Sobre el origen de su nombre se han barajado varias hipótesis. Mientras que los arabistas lo atribuyen al vocablo “Almagrib”, que significa “puesta de sol” -y aparece documentado por primera vez en 1195- otros lo explican como una degeneración “del milagro” que se habría transformado en “al milagro” y posteriormente en Almagro. Todo ello en relación con el puente romano llamado “del Milagro”, mandado reconstruir por el arzobispo de Toledo para proteger el territorio de las incursiones árabes. Sin embargo, tal vez la versión que alcance mayores cotas de verosimilitud sea aquella popular, que establece que Almagro procede del término “almagre“, una variedad terrosa de hematites roja aquí omnipresente.
Fue Almagro un lugar de obligado paso en la ruta de Toledo a Córdoba, cuando estas dos eran las poblaciones más importantes de España. Con un remoto origen romano fue repoblada por Ximénez de Rada en 1214, y Alfonso X el Sabio llegó a convocar Cortes en Almagro. A pocas leguas de allí, en el otrora decisivo Castillo de Calatrava (la Vieja), en el término de Carrión, nace en 1158 esta poderosa Orden, de la mano del Abad Raimundo de Fitero. Ayudado por el ex-soldado y ahora monje Diego Velázquez, darían origen a una estirpe de hombres mitad monjes-mitad soldados, que llenarían de gloria -y también de sangre- las páginas de nuestra historia, y que justificarían la toponimia calatrava que, aún hoy, prolifera por nuestros pueblos.
EL AZOGUE CALATRAVO
Almagro se convirtió en cabeza de la Orden y del Campo de Calatrava, con dominio sobre 74 villas, 56 encomiendas y 16 prioratos. Sin embargo, la hegemonía e independencia alcanzada por Almagro durante la época del Maestrazgo inicia un periodo de decadencia, cuando Pedro I ordena la ejecución del entonces Gran Maestre (siglo XIV) y pone en su lugar a Diego García de Padilla. Comienzan así unos años turbulentos, de luchas intestinas entre maestres ambiciosos y ávidos de poder, que culminan con la asunción del Maestrazgo por parte de la Corona, ya en tiempos de los Reyes Católicos.
Aún así, logró estar viva la Orden de Calatrava -aunque muy debilitada desde entonces- hasta la desamortización de Mendizábal, y hasta la definitiva supresión llegada con la II República. Pero conviene saber que, aún hoy, siguen existiendo Caballeros a título honorífico, y la Orden de Calatrava tiene un componente eminentemente benéfico-social.
No obstante, volvamos al pasado de Almagro. De aquel oscuro pasaje de violencia vinieron a sacarle a Almagro, los Fugger o Fúcares en tiempos de Carlos I. Conocidos banqueros alemanes que impulsaron la elección del Emperador y que, como sostenedores de él, recibieron a cambio la explotación de las inagotables Minas de Almadén, un verdadero río de dinero de la época, y tal vez la joya más preciada de la Corona, que hasta entonces habían gestionado los caballeros calatravos.
A partir de ese momento, la vida de los almagreños cambiará por completo. Se habituarán a convivir con gentes venidas de otras tierras, con otras lenguas, de diferentes costumbres. Las mujeres trabajarán en los talleres de encajes de bolillos establecidos por los Fúcares, y se convertirán en auténticas especialistas. Y precisamente esta labor de las mujeres almagreñas es la que da origen al guiso “a lo tojunto”, porque todos los ingredientes se ponían en crudo en la olla, en donde sólo les quedaba la opción de cocer y cocer, sin la supervisión de la cocinera. Y ello, mientras las amas de casa se dedicaban a trabajar en los primorosos bordados salidos de sus manos.
Lejos estaban entonces de imaginar los banqueros, que la importación de normas y costumbres del norte de Europa, y su implantación en Almagro, sería precisamente lo que con el tiempo se convertiría en, tal vez, sus señas de identidad menos discutidas: la Plaza Mayor y los Encajes. De esta forma, la fuerte influencia económica y social de los modelos alemanes queda reflejada en una curiosa arquitectura civil, que combina armoniosamente elementos al estilo de los Países Bajos, con los típicamente manchegos.
