente testadas para emplearlas allá donde son necesarias” y los agricultores reciben el apoyo técnico de una amplia red de asesores agronómicos.
En contra
Ecologistas en Acción (EA) es una de las organizaciones que se muestran críticas desde hace años con el cultivo de maíces transgénicos porque consideran que, a gran escala, pueden afectar a la salud, la biodiversidad y los ecosistemas.
Para Ecologistas en Acción el Estado español debe seguir el ejemplo de la mayoría de los países de la Unión Europea y prohibir de inmediato el cultivo de transgénicos. Empezando por votar en contra de la autorización de estos tres tipos de maíz transgénico: MON810, Maíz 1507 y Bt11.
Sebastián Rivera, coordinador de EA en Castilla-La Mancha, explica que el uso global desde hace varias décadas de estos organismos modificados “no ha demostrado beneficios ni para el consumidor, ni para el agricultor”, así como entre los “efectos combinados” que tienen tampoco han dado cumplimiento, a su juicio, a uno “de los mitos” planteados en los inicios de la producción de los alimentos con ingredientes manipulados genéticamente, como era “la erradicación del hambre en el mundo”.
Según declara a El Campo, “aunque no se han podido demostrar de forma pormenorizada los riesgos derivados de este tipo de cultivo para la salud, porque son estudios que precisan muchos recursos”, hay que aplicar, en su opinión, “el principio de precaución y prudencia”.
Uno de los riesgos en este ámbito, apunta Rivera, es el desarrollo de resistencia a antibióticos, tanto en humanos como en animales, con el consiguiente perjuicio en caso de tratamientos médicos en enfermedades infecciosas.
Igualmente, a nivel medioambiental, hay impactos sobre modelos agrarios sostenibles y ecológicos, ya que el sembrado de transgénicos en monocultivos “hacen perder biodiversidad, y provoca deforestación”, sobre todo en regiones de Centroamérica y Sudamérica, conformando “más núcleos de pobreza”.
Rivera también ve incertidumbre en los efectos sobre la fauna del suelo y los organismos que tienen “un papel en el medio ambiente y en la cadena trófica”.
Asimismo, Rivera denuncia “la contaminación” de alimentos y parcelas ecológicas de trazas de transgénicos, ya que no sólo se produce maíz, soja, o algodón, sino que incluso hay patatas diseñadas para uso industrial, aunque “pueden contaminar a las destinadas a consumo humano”.
El portavoz de EA se queja de la “laxa” legislación de transgénicos en España, con grandes extensiones de maizales, a modo de “laboratorio europeo”.