Con la novela de Irene Solà le “vino la idea, ya en el avión empezó a desarrollarla” y, nada más regresar a Villamanrique, empezó a escribir una novela que es un homenaje a su localidad natal, su padre y la literatura, con tributos en varios fragmentos a clásicos como ‘Cien años de soledad’ y ‘El Quijote’.
En la portada, un gran puño, como una presión, cae sobre el pueblo y en la contraportada se habla de la lucha contra las desdichas y cómo ‘la vida golpea” y “el pueblo resiste’. De ahí que también es un reconocimiento a la capacidad de resiliencia de los pueblos, donde “hay gente muy dura, muy estoica y, al mismo tiempo, muy soñadora”.
Profesor de Historia en Secundaria en Madrid y autor de tres brillantes poemarios como ‘El paseo del cancerbero’, ‘Cementerio de barcos’ y ‘Luminiscentes’, Maldonado debutó este febrero como novelista con un ‘Azote’ de intrépido ritmo, poética prosa y que combina detalles, aromas y perspectivas muy modernas con antiguas y enraizadas en el terreno.
Llenó el aforo en las dos primeras presentaciones en Madrid, en el Museo de la Imprenta y la Biblioteca Iván de Vargas, ha recibido excelentes críticas que comparan su narrativa con la de Miguel Delibes y ya le han pedido que se anime a escribir una segunda parte de esta novela que posee, entre sus ingredientes, “misterio, costumbrismo, sexo y muchísima humanidad, como son los pueblos”.
“Es una novela muy manchega porque habla de sus costumbres”. Por ejemplo, aparecen las celebraciones en Villamanrique de San Antón y San Marcos, también la Semana Santa o las noches de verano. Precisamente, la novela comienza con las Lágrimas de San Lorenzo, las Perseidas, tomando el fresco”, describe el autor de una obra en la que, en cada acontecimiento del pueblo, en distintos momentos del año, sucede algo. Es una novela muy sutil, que va dejando ver el contraste de los personajes a lo largo del tiempo y la evolución de las personas del pueblo”.
También están la berrea, el ganado y los privilegiados paisajes naturales del entorno de una trama que sucede en Belmontejo de la Sierra, apuesta por un nombre en conexión con el realismo mágico de la obra y que se corresponde con el anterior al que tuvo el enclave hasta que Rodrigo Manrique, padre de Jorge Manrique, dio autonomía a la previamente pedanía de Torre de Juan Abad, pasándose a llamar Villamanrique.

Estructurada en diez capítulos, es una novela de atmósfera y coral en la que el pueblo, Belmontejo de la Sierra, constituye también un protagonista que envuelve con un halo de realismo mágico a varias personas de distintas familias, surgiendo del coro en cada capítulo un personaje principal, un solista, describe Maldonado, que avanza que la obra tiene dos finales: uno en un capítulo al azar, en el que se descubre lo que tienen en común todos los personajes, para luego proseguir la trama, conociendo ya los vínculos, hasta el décimo capitulo que culmina en la actualidad.
El título de ‘Azote’ tiene que ver “con el contenido, con los golpes de la vida en general y en el pueblo en particular, así como porque como, a modo de rayos o fogonazos, los personajes van recordando distintos momentos de sus vidas en varias generaciones”. Así, la obra comienza en los años ochenta, “va dando saltos en el tiempo, siendo la referencia más antigua de 1898, cuando la Guerra de Cuba, y finaliza en 2023”.
Este sábado 22 de marzo, a las 18.30 horas, Maldonado presentará ‘Azote’ en el Centro Cultural Carlos Piqueras de Villamanrique, puesta de largo a la que seguirán el viernes 4 de abril en Valdepeñas y el viernes 11 de abril en Torre de Juan Abad, con previsión de llevar su novela de debut a otras localidades, entre ellas Ciudad Real.
Con una cálida acogida desde su salida, por ejemplo, en la cadena de librerías Elkar, con especial presencia en el País Vasco y Navarra, se agotó la primera remesa y ya han reclamado reponer más ejemplares de la novela, indica “muy contento” Maldonado por “la idea de ver la foto de mi pueblo de la portada en un lugar, a priori, tan lejano como el País Vasco”.
