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Alejandro Botubol mostrará por primera vez sus obras en la Galería Llamazares de Gijón

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El artista, Alejandro Botubol, con su obra / Lanza
Lanza / MADRID
Permanecerán expuestas en el centro cultural asturiano del 15 de septiembre al 30 de octubre 2021

Llamazares Galería de Gijón inaugurará la exposición ‘Agua del tiempo’ de Alejandro Botubol, flamante ganador la Medalla de Oro de la Exposición Internacional de Artes Plásticas de Valdepeñas con su obra ‘Gran eclipse solar’, y que mostrará por primera vez en Asturias sus obras, tras más de cinco meses de producción.

La inauguración tendrá lugar el miércoles 15 de septiembre y contará con la presencia del artista y del crítico Carlos Delgado Mayordomo, autor del texto de la exposición que, además, ha acompañado a Alejandro Botubol durante estos últimos meses de trabajo.

En palabras del propio artista “me he permitido parar la máquina y centrarme en mí durante meses. Conectar de nuevo con mi ser, mi origen y mis raíces. Entender desde la experiencia de la vida, donde y cómo se produce el germen del paisaje. He indagado en mi presente pero también en mis memorias… haciendo una toma de consciencia plena con mi tiempo, mi entorno y mis intenciones…. Descubrir que en las sombras se encuentran matices preciosos que hacen brillar más la luz”.

La exposición Agua del tiempo, en la galería Llamazares, supone un nuevo itinerario en la trayectoria de Alejandro Botubol. Su actual iconografía emana del apego a un lugar concreto: las costas de su Cádiz natal, con el recuerdo del cuerpo a la intemperie, con los pies en la orilla, marcados por la arena y el salitre. Un espacio a la vez físico y psíquico, que le sitúa en un ámbito conceptual muy concreto: nuestro artista no busca adentrarse en lo pintoresco (la singularidad del territorio), ni tampoco en lo sublime (la fascinación ante la inmensidad); su encuentro con el mar es con el origen, en una acepción triple: el origen de la vida, de la naturaleza y de su propia sensibilidad ante la belleza.

La imagen de la costa, con la orilla modulada por el ritmo de las olas, simboliza la subversión de toda idea de permanencia. Por tanto, esta vuelta al origen no es nostálgica ni melancólica, sino un verdadero ritual de regeneración. El tríptico Lucero de la mañana es la más rotunda y sintética formulación de este encuentro entre el entonces y el ahora. Los colores primarios —el propio ABC de la pintura— han sido desplazados al canto superior del lienzo, fuera de la mirada del espectador, pero no de su alcance: percibimos la sutil reverberación del magenta, el amarillo y el cian, como una energía lumínica a punto de intensificarse. Pero el verdadero protagonista del tríptico es la monocromía en sepia, matizada por la variable densidad de los flujos que generan la propia pintura. Vislumbre de la tierra mojada, que glosa las sedimentaciones de una mente pictórico-poética a la búsqueda de nuevas cristalizaciones conceptuales.

Para Botubol, “la ponderación de la luz es uno de los rasgos más significativos de su universo pictórico. Los volúmenes de los objetos son estudiados con analítica precisión, siempre al calor de la atmósfera del atardecer que entra por la ventana de su estudio madrileño. Ahora bien, la imagen sobre el lienzo no se construye desde la imitación, sino desde la resonancia de las formas y el color. Pero Botubol también desarrolla composiciones ligadas a la tradición de una pintura abstracta y fluyente, con Helen Frankenthaler y Morris Louis como principales hitos. La combinación de estos dos parámetros (el objeto cotidiano y los velos cromáticos) ha dado lugar a algunas de sus mejores series: en ellas, aúna lo fijo y el derrame, la iconografía y el espectro, lo que queda y lo que se desvanece”.

Botubol reflexiona con enorme lucidez acerca de las diversas temporalidades de la creación y de la recepción estética. De hecho, uno de sus principales objetivos es generar, a través de la pintura, un tiempo propio, una temporalidad poética que nos rescate del avance tiránico de la cronología hegemónica. Así ocurre, también, en el vídeo que cierra la muestra, titulado también Agua del tiempo: en él, nos habla de la fuerza de lo telúrico, del poder de la memoria, de la densa espacialidad nocturna, pero, sobre todo, del tiempo como una duración emocional. La cámara fija sobre el horizonte marítimo evoca la aspiración romántica de unir lo terrenal y lo elevado, la
materia y lo espiritual.

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