Los aplausos a los sanitarios cada día a las ocho de la tarde han reflejado durante semanas el agradecimiento a su inquebrantable lucha contra el coronavirus. Pero esa fuerza no solo la han demostrado en los centros de salud, en las Urgencias de los hospitales y en las Unidades de Cuidados Intensivos. La historia de Cecilia López, una enfermera ciudarrealeña afincada en Madrid, y su hija Vega de veintiún meses, habla de los sacrificios personales de miles de profesionales de la salud para frenar la pandemia.
Bien sea por responsabilidad, por vocación o por concienciación social, Cecilia tomó, junto a su marido César Díaz, el pasado 12 de marzo una de las decisiones más duras de su vida: separarse de su hija. Aquel día, los españoles empezaban a asumir que el Covid-19 ponía patas arriba sus vidas, que el Gobierno impondría el confinamiento para frenar los contagios y que se enfrentaban a la peor crisis sanitaria de las últimas décadas.
Cuenta Cecilia que, en los primeros días de la epidemia, “teníamos la ligera idea de que el Covid-19 a los niños no afectaba, pero no lo sabíamos a ciencia cierta”. Así tomaron la decisión de que Vega pasara la crisis sanitaria en Ciudad Real, con sus abuelos. Fue “para protegerla a ella” y para evitar que fuera “un vehículo de transmisión”. Nadie podía asegurar que Cecilia y César no contrajeran el virus, que se lo pasaran a su hija, y que ella lo transmitiera a la persona que estuviera a su cuidado.
Lo que significa ser sanitario
Desde hace varios años, Cecilia forma parte del grupo de enfermeras españolas que cuentan por decenas los contratos eventuales ante la falta de oferta pública de empleo. Acabó en Madrid porque en Castilla-La Mancha solo trabajaba en verano, Navidad y Semana Santa, “si había suerte”. En la capital de España, por lo menos trabaja todo el año, así que allí ha hecho su vida, con la ilusión de volver pronto a La Mancha.
En estos momentos, cubre una baja en atención primaria en Alcobendas y desde hace dos meses está los fines de semana en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Infanta Sofía. En el hospital, dice que “no encontraban enfermeras por ningún sitio”, y como no trabajaba los fines de semana y la niña se fue, se ofreció. “Esto fue un SOS a nivel nacional”, afirma.
Su pareja, César, es también enfermero, coordinador de quirófano y en las últimas semanas supervisor en Urgencias del mismo hospital en San Sebastián de los Reyes. Ambos están en la primera línea de combate frente al Covid. No son los únicos, pues la enfermera explica que “Madrid se llenó de profesionales de Castilla-La Mancha”, porque allí empezó todo. Todo el personal ha doblado y ha hecho horas. Eso sí, admite que “esto no está pagado ni agradecido”.
La marcha de Vega, “con lo justo”, en la semana que se desató la pandemia
El devenir de los acontecimientos en la segunda semana de marzo fue caótico. Cuenta Cecilia que la Comunidad de Madrid decidió el 11, “de un día para otro”, cerrar todas las guarderías, y de repente no tuvieron donde dejar a Vega mientras que trabajaban. “Nuestros horarios se solapaban y era imposible”, explica. Además, en un comunicado el Gobierno autonómico anunciaba que no habría días libres, ni vacaciones para los sanitarios, por lo que vio difícil la reducción de la jornada.
A prisas y a carreras, su abuela tuvo que viajar a Madrid para cuidar a Vega, que acabó cogiendo un tren el 12 con su abuela en dirección a Ciudad Real. “Estaba claro que iban a cortar la circulación y que el Gobierno iba a decretar el estado de alarma”, por lo que si perdían tiempo la abuela corría el riesgo de quedar confinada en la capital y también la expondrían al contagio.
