Quevedo, entre otras lindeces, le llama garabato, de paréntesis formado por su jiba y pecho levantado, pechugas con pantorrilla, similar de perfil a un ‘d’ e indiano arrastraplumas, a lo que el novohispano responderá con una retahíla de calificativos como para poner de caer de un burro al señor de Torre de Juan Abad, a quien se refiere como ‘pata coja’ al que nunca el agua moja.
Ruiz de Alarcón, en una curiosa mezcla de pantera rosa por la tonalidad de su vestimenta e inspector Clouseau con pecho de pollo y dromedaria espalda, mostró ingenio y valentía, como buen guerrerense, en la pelea de gallos, como raperos del Siglo de Oro, en su encuentro con el archienemigo de Góngora, botella en mano y por sus andares más escocido que zambo.
El duelo fue tan sólo uno de los trances de Ruiz de Alarcón en el recorrido por su vida en el Madrid de los Austrias, tan brillante por la creatividad literaria como repleto de claroscuros por la decadencia del imperio, que planteó en el Corral de Comedias de Almagro el Colectivo Teatral Guerrero con el montaje ‘El rey de sí mismo’.
Como un salmón, en lugar de escandinavo natural de la localidad mexicana de Taxco, se mostró el autor de ‘La verdad sospechosa’ siempre nadando con tenacidad a contra corriente saltando presas y más muros en el reconocimiento. No se le trató como hubiese querido como primogénito, tampoco por sus apellidos, se le criticó e incluso persiguió por amancebado y antepasados judíos, quiso brillar y hacerse un hueco ante el deslumbrante éxito de Lope como autor de moda, recibió el desprecio por su jorobada figura y vivió la sensación de ser una inaceptado en América por considerarle español y en España por verle como indiano.
Ángel Lara encarnó a Juan Ruiz de Alarcón con afable comicidad, al igual que Eduardo Flores a su criado Tristán, todo bonhomía, sacrificio y con la capacidad de preparar grandes banquetes aunque fuera figurando que cazaba y llevaba a la cazuela ratas de campo, en una dinámica puesta en escena con interpretaciones próximas a lo caricaturesco y en la que también destacaron la energía de Pedro Adame como Quevedo y el pendenciero teatrero Pedro de la Rosa y Alehelí Ábrego como La Marroquina y Corchete.
En un entorno de apariencias, aires de grandeza y ombliguismo basado en grandilocuentes y yermas obviedades, en el que campan corrupciones y envidias, el protagonista encuentra tabla de salvación en la amistad y en lograr percibirse orgulloso como original savia nueva, advirtiendo la importancia de sentirse ‘rey de sí mismo’.
La puesta en escena en el Corral de Comedias contó con la presencia del secretario de Cultura del estado mexicano de Guerrero, Mauricio Leyva, que resaltó el “inmenso amor que México siente por España”, felicitó al “fabuloso” público de Almagro y expresó su satisfacción por el hermanamiento de las Jornadas Alarconianas con el certamen de artes escénicas manchego.