Más de 120 niños usuarios de las Bibliotecas Municipales acudieron este viernes al antiguo Casino a conocer mejor a la escritora aragonesa Begoña Oro y uno de los divertidos personajes de sus obras, la traviesa ardilla Rasi.
El concejal de Cultura, Ignacio Sánchez, les dio la bienvenida y animó a los chicos a aprender muchas cosas de las chicas como que son más lectoras cultivando esta pasión que permite embarcarse para visitar maravillosos mundos y conocer muchas cosas.
Por su parte, cuatro chavales presentaron grandes dibujos de los muchachos que forman parte de la pandilla Rasi: la tímida y sensible Nora, el aventurero Aitor, la nerviosa y deportista Irene y el inquieto y despistado Ismael, como paso previo a la llegada de Begoña Oro que aludió a diversas aventuras de la serie y confesó que, antes de ser escritora, le parecía imposible o tan difícil como hacerse astronauta dedicarse a este oficio.
Colocándose una brillante diadema y emulando llevar una capa, dijo que ser escritora es como ser una heroína con el superpoder de ordenar las letras, las cuales varían en las ediciones traducidas en otras lenguas como alemán, coreano o euskera de obras suyas como ‘Misterios a domicilio’, ‘Croquetas y wasaps’ y ‘Las sonrisas perdidas’. De la labor del traductor y editor, la diferencia entre tapas duras y blandas y de la revitalizante energía de los libros que logran que se ilumine la mente de quienes los abren, habló la autora zaragozana, que también ofreció un ‘diálogo tontiloco de los que se quieren un poco’, confesó que el cariño por las ardillas le viene de niña ya que unos vecinos tenían una e indicó que, después de ser editora y “leer mucho, mucho”, se hizo escritora.
Nueces, avellanas, galletas y las divertidas historias que se pueden encontrar en las Bibliotecas Municipales le chiflan a la ardilla Rasi, que acudió –en tamaño gigante- a saludar a los asistentes al encuentro y de cuya serie Begoña Oro ha publicado ya 17 libros, el último ‘Rasi en busca de gamusinos’.
Al ilustrador Dani Montero también se refirió Oro que animó a los chavales a que soplaran para que se llenara de dibujos un libro mágico de páginas en blanco y de ilustraciones coloreadas con un segundo soplido.