Desarrollar una vacuna para el nuevo coronavirus es un reto sin precedentes en el que están inmersos numerosos grupos de investigación en todo el mundo. Es la frenética carrera para garantizar la inmunidad frente al SARS CoV-2.
España cuenta en la actualidad con un puñado de proyectos que trabajan en distintas líneas para alcanzar la profilaxis que prevenga la COVID-19, tres de ellos vinculados al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Es el caso del equipo dirigido por Vicente Larraga, jefe del Laboratorio de Parasitología Molecular del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB-CSIC), que acaba de iniciar la andadura de la que podría ser la primera vacuna de tercera generación o de ADN contra el virus que ha provocado una pandemia mundial, con miles de muertos y millones de infectados.
Sería la primera basada en la manipulación e introducción directa de genes que se probaría en humanos.
El ensayo ha partido de las investigaciones del biólogo molecular y químico ciudarrealeño Pedro José Alcolea (1980), impulsor de la vacuna contra la leishmaniasis canina, ya patentada, cuya fase clínica ha concluido con éxito, y está muy cerca de ser producida por la farmacéutica CZ Vaccines (Grupo Zendal).
Las indagaciones del científico, según explica, van más allá de los dos primeros modelos, ampliamente desarrollados, centrados en la inoculación de un patógeno inactivo (primera generación) o una de sus proteínas (segunda generación) para que la persona vacunada produzca anticuerpos neutralizantes y respuestas inmunitarias celulares que protejan frente a las infecciones.
La vacuna de tercera generación tiene como objetivo lograr una respuesta inmunitaria de gran protección con la inyección en la célula de uno o varios genes del virus contra el que luchan, en este caso del SARS-CoV-2.
Es el principio básico de la ingeniería genética y la metodología que Alcolea ha empleado para prevenir la leishmaniosis. “Un gen que codifique la proteína de interés, explica, puede expresarse artificialmente mediante su inclusión en vectores de ADN (plásmidos) que contengan los elementos adecuados, además de asegurar su replicación”. Es decir y más gráficamente: “El genoma de un organismo es como una biblioteca que tiene información de todas sus proteínas en forma de libro cerrado, que hay que abrir, leer, traducir y copiar”.
¿Y cómo está construida?
El esquema, explica el investigador de origen socuellamino, consiste en aislar y manipular una molécula de ADN del gen que, posteriormente, se inserta en el vector plasmídico utilizando unas “tijeras” llamadas enzimas de restricción y otras, llamadas ADN ligasas, que los unen. De esta manera, pueden encajarse las piezas, como si se tratase de un puzzle. El plásmido artificial será el vehículo para poder fabricar y replicar la vacuna, produciendo copias en masa, además de permitir introducir el gen que codifica la proteína de la superficie del virus en células de los individuos vacunados, para que éstas lean su información genética.
La novedosa tecnología es “muy sencilla, relativamente fácil de desarrollar y con grandes posibilidades de multiplicación”, sostiene Alcolea. En concreto, posibilitaría “tener millones de vacunas” para frenar la pandemia del coronavirus.
Sin embargo, la cara B del proyecto es menos optimista, pues “sería la primera vez que se aplicaría en personas”, e implicaría un largo proceso de verificaciones en varias fases (periodo preclínico con animales y clínico con personas).
“Tenemos que probar, sostiene el biólogo, que la vacuna es segura, eficaz, con una protección perdurable y respetuosa con el medio ambiente”, al igual que en cualquier obtención de fármacos o de vacunas, como las de ADN contra Leishmania, a término, o la ya desarrollada para prevenir infecciones en la trucha arco iris.
En un año
La investigación se inició hace apenas dos semanas, comenta Alcolea, a petición de la Agencia del Medicamento, y podría estar ultimada en un año, un plazo que también estiman otros proyectos en la carrera española hacia la vacuna contra el coronavirus, que podría acortarse si los organismos reguladores aceleran los procesos de evaluación para su autorización.
Es el caso de las otras dos líneas hacia la inmunización del SARS-CoV-2 del CSIC, ambas desarrolladas en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB), una dirigida por Mariano Esteban, centrada en el uso de vectores virales, y otra encabezada por Luis Enjuanes, pionero en la modificación genética de los patógenos y con gran experiencia en la biología de los coronavirus y en desactivar el SARS-CoV y el MERS, causantes de sendas epidemias en 2003 y 2012.
