Se trata de uno de los tres autos sacramentales, escrito en 1689 por la ‘Décima musa mexicana’, Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), que representa la conversión colectiva al cristianismo. Pertenece al Teatro mexicano del siglo XVII y, desde el otro lado del espejo que es el Nuevo mundo, recala en el mito de Narciso y Eco. Así, la compañía mexicana ‘La Rendija Teatro’ revela a través de su puesta en escena el encuentro de las ideas de las mujeres mexicanas del siglo XXI con una mujer excepcional del siglo XVII en la Nueva España. Esta propuesta escénica de ‘El Divino Narciso’, obra nunca antes representada en nuestro país, rebosa potentes imágenes poéticas que laten por sí solas sobre el escenario.
Sor Juana Inés, una monja muy acostumbrada a narrar en hermosos versos el amor mundano al que no logró sustraerse desde lo más recóndito de su clausura, es autora de algunos de los más hermosos sonetos de amor, aunque su obra completa es interminable. Aquí trata la leyenda de Narciso, y de cómo murió por haberse enamorado de sí mismo al ver su reflejo. No obstante, la obra contiene muchos más interesantes matices de lo que podría ser simplemente una leyenda. Posee una inmensa carga alegórico-filosófico-religiosa. Es una obra llena de genialidad y talento en la que mezcla mitología y religión con personajes bíblicos, y que consigue que lleguemos a sentir a Narciso como si se tratara del Hijo de Dios.
Para la directora, Raquel Araujo, “La Loa y el Auto Sacramental El Divino Narciso son representados por La Rendija como un Juego Áureo, una profanación que revela el encuentro de las ideas de mujeres mexicanas del siglo XXI con una mujer excepcional del siglo XVII en la Nueva España. Al inicio se presenta la Loa como una revisión crítica de la conquista, donde América y Occidente bailan y cantan al Dios de las Semillas, el señor Huitzilopochtli, aquél que recibe la sangre más fina. Mientras la Religión y el Celo les declaran la guerra por su paganía. Entonces, para evangelizarlos, la Religión pide representar el Auto de El Divino Narciso”.
La obra
Aparecen los cantos de la Sinagoga y la Gentilidad, adorando la primera a Dios y la segunda a Narciso, con la particularidad de que cuando la Naturaleza Humana les pide unir sus cantos, el “Alabad al Señor todos los hombres” y el “Aplaudid a Narciso fuentes y flores” se funden en un solo discurso a una sola divinidad. Es una buena reflexión sobre la religión y la manera de ver a Dios. Y no puede negarse la diferencia principal entre el Narciso mitológico y este Narciso divino de la obra cuando declara “Que mi belleza sola / es digna de adorarse”. Enlaza sutilmente la leyenda de Jacinto, joven con quien Apolo jugaba en los campos de Esparta, y a quien el mismo Apolo transformaría en una flor con forma de lirio y color de púrpura.
En el Auto, la Naturaleza Humana en una “selva, que es mundo”, busca la redención en la persona de Narciso, “pero Eco, ángel réprobo, los tienta y seduce. ¿Es acaso Eco el pensamiento de Sor Juana, con el Amor Propio y la Soberbia al hombro?”. Es evidente que La inteligencia y el ingenio de Sor Juana se revelan en el arte de la métrica, el ritmo y la palabra, en medio de una simetría de espejos, que consiguen reivindicar la vigencia de sus textos.
La obra es de un texto delicado pero complejo, que según Raquel Araujo les llevó a un montaje de “cinco largos meses”. Y eso, tratándose de un grupo enteramente profesional residente en la ciudad mexicana de Mérida, en la península de Yucatán. Por cierto, la de la primera catedral (de esplendorosa piedra blanca) construida en América, y el lugar de nacimiento del popular músico-cantante contemporáneo Armando Manzanero.
Pero volvamos a la obra. De su tremenda complejidad deriva que llegue difícilmente al espectador, sin duda más acostumbrado a la comedia desenfadada. Si a eso añadimos que la noche de Almagro era tórrida, y que las sillas del Corral son insufribles para cualquier función que se prolongue más de hora y media, entendemos que muchos espectadores no dejasen de mirarse el reloj. Tal vez sobrase un cuarto de hora…
La función
Dos sorpresas más. La entrega, recién iniciada la representación, de un vasito de “mezcal”(bebida alcohólica de agave originaria de Oaxaca, una de cuyas variedades es el tequila) para todos y cada uno de los espectadores del Patio de Mosqueteros, y la posterior degustación de un cuadradito de “semillas de amaranto”, una de ellas blanca, natural, y la otra aromatizada con chocolate.
Insistimos. La obra espléndida, y el grupo actoral (exclusivamente femenino) de seis mujeres de chapeau: Nara Pech, Liliana HeSant, Nicté Valdés, Gina Martínez y Sasil Sánchez y Patricia Pérez. Excelente forma física de las actrices, magníficos y afinados coros, y una cuidada partitura musical de fondo con la integración de guitarra, jarana, quijada de burro y clavecín, y los consabidos zapateados mexicanos. Con amplísimas resonancias mayas, como las dos intervenciones en lengua maya que se suceden en la representación. Tan sólo el aquí y el ahora parecieron no encajar en un momento y un lugar que nada favorecieron la función.
Al término de la cual nos confesaba Raquel Araujo sentirse plenamente satisfecha, en una compañía que también tiene la función de la itinerancia en su país, y que ha logrado tener su sede propia en Mérida, gracias al apoyo de Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, a través de ‘México en escena’. Definitiva ha sido también la intervención de Luis de Tavira, Humberto Chávez Mayol, José A. Sánchez, Arturo Nava y Juan Meliá. Con escenografía e iluminación de Óscar Urrutia, música de Celis, Baqueiro y Estrella, los talleres de canto, danza y jarocho, y un vestuario estéticamente bien concebido por la propia Araujo y Elena Martínez Bólio.