Don Quijote y Sancho Panza, tan reales, tan humanos, son dos grandes gigantes de la literatura universal que caracterizan la forma de ser y estar de muchos -incluso los dos personajes suelen convivir en una misma persona- y la sombra de su proyección universal es alargada, como la que reflejaron sobre las paredes del Áurea los actores Guo Tao y Liu Xiaoye con un foco en contrapicado que elevó su planta hasta lo más alto de la Antigua Universidad Renacentista.
La milenaria cultura china, la manchega -con los iconos quijotescos- y la andaluza -cuyos rasgos son muy atractivos en Oriente- se dieron un abrazo en la producción de la Compañía Nacional China que comenzó mediante una proyección de grabados y figuras móviles con el encanto latente de las sombras chinescas para presentar al hidalgo manchego y su decisión de lanzarse a resolver entuertos como caballero andante.
La primera escena situó al espectador ante la quema de libros, considerados como instructores de la descabellada afición del hidalgo a la caballería, vivida casi como una fiesta con la guillotina del cura salvando o no ejemplares de cabecera y con una estética -por la disposición de las sillas y el vestuario- que recordó a los patios manchegos y andaluces.
Y entre el público, ya como caballero, apareció Don Quijote acompañado de un murcielaguillo que no quiso perderse la función en un chino mandarín más prolijo y locuaz que el texto de los subtítulos.
Tocada en directo por Mo Xinte, la guitarra española, como representativo icono hispano en el mundo, ambientó la pieza y los actores secundarios se situaron en escena durante diversos pasajes como en un cuadro flamenco o en las proximidades de una hoguera, arrancándose uno con el quejío de un personaje, incorporándose otro con la comicidad de su papel y sumándose unos y otros al desarrollo y resolución de la trama.
Convenció Don Quijote con halagüeñas esperanzas de fortuna a Sancho para que le acompañara de escudero en un caminar a la aventura que propició el encuentro con la comitiva del vizcaíno, las mofas por sus visiones e intenciones como valiente caballero andante y el monólogo sobre la honestidad, malvados encantamientos y crisis de ideales y valores -entonces de la caballería- con el que Guo Tao se llevó los aplausos del público.
Bolas de luz como piedras o majanos solares poblaron el escenario y cobró gran protagonismo la historia del enredo amoroso entre Cardenio, Luscinda, Fernando y Dorotea con una dinámica interpretación por parte de todo el cuerpo actoral, divertida gestualidad y metafóricos simbolismos como el aleto de un ave recreado con las manos en los momentos románticos.
Los esfuerzos por que regresara a su hacienda el hidalgo, que pasó dando cómicos saltos y sin calzones su ermitaña dejadez por su adorada dama, continuaron y favorecieron su encuentro con la princesa Micomicona y posterior enjaulamiento, lo que no hizo desistir al de la Triste Figura en el deseo de nuevas aventuras que le conducirían a la divertida escena con las tres labriegas de El Toboso, encarnadas por tres actores vestidos de mujer, entre ellas la sin par Dulcinea, que le dejó dubitativo sobre la dulzura de sus carnes tras oler su aliento con sabor a ajo.
Conexión
La contemporaneidad de la propuesta combinó esencias y raíces culturales como la fábula oriental que narró Maese Pedro o la canción Sevilla, de Miguel Bosé, y simpáticos guiños como el ulular victorioso de Don Quijote al ganar una batalla o un duelo de taconeo, y a la actualidad como el casco de motorista que lució Sancho para amortiguar dolorosos mamporrazos.
Representado como un pelele, Sancho fue manteado y también gobernó con prudencia Barataria, y Don Quijote derrotó al Caballero de los Espejos, se descuajeringó contra los molinos de viento y perdió en una batalla en animación con el Caballero de la Blanca Luna, quedando condicionado a frenar su frenesí como andante alivio de los menesterosos, aunque su presencia en el escenario de Almagro no culminó con un adiós, sino con un hasta luego.