Con una escenografía inspiradora, la esencia de la palabra, gran soltura en el verso y un medido y sostenido ritmo escénico triunfó anoche en Almagro una de las versiones más fidedignas de ‘La hija del aire’ (1653).
Mario Gas ha conseguido el principal objetivo que perseguía a la hora de construir el montaje al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC): atraer al público con una trama accesible y musicalidad en la palabra, gracias también a la necesaria alianza con el poeta y escritor Benjamín Prado, quien ha concebido un texto comprensible y cercano.
El conocido director y los colaboradores de su universo escénico han materializado un reto innovador y valiente, como es la escenificación de una trama centrada en una mujer con vida propia, al presentar a un personaje femenino, que se mueve entre lo mitológico y lo funcional, a través de un lenguaje teatral “adaptado a la sensibilidad de un espectador contemporáneo: ser infiel para ser fiel”.
Así se percibió, se pensó y se disfrutó este viernes la que es una de las obras más conocidas de Calderón de la Barca en el espacio Adolfo Marsillach, donde debutó una gran Semíramis (la hija del aire), dentro del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro (ha habido tres versiones en esta edición), y donde se mantendrá en cartel hasta el domingo 28 de julio.
El montaje es muy completo, con dos partes diferenciadas que llevan a un lugar común, como es la reflexión literaria (insistente en la creación calderoniana) y dramática sobre la libertad del ser humano, la transcendencia de la muerte, la gestión del orden social y el poder, y, sobre todo, el papel de la moralidad en la relación entre hombres y mujeres.
La visión de Ezio Frigerio al montar una escenografía a modo de montaña con figuras alegóricas, que, como la boca de un dragón, se abre de manera longitudinal por una de las partes, acoge de manera oportuna la recreación de la escenas más violentas, como el rescate del abismo de Semíramis, cuya madre fue violada por su padre, al que ésta después ejecutó, o cuando el personaje femenino ya empoderado ordena conquistas o incluso usurpa la identidad de su hijo cuando éste accede al trono.
Esta estructura también sirve como pantalla donde se proyectan secuencias soñadas en video para enmarcar ambientes de guerras, caos mental, deslealtades políticas, aniquilaciones o levantamientos sociales, todo ello a favor de la palabra y su protagonismo en la escena.
El vestuario (Franca Squarciapino), neutro en su conjunto, con colores oscuros y sobrios los da las damas, y uniformados los de los hombres (recuerdan a los del siglo XIX), también es eficiente a la hora de conformar el drama histórico, dado que se posiciona como un elemento secundario, que no hace perder la atención al espectador.
En cuanto al elenco, Marta Poveda (vieja conocida de los textos clásicos de la mano de Helena Pimenta) está inmensa encarnando a Semíramis, reina de Asiria y fundadora de Babilonia.
Su modulación del verso, primero como mujer seductora, astuta y guerrera y, posteriormente, con carácter déspota ejerciendo un poder destructor, hasta su muerte al ser alcanzada por una flecha perdida lanzada por la diosa Diana en medio de una cruenta batalla, permite seguir su dura historia vital y transmitir con “precisión y agudeza” muchas emociones humanas.
Tampoco el intermedio de la obra (que dura dos horas y media) es barrera mental para meterse en una tragedia que cuenta las consecuencias de los abusos del poder, en la que el público no pierde comba “y agarre todo aquello que quiera agarrar”, como dice el propio Gas.