El lobo está teniendo un protagonismo informativo destacado durante 2021, en gran parte debido a la publicación en el mes de mayo por parte del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) del proyecto de Orden Ministerial por el que se incluye en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (Lespe), por lo que, y según lo previsto, el lobo ibérico (Canis lupus signatus) dejará de ser especie cinegética en fecha no posterior al 25 de septiembre de 2021.
El borrador de la Orden incluye una controvertida disposición adicional que autoriza a las comunidades loberas a mantener planes de control poblacional en “situaciones de excepcionalidad”, algo que para la Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico (Ascel) es “incompatible con su estrategia de conservación “.
La polémica disposición permite “aplicar las medidas que hayan adoptado los órganos competentes de las comunidades autónomas” de acuerdo con la Ley del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, en concreto, para “prevenir perjuicios importantes a los cultivos, el ganado, los bosques, la pesca y la calidad de las aguas”.
Es decir, unos a favor del control (caza selectiva) del lobo, y otros en su contra. Nada nuevo bajo el sol.
El lobo hoy
Siendo benévolos, podríamos decir que el lobo es un animal controvertido. Siendo realistas podríamos utilizar otros adjetivos, como son odiado o temido. Sin embargo, y sin salirnos del ámbito realista, también podríamos afirmar que el lobo es un animal admirado. Todo depende del lado en el que nos situemos. Y ambos tienen, a buen seguro, su parte de razón. Como en tantos órdenes de la vida.
Los pastores forman un colectivo que ha tenido que bregar amplia e intensamente con la depredación del canis lupus signatus, o lobo ibérico, por circunscribirnos a una variante concreta, la que habita en la Península Ibérica. No quedan muy lejos las historias que cualquier hombre de campo en general y pastor en particular puede contar sobre sus encuentros con el lobo, casi todos ellos desagradables, pues su presencia suponía un evidente peligro para unos animales de los que dependía gran parte de la subsistencia familiar, con frecuencia precaria.
También es verdad que aquellos tiempos pasaron. No quedan lobos al sur de Madrid. Simple y llanamente. Ni está ni -al menos a corto plazo- se le espera. Del reducto que hace algunos años subsistía en Andalucía no se tienen noticias desde hace diez años, y la última fotografía de la que se tenga constancia de un lobo en sierras andaluzas data de 2006.
No obstante, durante los dos últimos años, se ha llevado a cabo un proyecto con una dotación económica de 1.644.871 euros; su nombre: “Life lobo Andalucía. Cambiando actitudes. Un proyecto europeo para la conservación del lobo ibérico en Sierra Morena.” Fácilmente se podría apostillar que mal se puede conservar lo que ya no existe, aunque, en actitud más positiva, igualmente se podría argumentar que el primer paso para una posible -e improbable- recuperación, primero habría que intentar concienciar a los colectivos que se pudieran ver afectados, que es, según creemos, lo que se ha pretendido con esta iniciativa tan bien dotada económicamente.
Empero, la situación al norte de Madrid es muy distinta. A mediados del siglo XIX el lobo ocupaba la totalidad de la península ibérica, a excepción de Cataluña, que ha sido una comarca muy poco lobera. Aquel vasto territorio se fue reduciendo gradualmente, hasta llegar a los años 60 del pasado siglo, años en los que la población de lobo ibérico se redujo hasta, según algunas fuentes, menos de 400 ejemplares. Sin embargo, hacia finales del S. XX se produce una progresiva recuperación de la población y del área ocupada, fundamentalmente debido al aumento de las presas potenciales del lobo (especialmente ungulados salvajes), y por la disminución -aunque no total desaparición- de la persecución sistemática (veneno, trampeo, caza, cobro de primas, etc.) por parte del hombre. La decisiva aprobación de la Ley de Caza de España en 1970 prohibió el uso del veneno bajo cualquier circunstancia (aunque aún hoy día su uso no esté erradicado totalmente), contribuyó parcialmente a la posterior y actual recuperación poblacional.
Pero si hubiera que citar un nombre al cual hay que adscribir el estado actual de la población de lobo en España, ese es Félix Rodríguez de la Fuente. Sus magistrales programas sobre el lobo en su serie “El hombre y la tierra” supusieron un cambio de actitud y mentalidad en cuanto a la percepción del lobo, mostrando facetas menos conocidas del carnívoro y poniendo en valor su existencia de cara a mantener el difícil equilibrio natural.
Hoy día se estima que el censo de ejemplares de lobo ibérico oscila entre los 2.000 y 2.500 individuos, si bien esta cifra varía en función de la fuente consultada, ya que algunos colectivos que podríamos calificar -de manera simplista- antilobo, afirman que el número es mayor, y otros prolobo, que menor. A falta de un estudio actualizado -el último oficial data de 2012-2014-, es la historia de siempre; cada uno arrimando el ascua a su sardina. Mas un dato destaca sobremanera: por encima del 90% de la población total de lobo habita al norte del río Duero.
