El vendaval que arrasó el viernes, con Samuraï, Ultraligera y Karavana barriendo el recinto del Oasis Sound fue solo el preludio de lo que estaba por llegar. Los estribillos coreados, pogos improvisados y gritos que volaron como hojas secas bajo un cielo de julio dibujaron un primer gran día de festival que vaticinaban la ciclogénesis (casi real con un viento que llenó de incertidumbre e inquietud a la organización) vivida este sábado en La Solana.
Siloé
Cuando Siloé puso la primera nota, se abrió la primera grieta de la tormenta: su mezcla de indie emocional y electrónica envolvente sopló como un viento de levante, cargado de humedad y recuerdos. Fito Robles arrancó la actuación entre el público con ‘La verdad’ para levantar después el festival junto a sus compañeros desde el escenario. Repetidores en el Oasis, dejando un gran recuerdo el año pasado, regresaron con más fuerza, pasión y con hechuras de grupo cada día más grande.

Cada acorde arrastraba emociones profundas del alma, y el público, brazos en alto, se dejó mecer como juncos al borde de un río. Hubo un momento en que parecía que la brisa se llevaba cada preocupación, dejando solo ganas de bailar bajo un cielo de nubes y luces. Su gran traca final con ‘Si me necesitas, llámame’ y ‘Todos los besos’ dejó patas arriba el festival, y solo era el comienzo.
Shinova
El ciclón siguió creciendo con Shinova, que llegaron como un viento del norte: firme, inquebrantable y con esa potencia que despeina certezas. Sus letras resonaron como ráfagas heladas entre la multitud, mientras los coros se elevaban más allá de las copas de los pinos que rodean el Oasis. Dejaron otro fin de fiesta colosal con ‘La sonrisa intacta’ y ‘Gracias por tanto’. Pero antes fueron los anfitriones de lujo de un recuerdo inmortal para una pareja que se dio el ‘sí quiero’ ante miles de personas.

Sexy Zebras
Y entonces, cuando ya parecía imposible que el viento soplara más fuerte (literal), aparecieron Sexy Zebras. Lo suyo no fue una brisa ni una ráfaga: fue un huracán que sacudió el recinto sin contemplaciones. Sus guitarras fueron ráfagas secas, su actitud un vendaval que levantaba polvo y corazones por igual. El pogo se extendió como un torbellino humano, el público saltaba como si no hubiera un mañana, porque ‘Mañana no existe’. Cada golpe de batería fue un trueno que rebotaba en el suelo y volvía en forma de gritos y aplausos.

El público, entregado desde la primera nota, se dejó sacudir sin resistencia. Uno tras otro cayeron himnos de unos madrileños en forma que saben cómo lograr que se divierta la gente.
Pero la tormenta no cesó ahí. Innmir tomó el testigo para convertir aquel ciclón de guitarras en una tromba electrónica. Sus beats, precisos y demoledores, golpearon como ráfagas constantes que no daban tregua. Fue imposible quedarse quieto: hasta el viento parecía bailar entre cables, bafles y luces estroboscópicas.

Juan Reina Dj y The Elisse añadieron más turbulencias: brisas frescas que agitaban el ánimo de los rezagados, empujándolos de nuevo a la pista. Entre ritmos bailables y melodías que se colaban por cada rendija, se completó la noche como un vendaval interminable.
‘Sold out’ en el Oasis manchego
Cuando el último acorde se perdió en la madrugada y el viento volvió a ser solo viento, quedó el eco de una certeza: el Oasis Soundhabía sido una ciclogénesis emocional. Un fin de semana donde la música y el viento compartieron escenario para barrer rutinas, despeinar certezas y recordarnos que hay tormentas que, lejos de asustar, te limpian por dentro.
Y mientras los asistentes se alejaban del recinto, con la cara aún llena de polvo y sonrisas, la brisa de La Solana se llevó consigo el rumor de que volverán. Porque después de un temporal así, nadie quiere quedarse al abrigo de la calma.

Así, entre ráfagas de amistad, pogos compartidos y una brisa de júbilo que se llevó hasta la última gota de calma, terminó el Oasis Sound que logró un espectacular ‘todo vendido’. La ciclogénesis hizo su trabajo: despejó rutinas, arrasó miedos y sembró ganas de volver a dejarse llevar por la música como polvo al viento.
El viernes sopló fuerte, pero el sábado… el sábado arrasó. Y La Solana se fue a dormir sabiendo que, cuando el viento trae música, no hay quien lo pare.