Sin duda, Cecilia nunca hubiera pensado cuando despidió a su hija que iba a estar tanto tiempo sin verla. De hecho, su suegra se fue con la niña en un portabebés y con apenas dos maletas. “Se fue con lo justo y sin ropa de verano”, afirma. Ese mismo día dijo adiós a la lactancia materna, lo que supuso un gran vuelco físico y psicológico.
¿Quién va a querer cuidar a la hija de enfermeros?
Dos meses después afirma que en la actualidad hubiera tomado la misma, porque “nosotros estábamos y estamos totalmente expuestos al virus”. De hecho, afirma que no se ha sentido suficientemente protegida, porque “no había, ni hay material suficiente”. Además, otra cuestión, ¿quién hubiera querido cuidar a una hija de dos enfermeros en estos tiempos? Y más preguntas que se pasaron por su mente en medio de esta locura, ¿cuido a mi hija y no ayudo a la sociedad?
En todo este tiempo el contacto con su hija ha tenido que ser por videollamada. Cuando está con sus padres habla por la mañana y cuando sale de trabajar. “La verdad que me gustaría que me hiciese más caso, aunque mis padres dicen que me llama mucho y que la gusta verme en fotos”, comenta Cecilia. Se alegra de que como es tan pequeña “no se está enterando demasiado”.
La lucha contra la pandemia: por el día en la UCI y por la noche entre pesadillas
Los contagios descienden, los fallecimientos también, y ahora Cecilia empieza a ver la luz. “Ha sido muy duro”, dice. Está de ánimo “un poco mejor”, pero “ahí quedará todo en nuestra cabeza, vamos a necesitar tiempo para digerir esto cuando todo pase”. Son muchos los sanitarios, según cuenta, “que tenemos pesadillas, que nos encontramos con ansiedad”.
“Cuando estás 7 horas con un EPI y en un turno tienes dos paradas cardiorespiratorias, cuando se te muere alguien con 40 años, ¿pues cómo te vas a tu casa? Sales llorando, porque no puedes más”, afirma. Por eso le da mucho coraje “que la gente no sea consciente de lo que ha pasado, de la gente que ha muerto, que lo ha pasado muy mal”. Lamenta que algunas personas se salten las restricciones, que no guarden las distancias de seguridad y no se protejan. “No son cifras, porque nosotros hemos estado allí, hemos visto a gente que se moría cuando no le tocaba”, añade.
Un reencuentro que depende de que la sociedad sea responsable
Sumida España en la “desescalada” y con limitaciones para moverse entre provincias, Cecilia reconoce que el reencuentro es complicado. Lo cierto es que Cecilia ha dado positivo en el test de serología, lo que quiere decir que ha pasado el coronavirus y que tiene anticuerpos. Es uno de los casi 60.000 sanitarios infectados. Cree que lo pasó en enero, cuando nadie pensaba que el Covid-19 había llegado a la península. Por lo tanto, si hay encuentro, Vega no correría el riesgo de contagiarse.
La esperanza es lo último que se pierde “o eso dicen”. Cecilia espera ver a su hija “cuanto antes”, quizás a finales de este mes, con la apertura de las guarderías. Sin duda, la vuelta a la actividad de los centros infantiles supone un desahogo para familias como ésta, que no tienen dónde dejar a sus hijos, que no tienen redes de apoyo familiar porque han tenido que salir de sus lugares de origen para ejercer su profesión. En verano la normalidad no va a existir, pero esperan ser capaces de conjugar los trabajos con el cuidado de la bebé.
Desde la lejanía, y con una terrible emoción, Cecilia López le dice a su hija, que la perdone “por no estar este tiempo con ella”. En los dos últimos meses ha aprendido los colores, y aunque sus padres están “un poco regular”, Vega está contenta. Los abuelos también, porque les ha dado “vidilla”.
Su reencuentro dependerá “de lo responsable que sea la gente, de que tengan una buena higiene y cumplan las distancias de seguridad”. “Si lo hacemos bien no habrá rebrotes, y la situación se normalizará poco a poco”, concluye esta heroína frente al Covid. Esperemos que sea pronto.