Lo que ofrece poca discusión es que el lobo se está recuperando, tanto en número de ejemplares como en su área de distribución, en parte debido al triste y progresivo abandono del ámbito rural. Sin embargo, si alguien pudiera pensar que esta circunstancia supone una barra libre para el lobo, caería en un error. La construcción de amplias infraestructuras tales como autovías y vías de tren de alta velocidad suponen impedimentos difícilmente salvables para el lobo, que ha llegado hasta las puertas de Madrid, si puertas podemos considerar la sierra de Guadarrama, donde ya se asientan, al menos, cinco manadas.
Pero bajar de Madrid y alcanzar feudos que fueron loberos hace poco más de cincuenta años va a ser otro cantar. El lobo, a pesar de ser un animal enormemente astuto, no va equipado con un GPS que le permita llegar a un punto determinado evitando autovías, vías de tren y demás obstáculos. Su intento de colonización requerirá de muchos intentos y, a buen seguro, no pocas muertes, con el riesgo añadido para los vehículos y ocupantes que pudieran verse implicados en probables accidentes.
La “solución” podría ser la repoblación. Sin embargo, tal extremo cuenta con la oposición frontal de la práctica totalidad de colectivos ganaderos. Y con cierta lógica. La actual generación de ganaderos no ha convivido con el lobo y han podido ejercer su profesión sin este riesgo añadido y sin verse obligados a implantar medidas de seguridad tales como el uso de mastines o vallas especiales, como sí utilizan, por ejemplo, en la Sierra de la Culebra, de donde el lobo nunca se fue; o de donde nunca lo echaron del todo.
La Sierra de la Culebra
La Reserva de Caza de la Sierra de la Culebra, en el noroeste de Zamora, supone un ejemplo que encierra cierta paradoja. Allí, para algunos, se encuentran los mejores ejemplares de ciervo de España, además de contar con una población abundante no solo en calidad, sino también en cantidad de los ya citados ciervos, corzos y, en menor medida, jabalíes.
Allí el lobo ejerce de lo que siempre ejerció; de super predador, dominando sobre el resto de animales que se encuentran por debajo de él en la cadena trófica, equilibrando sus niveles poblacionales, y alejándonos de la tendencia actual a creer -o hacer creer- que el mundo de Bambi existe. Y la realidad dista mucho de lo que nos contó Walt Disney. En el campo la muerte de unos supone la vida de otros.
Además, el lobo conlleva en la actualidad un aporte económico de gran importancia en la comarca zamorana, donde el turismo lobero se ha convertido en un reclamo que hace que alojamientos y restaurantes de la zona luzcan repletos durante gran parte del año, especialmente en los meses de verano y septiembre, mes de apogeo de la berrea.
En el noroeste peninsular no es infrecuente encontrarse con construcciones relacionadas de una u otra manera con el canis lupus, como por ejemplo los cortellos do lobos, rústicas edificaciones construidas por la mano del hombre en las laderas de las montañas y que servían como trampa para acabar con lobos que, en aquellos entonces, abundaban y, con frecuencia, causaban bajas en los rebaños de los lugareños.
Existe la posibilidad cierta de verlo, aunque no será lo mismo que observarlo en plena libertad. En Robledo de Sanabria se encuentra el Centro del Lobo Ibérico de Castilla y León, bautizado en honor a Félix Rodríguez de la Fuente. Allí se mantiene un grupo reducido de lobos, contenidos en dos grandes recintos principales vallados, de unas tres hectáreas cada uno, en los que se alojan varios ejemplares de lobo ibérico en régimen de semilibertad, para que puedan ser observados por los visitantes.
La zona comprendida entre Villardeciervos, declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1987, con su peculiar arquitectura de piedra y pizarra, Villanueva de Valrojo, y Boya, supone el sancta sanctorum de quienes intentan ver al lobo. Y hacemos hincapié en el verbo “intentar” porque ver al lobo no es tarea fácil. En absoluto.
A pesar de tratarse de la zona con mayor densidad de lobo de toda la Península Ibérica (alrededor de 100 lobos en una zona de 70.000 hectáreas en cifras redondas), ver al lobo es harto difícil, lo cual no impide que a la Culebra acudan gentes de toda Europa espoleados con la emoción de, quizás, con suerte, observarlo en libertad.
El arriba firmante, para no ir más lejos, realizó veintitrés esperas en la primera quincena del mes de julio (al amanecer y al atardecer, al tratarse de animales de hábitos fundamentalmente crepusculares) en los dos miradores autorizados de la sierra zamorana, y tan solo consiguió verlo con relativa claridad -y fotografiarlo deficientemente- en una ocasión, si bien es cierto que en otras tres el lobo apareció fugazmente sin dar tiempo a su localización visual con prismáticos o telescopio, ya que la extensión que se domina en uno de los miradores es amplísima. De hecho, en esta localización, puede darse la circunstancia de ver al lobo a más de tres kilómetros o, en el mejor de los casos, a quinientos metros. Solo los muy afortunados han tenido la suerte de verlo más cerca, y cuando estos encuentros se han producido, han solido ser fruto de la casualidad.
Lo que es indudable es que el lobo despierta pasiones, sin dejar a nadie indiferente.
Alguien dijo: “La indiferencia es el peso muerto de la historia”. El lobo tuvo, tiene y, a buen seguro, continuará teniendo historia. Ojalá no sea negra.