Un clarísimo, y a la vez singular, ejemplo de esa tolerante convivencia de estilos es la Plaza Mayor de Almagro, mandada reconstruir por los Fúcares, que incorporaron elementos del más puro estilo flamenco. En total, 85 columnas de piedra forman los soportales. Sobre ellos, las viviendas de doble galería acristalada con el maderamen de sus balconcillos pintados en verde, evocan en pleno corazón de La Mancha un cierto sabor de las poblaciones costeras del lejano Flandes.
DE BANQUEROS Y NOBLES
Pero Almagro no sólo está en deuda con los Fúcares -particularmente con el llamado Antón (1495-1560)-, sino también con otras familias como los Welser o Belzares. A todos ellos hay que agradecerles -blondas y plazas mayores aparte-, la prosperidad que hoy pregona el gran número de templos y palacios existentes.
También en Almagro nació, entre 1475 y 1480, el Adelantado de Chile y Mariscal del Perú, Diego de Almagro. Capital de la Provincia de La Mancha de 1750 a 1761, Almagro recibió el título de ciudad en 1976, llegando a competir administrativamente en su momento, con la hoy capital de Ciudad Real. Por fin, en 1972, fue declarada Conjunto Histórico Artístico.
Pero no podemos dejar de reseñar que “todo en Almagro es hermoso y único”. Desde la anchurosa diafanidad de sus calles, hasta la grandiosidad de sus monumentos. Pasando por las rejas y las magníficas portadas, con las que se adornan las numerosísimas casas solariegas y palacios existentes en el municipio. También el leve sonar de los bolillos de las encajeras contribuye a crear una puesta en escena inolvidable. Por todo ello, en la ciudad hay rincones verdaderamente recoletos que imprimen carácter, no sólo al lugareño, sino al que visita la ciudad por vez primera.
Por citar un ejemplo, en la misma Plaza de Santo Domingo, antiguo Pradillo de las Bernardas, de espaldas a una cualquiera de las paredes que cierran su triángulo (antaño escenario del Festival, luego recuperado con el nombre de Espacio Miguel Narros, y hoy ajeno al uso teatral), se ofrece a nuestros ojos un espectáculo perfecto, armónico, cuidado y noble, ordenado en torno a una hermosa farola que tiene por un lado el Palacio del Conde de Valdeparaíso, el noble Juan Francisco Ruiz de Gaona y Portocarrero, con título desde 1705. La portada, de las más pretenciosas de la ciudad, representa un escudo heráldico sostenido por ángeles.
Enfrente, un antiguo y majestuoso colegio de monjas: el palacio de los Marqueses de Torremegía (adquirido por un empresario mexicano, y que tras su restauración será abierto al público con una cuidada oferta turística). Cerrando el triángulo, por fin, dos casas también notables. La una, que fuera de un señor cardenal -con gastado pero importante escudo- para pasar luego a un general y a su actual propietario, que ha realizado obras de restauración. La otra, de un párroco llamado don Pedro Carmona, nombre con el que se conoce esta vivienda.
PATRIMONIO Y PRAGMATISMO
Pero lo que aquí y ahora mejor conviene, es decir que en Almagro también podemos admirar, la única pieza de arquitectura del teatro del Siglo de Oro existente en España. Se construyó como posada y mesón de viajeros, y fue redescubierto en 1954 este Corral de Comedias, al lado de la casa del Mayorazgo de Molina. Y hay más… Los palacios de nobles y ricos del barrio noble, conventos y destacadas iglesias del último gótico, renacentistas y barrocas… La de Madre de Dios fue construida a costa del hijo más ilustre del pueblo, el conquistador Diego de Almagro, vencedor del inca Atahualpa.
Sin embargo, no deja de resultar edificante, que una ciudad que recibe menos ayudas que turistas, se halle colocada en un difícil equilibrio, por culpa de ser el “santo y seña” de nuestra identidad provincial. Demasiados compromisos, visitas, recepciones, para tan poco presupuesto. Almagro está necesitada de una mayor solidaridad de las instituciones provinciales, regionales y nacionales, puesto que de Almagro también reciben luz y brillo.
