Varios minutos de aplausos han cerrado este martes la única función de La hidalga del Valle, un auto sacramental que se ha dejado ver de la mano de la Compañía Corrales de Comedias, a pesar de los inescrutables conceptos religiosos que aborda y su dogma de fe inmaculista.
Es la contribución local que el cambio de dirección del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro ha traído a un certamen más variado y con géneros poco representados, como la mística o la danza, para Ignacio Garcia obligados en un encuentro teatral que es “la reserva natural del Barroco”.
Para la compañía almagreña, que dirige desde hace décadas Antonio León, también ha sido un reto presentar ante el exigente público del festival el mismo espectáculo con el que el 29 de mayo de 1954 fue reinaugurado el Corral de Comedias.
De hecho, entre las sillas del patio del Corral pudo verse a reconocidos profesionales del mundo teatral como la actriz María Fernanda D’Ocón, el director Manuel Canseco o el dramaturgo y actor Álvaro Tato, que siguieron la propuesta “atrevida y moderna” de Corrales en torno al amor divino y el poder espiritual de Dios.
Al margen de valoraciones contrarias a la virginidad de la Virgen y la proyección moral que ha supuesto para las mujeres, el propio hecho teatral libera textos llenos de conceptos “universales”, que justifican el orden cristiano (culpa-redención) y sus creencias, siempre bien asentadas en el ejercicio del poder.
En este caso, la compañía almagreña ha querido contextualizar la época en la que Calderón escribió el auto sacramental, de alguna manera para adoctrinar a las gentes de la época cuando las nuevas corrientes de la Iglesia empezaban a cuestionar las tesis inmaculistas.
Así, lo ha concebido con una trama que cierra el círculo, con los personajes Culpa (Covadonga Calderón), el antihéroe que encadena a la Naturaleza Humana (Elena Alcaide) y que, acompañada por el Furor (Félix Espinosa), cobra un impuesto a todos los humanos que habitan el mundo por nacer con el pecado original. A todos, menos a una hidalga que por el amor divino y la gracia está exenta de pagar el tributo, al estar destinada a ser la madre de Dios sin perder la virginidad.
También están presentes personajes bíblicos, más humanos, como Job (Norton P.), o el rey David (Vicente Nové), que asumen la culpa ancestral y se redimen a través del Redentor.
Frente a la culpa están la Alegría (Rocío Sobrino), el Placer (Vicente Nové), el Amor divino (Norton P) y la Gracia (Áurea López). Es el bien contra el mal, el orden contra el caos, lo humano (imperfecto) contra lo eterno (justicia celestial), con un final aleccionador.
Sólo así se puede entender una trama en la actualidad poco tratada, en base a un texto en verso, bien dicho, con tintes abstractos y alegóricos.
Previamente a la pieza en si misma y para reivindicar espacio para los autos sacramentales, la compañía introduce una loa protagonizada por el propio género (Norton P.) y el autor del Gran Teatro del Mundo (Antonio León), que siendo una metáfora sobre la escritura mística, no consigue el carácter didáctico que se había planteado.
El auto sacramental se muestra como Segismundo, encadenado, y pide paso en la escena frente a comedias, tragedias o mojigangas, tras haber sido “el Rey del Corpus”, mientras que Calderón de la Barca defiende la convivencia de éstos con un género que él mismo aborda, al igual que sus coetáneos Tirso de Molina, Lope de Vega o José de Valdivieso.
Tono y ritmo
Con todo, en la puesta en escena del martes hay tono, ritmo y trabajo actoral, en el que destaca Covadonga Calderón, un personaje intenso sobre el que gira la trama, y Vicente Nové, Rocío Sobrino y Norton P., que representan “a las emociones, pasiones y afectos”.
Precisamente, el vestuario de estas materializaciones de sentimientos, que firma Susana Moreno, son inspiradores, atractivos, incluso con un punto estrafalario que atrapa, por sus coloridas composiciones florales sobre los trajes, que proyectan libertad.
De la misma manera, el diseño de iluminación, concebido por Jacinto Díaz y Huberto Morales, es muy acertado, tanto a la hora de ambientar la antesala del encierro, como para acentuar el dramatismo de los antagonistas, o crear espacios cómplices en el irremediable final.
En cuanto a la composición escenográfica, utilizan todos los rincones y accesos del Corral, para dar mayor dimensión y expresividad y para aprovechar la arquitectura renacentista, que acogió más de un auto sacramental hace siglos.