La presencia femenina en el teatro ha sido considerada a lo largo de la historia con una perspectiva simbólica, estética, mítica o filosófica, aunque hay personajes de mujeres, potentes e influyentes, que han dejado una gran estela entre las lecturas de las generaciones más maduras.
Sobre los escenarios de Almagro cada año, desde hace 45, se produce este milagro y con naturalidad resuenan las sentencias de la condesa Diana, Laurencia, Isabel, Semíramis, Doña Inés de Ulloa, Julieta, Desdémona, lady Macbeth, Ofelia o Titania, y se suman a los universos literarios del siglo de Oro, recuperados en los últimos años en el ciclo encajero, como María de Zayas, Ana Caro, Sor Juana Inés de la Cruz o Santa Teresa de Ávila.
Son la herencia de la cultura de los oscuros siglos medievales, donde las mujeres consiguieron brillar, al menos en las vivencias que recogieron las plumas de Fernando de Rojas o el propio Arcipreste de Hita, este año en el Festival de Teatro Clásico almagreño con un gran y divertido peso femenino en ‘El Libro del Buen amor’, que se estrenó anoche en el Palacio de los Villarreal.
Se trata de una comedia humana, divertida y ágil, que evoca los principales elementos de la picaresca española: las relaciones amorosas -maliciosas o cándidas- y el poder económico, “el dinero es del mundo el gran agitador”, como barrera entre clases.
Así lo presenta Teatro Guirigay, con solvencia actoral, buena dicción del verso (que no es fácil) y juego escénico, en el que la música, también original, mece toda la trama. Desde las disquisiciones entre las culturas griega o romana, con el misógino verso de Aristóteles, “es cosa verdadera, que el hombre por dos cosas trabaja: la primera, por el sustentamiento, y la segunda era por conseguir unión con hembra placentera”, hasta el de la obra, con el enfrentamiento entre Doña Cuaresma y Don Carnal.
La versión de Agustín Iglesias con el Teatro Guirigay es de contemporaneidad clásica, coincidente con la fecha en que fue escrita, con personajes disolutos, alegres y de verbo afilado, donde las mujeres, con la sagacidad que emerge ante el sometimiento, marcan el paso lujurioso de los hombres.
El conjunto de actores, todos muy experimentados, con Raúl Rodríguez como el arcipreste, en todo momento sobre el escenario, y las versátiles Magda Garcia-Arenal, Mercedes Lur, Asunción Sanz y Jesús Peñas conforman por segundos escenas, algunas hilarantes, entre la desmesura y la sobriedad, como cortometrajes teatrales en el que siempre triunfa el exceso y la impostura. Y eso que la obra fue escrita por el religioso Juan Ruiz.
El montaje está concebido en el entorno de un arco como decorado (en un momento se desdobla en varias piezas) donde una comparsa interpreta varias escenas con el eje fijo de “los placeres del Buen Amor y el buen humor, tan necesarios para las artes de la seducción”.
Desde la celebración de la procesión de la Virgen y la fertilidad de la tierra, pasan por los enamoramientos del autor, tanto de moras, como de judías y cristianas, los alegres consejos de don Amor y doña Venus, la historia de Pitas Payas, los amores de don Melón y doña Endrina; hasta el ‘combate’ final entre la carne y la contención y la muerte alegre de Trotaconventos.
Esta alcahueta que enlazaba a los amoríos a monjas y clérigos, junto con Doña Endrina, Don Melón y Pitas Payas conforman los pilares de una sátira humana, intemporal que ni siquiera con la caricatura deja de ser verosímil y sempiterna.
En todas las tramas, los personajes femeninos son referencia erudita de su tiempo, en lenguaje popular o culto, y reivindican su espacio, “las mujeres también…”, destacando la complicidad con el público -al margen de la interacción del protagonista con una espectadora- en sus exagerados gags.
Al final, el público premió al grupo con varios minutos de aplausos y ovaciones, que hizo saludar al elenco de la producción varias veces, por dar rienda suelta al imaginario popular que no sólo desnuda al ser humano en sus necesidades más básicas, sino donde las mujeres piden paso en un moderno texto de hace siete siglos.