Son muchos y muy diversos los motivos por los que la crítica literaria cataloga ciertas obras como “clásicos”, “obras cumbre” o “referencia universal”. Si El Lazarillo de Tormes entra dentro de esa categoría y nadie se cuestiona que esté en la cumbre de la narrativa renacentista española es, posiblemente, por su vigencia incuestionable a través de los tiempos. Antonio Campos llevó los pasados días 10 y 11 de julio al Patio de Fúcares de Almagro una revisita vanguardista pero respetuosa de este clásico moderno.
La obra, en un único acto (secuenciado igual que la novela, por los amos a los que sirvió Lázaro) y como un monólogo tragicómico (también como El Lazarillo), puso sobre las tablas el argumento de un clásico, que, como el propio personaje valoraba “es una obra que todo el mundo conoce pero nadie o casi nadie ha leído”.
Haciendo uso de un espacio mínimo y sin más atrezo que una capa que le servía para engalanarse de distintas guisas, Antonio Campos cautivó a un público que se encomendó sin condiciones a su carisma sobre el escenario. Solo había un actor sobre el escenario, pero los allí presentes disfrutaron de múltiples personajes.
Campos, en su adaptación, incorporó guiños a la actualidad política, económica y social, y no solo no renunció a los principios básicos de la novela, sino que adoptó como propia la ironía y el sarcasmo que tanto caracterizan el género. El intérprete tendió puentes entre el texto original (de hace casi cinco siglos) y la expresividad de los monólogos actuales.
El Lazarillo y la música
La guitarra española de Luis Gallo fue el otro gran protagonista de la función. La solemnidad de la guitarra pautando el ritmo dramático entre fandangos, bulerías y alegrías, garantizó la categórica entrega del público.
La música es, sin duda alguna, un aliado muy fiel tanto para una interpretación poderosa y energética, como para un texto cómplice con el espectador. Esa es la palabra que mejor define este espectáculo, complicidad. Todo en la función contribuía a la pulverización de la cuarta pared y, dentro de esa ruptura del tradicionalismo, se inserta la cita de la obra, tan ácida como cierta, con la que finalizamos esta crónica: “Así es este teatro, minimalista y de vanguardia, el que no tenga imaginación, que se vaya a ver El Rey León”.