Todavía le quedan varias semanas en el hospital pero al menos ha terminado exitosamente su lucha contra el coronavirus en la UCI del Hospital Universitario de Ciudad Real, donde ha estado 66 días ingresado.
Es de Valdepeñas y se llama Alfonso Sánchez Díaz. El pasado 23 de abril cumplió 71 años intubado y sedado, y su historia como víctima de la Covid-19 encierra, al igual que las de otros miles de afectados, un conjunto de emociones que su hijo Alfonso Sánchez Ramírez ha trasladado en primera persona desde el corazón y la palabra.
Sánchez Ramírez también enfermó y precisó de hospitalización durante una semana, al igual que su madre, Encarnación, que estuvo ingresada quince días. Para esta familia, los días de confinamiento se pusieron muy cuesta arriba, pero poco a poco la curva de incidencia se fue doblegando hasta la recuperación casi total del hijo y su progenitora, y la tranquilidad en la curación del padre.
Los tres, a falta de una hermana, Ana, que trabaja en Alemania, han vuelto a ser una familia pero con una normalidad atípica: las visitas diarias al padre y un agradecimiento infinito al personal sanitario.
Alfonso hijo, que es coordinador de Amnistía Internacional en Castilla-La Mancha, celebra “la humanidad” que han encontrado entre estos profesionales, a los que su padre no ha dejado de reconocer en sus ratos de consciencia, al igual que en las últimas horas ha ido más allá de los gestos y las palabras y los ha premiado con unas botellas de vino DO Valdepeñas.
“Qué bien me tratan aquí, son excelentes profesionales” cuenta el hijo que dijo su padre cuando fue trasladado a planta, ya conocedor del peligro que había corrido su vida. La transición fue irregular, con avances y retrocesos que algunos días apenas invitaban a la esperanza.
Desde que salió del servicio de intensivos el pasado lunes 25 “se está recuperando muy lentamente, y tiene que ganar musculatura”, aunque desde el punto de visto respiratorio “está bien”.
La preocupación de sus familiares se centra ahora en las secuelas psicológicas que pueda tener “por el estrés de la UCI” cuando la mejoría sea total.
El inicio, tal y como el dirigente de AI contó de primera mano en la revista de la organización en la columna titulada ‘Ni ángeles ni heroínas, profesionales’, fue apenas una semana después del decreto del estado de alarma. Tras días con fiebre persistente y los primeros síntomas respiratorios, el padre cogió un taxi y se dirigió a Urgencias del Hospital de Valdepeñas, donde de madrugada empeoró y fue trasladado, intubado y sedado, al Hospital de Ciudad Real.
Allí lleva casi diez semanas.
Dos días después, la madre también fue hospitalizada con una neumonía bilateral, el mismo destino que Alfonso hijo tuvo tras registrar los síntomas inequívocos de la infección por coronavirus.
De los días anteriores al ingreso y de los posteriores destaca “la humanidad” frente a una enfermedad deshumanizante, ante las ayudas de vecinos, vecinas, una farmacéutica y amigos que se han preocupado y les han llevado hasta su casa comida y medicamentos. Igualmente, “el taxista que llevó a mi madre no le cobró”.
Igual de positiva es la entrega de médicos y, sobre todo, enfermeras en el trato que han recibido él y su madre, pero especialmente a su padre. “Nos hacían videollamadas y lo acompañaban”. Incluso, una enfermera llamada Rosa, en otra planta, iba voluntariamente a ver al enfermo a la UCI “y le ponía mensajes de audio en unos auriculares para que los escuchara”, narra emocionado.
Lo más duro es el silencio del teléfono, a la espera de las llamadas desde la UCI. Antes del sonido, ansiedad y taquicardia, porque “allí ocurren muchas cosas”.
Uno de los momentos más tristes coincidió con la celebración del Día del Libro, el 23 de abril, cumpleaños de su padre. “El día antes le habían quitado el respirador y fui a llevarle el teléfono para hablar y felicitarlo, pero empeoró y lo tuvieron que volver a sedar”, recuerda.
Protección al personal sanitario
Como activista destaca la campaña de Amnistía internacional desarrollada durante la crisis sanitaria para exigir protección al personal sanitario, además de “seguir trabajando para garantizar el derecho a la salud”.
También respalda las ayudas públicas a los más vulnerables y así “nadie se quede atrás y se garanticen los derechos humanos”. Advierte de la “potente” recesión que se avecina, en la que es necesario que la sociedad responda y cubra las necesidades de alimentación y vestido de quienes no tienen acceso a rentas ni a otras coberturas. Así lo reivindicarán desde AI, sostiene.
De hecho, llama la atención de la situación de los 1.600 extranjeros que “están hacinados en el centro de acogida de Melilla”, olvidados y sin medidas de seguridad durante la pandemia. La organización ha exigido el traslado a otros dispositivos de la península porque “tienen derechos humanos”.
El coronavirus ha sacado, reflexiona, “lo mejor de muchas personas”, en su caso “incluso gente que no piensa como yo”, aunque, como la propia trayectoria de la humanidad, “hay otra que ha sacado lo peor”.