Rosa, Paula, Patricia o Paco llevan 60 días fuera de sus casas y alejados de sus familiares, algunos a una distancia de hasta 450 kilómetros. Son sanitarios que llegaron en la segunda quincena de marzo a Ciudad Real, una de las provincias más lastradas por la Covid-19, para luchar contra el virus desde sus respectivos puestos en el Hospital General de la capital.
En total son 75, mayoritariamente auxiliares de Enfermería, enfermeras y celadores (también hay algún médico), y seguirán en activo para reducir hasta la nada la tasa de incidencia del coronavirus. Durante este tiempo están viviendo en la residencia universitaria Santo Tomás de Villanueva, dependiente de la Diputación provincial y cedida al Sescam, donde están alojados y reciben manutención diaria completamente gratuita. Muy agradecidos, valoran el servicio que les ha servido de referente doméstico y de refugio a su complicada situación diaria.
Acudieron a la llamada de la Gerencia ciudarrelaeña desde diferentes provincias, principalmente de Andalucía, con contratos de entre tres y seis meses, para trabajar en primera línea. Para salvar vidas.
En pleno avance de la pandemia, con el centro saturado, las Urgencias colapsadas y escasez de equipos protectores, esquivaron el lógico miedo al contagio, según narran, con arrojo y profesionalidad.
Son las caras de los héroes y heroínas que han atendido a los pacientes de Covid-19, por momentos con una gran carga emocional y a veces en situaciones de estrés al límite. Y aparentemente de manera exitosa porque hasta ahora ninguno se ha infectado, a falta de ser sometidos a los test. De hecho dudan de que “no estemos algunos contagiados”.
La escasez de material y de EPIS ha estado presente, y por ello han tenido que reutilizar las batas y “alargar” el tiempo de protección de las mascarillas. Sin embargo, reconocen la labor de algunas supervisoras “que han removido cielo y tierra” para tener más recursos.
Como personal de refuerzo han cubierto bajas y sus contratos serán extinguidos en el tiempo previsto, aunque no descartan se prorroguen ante una evolución del virus al alza.
Y todos agradecen el recurso de la residencia y el servicio que les dispensan, con habitación individual y servicio de comedor diario y cena fría. “Nos ha posibilitado que hayamos podido venir y que no hayamos contagiado a nuestras familias”, celebran.
Las enfermeras más jóvenes: su primer contrato con la Covid-19
Las enfermeras Patricia Fernández y Paula Carrillo son dos de las más jóvenes que viven en este establecimiento. De 22 y 23 años, respectivamente, están recién tituladas y proceden de San Fernando (Cádiz). Se trasladaron a Ciudad Real animadas por sus padres, y además de cubrir la demanda, su principal objetivo era sumar fuerzas a la lucha contra el avance de la pandemia.
Desde el minuto 1 echaron el temor al contagio a un lado para dar paso a su convicción profesional de entrega a los demás, una certidumbre que se ha hecho realidad, a pesar de los malos momentos.
Carrillo trabajado en la quinta planta de Cardiología, una zona ‘limpia’, aunque haya habido casos Covid-19 o sospechosos que han tenido que trasladar o aislar.
Se acuerda de los “momentos gratificantes” cuando los pacientes “salen adelante”, una evolución que ha vivido como propia en su primera experiencia laboral, que se extenderá hasta el 30 de junio.
Es el mismo caso que el de su compañera y amiga Patricia Fernández, quien está destinada en una de las unidades de pacientes con Covid-19,
En positivo ve “indescriptibles” los momentos en los que los enfermos “remontan”, y más negativo, a su juicio, es cuando un ingresado “no sale para adelante”. Este final “te hunde” porque “se hacen grandes esfuerzos”.
En lo personal, además, “ha sido inevitable” comparar las edades de algunas de las personas que no han superado la infección con familiares y conocidos, un símil “muy duro”.
Por ello, al estar “al pie de la cama”, ha importado poco los trajes “que resultan agobiantes” a la hora de acompañar y animar a los hospitalizados con “videollamadas o contactos con los familiares”.
Celador en la UCI: impresionan los fallecimientos
Paco Fernández, celador granadino también celebra como suyos los éxitos de los pacientes y llora las muertes, al estar trabajando en la UCI.
Con 47 años, este propietario de un taller de joyería cuenta con contrato más extenso, hasta el 30 de septiembre.
Mucha impresión le causaron el fallecimiento de personas “que han estado ingresadas 30 o 40 días” o de jóvenes con 32 años. Y mucha más alegría le han producido los pacientes recuperados y subidos a planta, así como “ha sido bonito visitarlos en la habitación y ver su mejoría”.
Pesadillas y una boda aplazada
La cordobesa Rosa Pérez (30) es auxiliar de enfermería (ahora técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería -TCAE-) y es otra de las alojadas en la residencia de estudiantes ciudarrealeña.
En paro (estaba en bolsa) y dedicada a la hostelería no dudó poner marcha hacia Ciudad Real el 30 de marzo para trabajar en la crisis sanitaria desde una planta Covid-19. Asegura que ha desarrollado su labor con satisfacción pero también con “miedo”, a veces con “pesadillas” porque “trabajamos con gente muy enferma y viendo muertes”.
Ha vivido picos de “estrés” en la atención o preparación para protegerse, que después ha soltado en la residencia ‘refugio’ donde vive.
Pérez considera este sentimiento “humano” y lo compensa con los casos exitosos que son “los que valen la pena”. Se siente como una mano más que ha ayudado a frenar la pandemia inopinada.
De la misma provincia es también la técnico Juli Palacios, que decidió viajar y dejar en su casa familiar a su pareja e hijos. Se sintió, dice, como una “soldado” que se quería incorporar al ejército contra la infección pandémica. Su caso es especial, pues estaba en mantillas para casarse en una boda prevista el próximo 31 de mayo, ahora retrasada al año 2021. Permanecerá en la residencia hasta el final del contrato “para prevenir a mi familia”.
También de Ciudad Real
También forman parte de la ‘familia’ de sanitarios de la residencia personal de Ciudad Real. Es el caso de Olaya Uriarte, ciudarrealeña que vive en Malagón junto a su marido e hijo de 8 años, y donde no ha retornado por miedo a que se puedan contagiar.
Esta técnico llegó a la residencia el 30 de marzo cuando decidió aislarse en el alojamiento cedido por la Diputación provincial y destaca las atenciones que están recibiendo por parte del Sescam. Castilla-La Mancha “es la única comunidad que nos ha dado manutención y hospedaje totalmente gratuito para evitar riesgos”, valora.
Mercedes Montero es otra ciudarrealeña que ha evitado contagiar a su pareja y sus padres.
Comenta, al igual que Uriarte, que están en una lista de espera para ser sometidas a las pruebas de diagnóstico de coronavirus.
De estudiantes a sanitarios
Manuel Caminero, el subdirector del alojamiento universitario, ha destacado el buen funcionamiento del recurso a lo largo de los dos últimos meses, en los que “hemos cambiado un perfil de residentes por otro”. “Se han ido los estudiantes y han venido sanitarios”, ha precisado.
La seguridad ha sido y es prioritaria, con protocolos de limpieza y protección para prevenir riesgos, teniendo en cuenta la procedencia laboral de los actuales usuarios en tiempos de pandemia.