Aún así, la permanente política de reutilización del consistorio municipal ha sido digna de admiración… Porque ha transformado la antigua Cárcel en un Consultorio Médico; el Colegio de los Jesuitas en Hogar de Jubilados; los Palacios Maestrales en Museo del Teatro y en Mercado; el Almacén y Oficinas de los Fugger se ha trocado en Universidad Popular, y también en Espacio Escénico en las noches de julio; el antiguo Convento de San Francisco ejerce de Parador de Turismo; la casa panera del Pósito es sede de Correos; el Palacio de los Oviedo o de Villarreal fue Sala de cine, y hoy notable Espacio Escénico del Festival… En realidad, casi todos los grandes edificios son espacios escénicos para el Festival (menos el Convento de la Asunción Calatrava, los “Dominicos”, aunque lo fue durante unos años). Una espléndida forma de hacer útil lo hermoso, contribuyendo al mismo tiempo a su mantenimiento.
Buena filosofía la de aprovechar lo utilizable, de lo que históricamente es insustituible. Junto a la Iglesia de San Agustín -de inacabables reformas que parecen haber llegado a su fin- llegamos a ver un escudo episcopal, con gran corazón flechado, bajo el cual se ofertaba la mercancía de “medias y calcetines”. Incluso la Antigua Universidad e Iglesia de Santo Domingo, ha venido funcionando durante décadas como Fábrica de Muebles. Hace años, desaparecida la empresa por dificultades financieras (que son de lamentar por cuanto de agobiante carga social conllevan), la situación posibilitó -paradojas de la vida-, que la Antigua Universidad vuelva a ser un Centro de Cultura, fundamentalmente Espacio Escénico, y que la nómina de monumentos visitables de Almagro se incremente de manera considerable.
Por lo demás, construcciones públicas y privadas, todas ellas riquísimas -aunque hasta las viviendas más humildes son deliciosamente atractivas- abundan en Almagro que, siendo un día la más poblada de la provincia, se dejó ganar la partida a mediados del pasado siglo por otros núcleos como Daimiel, Tomelloso, Bolaños o Valdepeñas. Aunque, incluso hasta las cosas más negativas tienen en Almagro su lado generoso. Tal vez esa circunstancia, la pérdida de la capitalidad que había ostentado, salvara a la ciudad de poner en tierra sus edificios más emblemáticos en aras de la modernidad.
TURISMO Y TEATRO
En Almagro, aún hoy se sigue construyendo y reconstruyendo, pero con bastantes dosis de racionalidad. Que racionalidad, en este caso, no quiere decir otra cosa que respeto a la historia, al pasado. Así, el antiguo Hospital de San Juan (hoy Teatro Adolfo Marsillach) se ha convertido en modélico escenario de un modélico Festival, en una solución de arquitectura perfecta. Y ahí está, exultante, toda la coquetería del Teatro Principal (hoy Municipal) que viene a ser -tras no menos dilatadas y costosas reparaciones- como el último eslabón estético y temporal, del inacabable prestigio de Almagro.
La cuidada simetría de sus calles es casi un lujo, no sólo en La Mancha, sino en España toda. Lo mismo que la recuperación de la Ronda de su antigua muralla, para circunvalación de los automóviles que desprecian la quietud de sus sosegadas calles. Ayudando al mismo tiempo a conservarlas, que es un punto más a favor de una ciudad que debemos cuidar como lo que es: una auténtica joya. Joya que también miman sus moradores, como podemos comprobar cada mañana, cuando los propietarios de las viviendas blanquean sus fachadas o barren su trozo de acera.
Hasta las farolas de las calles -rigurosamente forjadas, como sus rejas- y los rótulos de la ciudad denuncian el mimo de sus gentes. Sin que falte alguna nota de humor, como aquella calle dedicada a Don Federico Relimpio que, por llamarse “del agua”, mostraba el rótulo seguido de la fórmula del líquido elemento, H2O.
Desaparecido el origen y casi exclusiva dedicación a la Agricultura de Almagro, hoy la ciudad se proyecta hacia los servicios, la transformación y la alimentación (que también tienen su origen en la agricultura): conservas, artesanía, bordados y forja, vinos, aceites, jamones y embutidos, dulces, y otras industrias relacionadas con el mueble y, desde luego con la restauración gastronómica.
Pero sobre todo, Almagro está disparada al Turismo, verdadera bendición de Dios que, junto con el Teatro con mayúsculas, ha encontrado en Almagro un importante hueco para volver, indefectiblemente, como las cigüeñas o las golondrinas, año tras año. Las cada vez más demandadas plazas ofertadas por un creciente número de hoteles, hostales, apartamentos, hospedajes y casa rurales, así lo permiten y atestiguan.