“Me da igual que sea obligatorio que no. Desde el primer día me la puse y no me la he quitado. Prefiero estar bien y cuidarme a no ponérmela. Yo he estado encerrado, pero no me fío de quien venga, con lo que prefiero llevarla. Si la tengo que llevar en verano pues la llevaré, pero en 2021 quiero seguir aquí, por falta de no ponérmela no va a ser”, asegura un ciudarrealeño próximo a los setenta años que, “ante la duda”, prefiere “aguantar”, aunque la mascarilla que usa, una FFP2 que se puede utilizar durante “tres días”, “da calor”.
Le ha costado seis euros y, ahora, “se encuentran” porque antes estaba bastante más complicado y ha llegado a pagar 15 euros por una de similares características. Reconoce que es un gasto añadido que puede suponer en una familia de cuatro personas lo mismo “200 euros al mes si quieres ir protegido”. De ahí la cuestión de que habrá “gente que entre comer y ponerse una mascarilla” tenga que optar por lo primero. “Depende de la situación de cada uno”, señala este vecino, que considera que desde este jueves se ha generalizado el uso de la mascarilla. “La gente se protege y procura apartarse y distanciarse en la calle” ya que “hay miedo”, expone, para indicar que habrá que esperar unos diez días para ver cómo va a afectar la desescalada a unos datos de contagios y fallecimientos que actualmente se corresponden con el período de confinamiento en el hogar.
La mascarilla FFP2 es la de las denominadas ‘inteligentes’, que evitan contagios al que la lleva y al que está enfrente. Luego están las ‘altruistas’, que impiden que el que la lleve contagie, y las ‘egoístas’, que ‘salvan’ al que la usa pero no de contagiar a otros, explica una ciudarrealeña que tiene claro que la inmensa mayoría lleva ‘altruistas’ porque son las más baratas. “Y gracias que ahora se pueden comprar, porque antes había que hacerlas caseras”.
“Las autoridades sanitarias son las que deben decir lo que tenemos que hacer”. A ella, le “agobia un poco”, están despuntando temperaturas veraniegas y “esto da mucho calor”, pero “si es por el bien común debemos acatar la norma” de llevarla. “Ahora mismo todo el mundo parece que sabe de todo”, cuando en realidad “nadie sabe de nada”. Al menos “yo de Medicina, epidemiología y gestión política de países no tengo ni idea”, y debe ser “la gente que sabe de Salud” la que diga qué hay que hacer. Eso sí, percibe que la moda también va a llegar a las mascarillas, con diseños más personalizados y ‘fashion’, ya que hasta su propio hijo, de 14 años, le ha dicho que “esto es muy feo, que a ver si le puede comprar una más mona”.
Diversos modelos
“Supongo que dentro de poco todos nos haremos especialistas en las diferentes características de las mascarillas. Nos tendremos que poner al día y seguro que va a aparecer la mascarilla estampada, de lunares y de todo tipo”, opina otro ciudarrealeño, para quien tendremos que irnos acostumbrando al uso de un complemento de protección que va a suponer un gasto “pequeño” respecto a la prevención que proporciona. “Si todos ponemos de nuestra parte seguro que todo va a ir mejor”, subraya.
“Me parece muy bien que sea obligatorio utilizar la mascarilla porque todo lo que sea tomar precauciones me parece correcto”, apunta otra viandante, que reconoce que, personalmente, lleva “muy mal” su uso porque le “agobia muchísimo. En pleno invierno no llevo bufanda”, con lo que “llevar ahora una mascarilla con el calor que está haciendo…” Eso sí, “la gente está muy concienciada”, observa esta ciudarrealeña, que se decanta por la mascarilla “más finita, la quirúrgica”, porque es con la que, dentro de lo que cabe, se siente ‘más comoda’.
“Nos agobiamos todos. Es muy duro llevarla puesta, hay a veces que llegas a casa mareada. Pero es necesario porque te cuidas tú y a los demás”, agrega una comerciante, que ha percibido cómo sus clientes desde que abrió la tienda hace tres semanas se comportan de forma “muy respetuosa”, accediendo al establecimiento siempre con mascarilla y echándose gel hidroalcohólico en las manos. “Ojalá hubiera pronto una luz muy grande y nos dijeran que esto tiene tratamiento o está ya la vacuna. Pero si es necesario habrá que aguantar” con las medidas de protección indicadas por su utilidad para evitar contagios.
‘Caseras’
De tela con flamencos blancos sobre fondo rosa es la mascarilla que este viernes ha elegido para salir a la calle una joven, que prefiere las ‘caseras’ porque “se pueden lavar, meter filtros y así contaminamos menos” que con las desechables. La suya se la hizo su tía, recuerda que venimos de una etapa en la se estaba tratando de acabar con la contaminación de los plásticos y estamos actualmente ‘plastificados’, y considera que la moda va a ir poco a poco aterrizando en las mascarillas, con propuestas “más personalizadas y cada uno a su gusto”.
Algo similar opina una sanitaria, que lleva una hecha con tela de tnt, opción casera que prefiere porque “las otras dan mucha calor y si eres alérgica el algodoncillo” te hace estornudar. “Soy asmática y por lo menos no me dan tanto calor”, apunta esta profesional sanitaria que considera que la obligatoriedad de llevar mascarilla debería haberse hecho “desde el primer día” e indica que “en el trabajo ha sido una pena. Nos ha faltado material como mascarillas y guantes y a la gente más en contacto con los enfermos los Epis”. Así mismo, estima que la adquisición de este artículo de protección va a ser “un plus añadido” en los gastos de los ciudadanos y “no todo el mundo se lo va a poder permitir y menos como están los tiempos”.
En las terrazas, se está cumpliendo la obligatoriedad de acudir con mascarilla, aunque, “cuando están consumiendo noto que se la quitan y en el rato que están sentados les cuesta ponérsela”, aprecia un camarero, que resalta que “la mayoría de la gente se está portando bien, respetando el turno de mesas y no suele haber ningún problema, exceptuando casos raros, pero vamos eso, con el virus y sin él, siempre los hay en la hostelería”.
Los camareros, que tienen que ahora andar más entre mesa y mesa, van con mascarilla, se proporciona gel hidroalcohólico y se desinfectan mesas y baños tras su uso, expone el encargado de atender una céntrica terraza con una distancia entre las mesas que supera los dos metros.