El catedrático de Historia Contemporánea de la UCLM, Juan Sisinio Pérez Garzón, analiza el gran impacto que está teniendo la salida de España del rey emérito tras el escándalo que ha provocado conocer la existencia de diversas cuentas en paraísos fiscales y su repercusión sobre el papel de la Monarquía en unos momentos en los que la sociedad española sufre la crisis socioeconómica más grave desde la Guerra Civil.
A su juicio, en este período de nuestra historia contemporánea debe ser la razón democrática la que aporte argumentos suficientes como para aparcar el cambio de prioridades políticas que se plantean desde distintos ámbitos y se cuestiona por qué un torbellino de chismes y tuits expandidos por los medios de comunicación y redes sociales -con prédicas de moralina legítimas aunque muchas veces incoherentes en boca de quienes las pronuncian- sustituye a los jueces y al derecho a un juicio justo.
En una argumentación ponderada del trabajo desempeñado por Juan Carlos I durante sus casi cuarenta años de reinado, desde el entramado de fuerzas sociales y cambios económicos y culturales que fructificó en la Constitución del 78, el catedrático de Historia Contemporánea se detiene en aspectos como la alta consideración de la que goza la democracia española al situarse entre las más avanzadas del mundo y que ha propiciadado, por primera vez en su historia, que los corruptos hayan sido juzgados y condenados. Por ello, Pérez Garzón considera que no podemos convertir en un hecho decisivo e histórico el comportamiento de un rey que, “por más que hay noticias e indicios nada ejemplares, ni ha sido incriminado, ni juzgado por ninguna instancia judicial”.
Calidad de nuestra democracia
Sobre la calidad de nuestra democracia, el catedrático de la UCLM se cuestiona, en un artículo publicado este miércoles en The Conversation, si esa obsesión antimonárquica que existe contribuiría a incrementar la calidad de aquélla y facilitaría el consenso para recuperar la prosperidad económica y las ventajas sociales de las clases más perjudicadas por la crisis. O por lo contrario, se pregunta, sería una querella supuestamente de izquierdas para ocultar la incapacidad de lanzar metas que atiendan las necesidades del mayor número posible de ciudadanos.
Sostiene, no obstante, que la Monarquía se puede cuestionar pero también entiende que se puede defender su papel ya que que desde 1978 hasta ahora, esta institución no ha sido un obstáculo para la práctica de políticas democráticas progresistas y/o de izquierdas.
Por ello recuerda que, frente al uso histérico de los hechos históricos, un gobierno democrático además de atender a sus aliados, “debería fraguar puentes con una oposición que representa la otra mitad de ciudadanos, igualmente parte del Estado”.
En el apartado dedicado al papel de los individuos en la historia, Juan Sisinio Pérez destaca la inexistencia de lo que califica como “un piloto clarividente” que pusiera un rumbo preciso al complejo período que se vivió en España entre los años 1975 y 1982, pero reconoce que en ese entramado de fuerzas “hay datos suficientes para defender que Juan Carlos I supo captar las demandas democráticas que existían en el país”.
El programa republicano y la Constitución
En el artículo “La historia sin histerias: a propósito del rey emérito y sus avatares“, Juan Sisinio Pérez se detiene en el papel que jugó el republicanismo en España a lo largo del siglo XIX , un período durante el que se fraguó un programa de reformas políticas, socioeconómicas y culturales que considera como el “embrión del Estado democrático y social de derecho”. Sin embargo, recuerda que estas reformas chocaron de plano con el posicionamiento que los liberales conservadores asignaron a la Corona, de ahí el derrocamiento de Isabel II y el exilio de Alfonso XIII, aunque, deja claro que este período de nuestra historia nada tiene que ver con la situación actual, como se deja entrever en muchos de los comentarios y post que aparecen en redes sociales.
“Las comparaciones -explica- en historia deben hacerse con mucha precaución para subrayar diferencias y no caer en trampantojos que falseen la realidad”, sentencia.
Con las experiencias que este país tuvo durante la Segunda República, la Guerra Civil y los 40 años de dictadura con Franco “se puede concluir que la Constitución del 78 recogió los derechos y aspiraciones que habían sido bandera de un amplio abanico de fuerzas progresistas”. Y aclara que con la actual Carta Magna “ganaron la partida los vencidos de la Guerra Civil por más que quedasen asuntos que se consideraron después insoslayables. Y el republicanismo como fuerza política perdió su sustento histórico y vio cumplidos sus objetivos sociales”.