Son dos proyectos también muy válidos para el científico ciudarrealeño porque “cuantas más armas tengamos para combatir en la guerra contra el virus, mejor”. De hecho, su experiencia investigadora lo ha llevado a la evidencia de que “nada funciona al 100%, y no lo sabes hasta que no lo contrastas y lo pruebas”.
Alcolea reconoce que “nosotros vamos más retrasados” frente a otros grupos, aunque su particular ventaja es la seguridad de tener una producción “optimizada” por la propia metodología del producto profiláctico que están estudiando. “Otra cosa es que sea efectivo”, comenta.
Al menos, los componentes del equipo mantienen la ilusión intacta, confiesa Alcolea, pues “no pensamos en otra cosa desde que iniciamos el proyecto”.
Un bien público
Respecto a la llegada al mercado de la futura vacuna contra el coronavirus, el investigador ciudarrealeño respalda la posición vertida por el presidente francés Emmanuel Macron para que sea considerada un bien público. A su juicio, y a tenor de las grandes inversiones que realizan las empresas biotecnológicas, “deberían ser los estados quienes sufraguen la vacuna”.
Estudio de seroprevalencia
Preguntado por el estudio de seroprevalencia realizado recientemente en España, que concluye que solo el 5% de la población española es inmune al virus, Alcolea opina que “tendría que haber sido más generalizado”.
Y dando por bueno que sea ese bajo porcentaje el que tiene anticuerpos, aclara que “no es lo mismo estar inmunizado que estar protegido”. Es el ejemplo de las enfermedades infecciosas crónicas como la hepatitis C o el SIDA, “que no remiten aunque se produzcan anticuerpos”.
No obstante, son encuestas, en su opinión, “esenciales como herramienta de control de la epidemia”.
También serían válidos para esta observación los modelos matemáticos de difusión, en este caso para la creación de un mapa dinámico de distribución de la enfermedad. Permitiría vigilar su evolución y ayudaría a “entender realmente en qué punto nos encontramos”.
¿Y cómo cree el investigador serán las formas de trabajar en un escenario postcoronavirus?.
Es necesario, asegura Alcolea, mantener la distancia de seguridad, usar correctamente la mascarilla y extremar las medidas higiénicas para limitar la propagación del virus.
Por ahora “son las normas de protección más efectivas para minimizar riesgos, hasta que lleguen las nuevas vacunas y tratamientos”. Apuesta, igualmente y siempre que sea posible, por el teletrabajo.
Sería erróneo, en opinión de Alcolea, subestimar al SARS-CoV-2 ante la caída de incidencia, dada su gran capacidad de transmisión y virulencia. “No somos conscientes del riesgo que entrañan las enfermedades infecciosas”, advierte.
Y no sólo por las fatales consecuencias que pueden tener en personas sanas, sino por la presión que ejercen sobre los sistemas de salud, tal y como la actual pandemia ha puesto de manifiesto en sus momentos álgidos. “Es inadmisible que haya habido desabastecimiento de equipos de protección para los profesionales de hospitales, centros de salud y residencias de mayores”, lamenta.
“Eso sería impensable en mi trabajo, donde llevo 16 años manipulando agentes infecciosos”.
Mala salud del sistema de investigación español
Alcolea también se muestra crítico con la “mala salud” y “precaria” situación que vive de manera ‘endémica’ el sistema de investigación español. “Nunca ha contado con el apoyo de los gobernantes ni de la sociedad”, señala parafraseando a Ramón y Cajal.
En este sentido y como científico de larga trayectoria, al atesorar más de tres lustros de carrera científica, Alcolea deplora que “el complicado sistema de promoción y acceso a esta carrera investigadora deje escapar mucho talento”.
“El corporativismo de la administración impide que muchos científicos desarrollen sus capacidades”, dice quien ha sido autor principal de veinte de las veintisiete investigaciones en las que ha participado, además de dirigir cuatro tesis doctorales, realizar 60 comunicaciones a congresos y evaluar proyectos y artículos científicos.
El apoyo a la investigación para crear barreras frente a virus o parásitos, endémicos en territorios en vías de desarrollo (Ébola, Zika, Chikungunya, leishmaniosis, malaria, enfermedad de Chagas, etc.), es “vital”.