A Maldonado, queda claro, que le gusta mucho su pueblo, “un lugar muy bonito, con paisajes muy recomendables” y donde alcanza la tranquilidad que no tiene en Madrid. “Es donde me relajo, duermo en la cama donde dormía de pequeño, tengo amigos de la infancia, es como mi lugar seguro, mi Macondo”, confiesa el escritor, para quien, como el pueblo está perdiendo habitantes, la novela ‘Azote’ es su aportación “quijotesca” de “luchar contra su desaparición, de hacer que la gente lo conozca y visite e incluso que vean que allí también se puede ir a emprender, como hacen en la novela dos personajes ficticios que van de Madrid hacia el pueblo”.

Fragmento del primer capítulo de la novela:
“Rugía una moto de ciento veinticinco centímetros cúbicos. La guiaba el mismo hombre moreno de otras ocasiones. Nunca podía contemplar su cara nítida porque yo viajaba detrás, agarrado a su cintura. Nos desplazábamos sin casco. Solo veía su cabello moreno, despeinado por el viento. En un momento del trayecto apoyaba mi cabeza sobre su espalda. Conducía sin prisa, sin más luces que un cuarto de luna y las estrellas resplandecientes. Las Perseidas nos caían como granos de arroz sobre un matrimonio recién estrenado. El aire nos traía una mezcla de olor a tomillo, sonidos del campo nocturno y el deseo de la piel. Detuvo la moto tras girar por un camino de tierra batida. Acarició mis manos. Comenzó a girar su cara, me preparé para besarlo. Mi carne era una olla a presión. Me despertó el estallido. No quería abrir los ojos, la vergüenza me cegó. Me levanté cuando resultó demasiado molesto mantenerme entre las sábanas. No porque estuviesen mojadas, mi cama se transformó en un lugar inhóspito. A tientas corrí al baño para limpiarme. No podía aguantar en casa, ni siquiera era capaz de permanecer en mí. El reloj marcaba unos minutos más de las cuatro y diez, pero necesitaba una dosis de aire que mitigase mi angustia. Atravesé el umbral donde mi padre y yo habíamos ejercido de estatuas sedentes unas horas antes. La misma pesadilla me despertaba de forma recurrente y, en lugar de acostumbrarme, cada noche me atormentaba más. Parte de mí necesitaba que se hiciese realidad; y precisamente la realidad me lo impedía.
Salir a la calle no resultó una buena idea. Nadie me vio, solo una lechuza que había anidado en el callejón de al lado. Estaría cazando ratones, pensé. En ese momento deseé sufrir entre sus garras. Imaginé convertirme en el afortunado ratoncillo, pero la lechuza tomó el aspecto del motorista y su ululato empezó a sonar como la moto de mis tormentos. Me autodiagnostiqué demencia; lo mío no parecía normal ni tenía remedio. Continué mi paseo y en poco más de cinco minutos abordé las afueras del pueblo. En ese instante no se oían ni los grillos. Los múltiples ojos del cielo me juzgaban. Al momento vi el trazo flamígero de una estrella fugaz. Tenía el tamaño de mi culpa. Su luz brilló con una señal: debía solucionar mi problema. Seguí andando, quería vivir en el cielo acompañado de mi madre y mis abuelos, necesitaba observar las estrellas desde el otro lado. ¿Cómo podría hacerlo? El agua era la solución. Desde el agua pasaría al otro mundo. El agua formaba una puerta. El agua calma la sed, y yo tenía sed de morir. Puse rumbo hacia el pozo cercano al camino con dirección a la sierra, allí encontraría el agua que necesitaba. Pensar en el agua surtió efecto, pues durante el resto del trayecto olvidé por completo mis males. El moreno de la moto se había diluido. Solo pensaba en mi padre. El hecho de sobrevivir a un hijo debe de ser algo tan duro que no tiene nombre. Hay viudedades y orfandades con su dolor correspondiente, pero el dolor de un padre o una madre sin su hijo no aparece recogido en ningún diccionario. Me tranquilizó saber que mi hermano vendría a hacerse cargo de él. Tal vez se instalarían en el pueblo para cuidarlo o se lo llevarían a Barcelona; seguro se adaptarían a la nueva situación sin mí. Quizás esa sería la mejor opción, cambiar de aires ayuda a recomponer el mundo cuando se te ha caído encima.
Recordé las palabras de Don Marino, mi maestro. En la escuela nos explicó que el agua es el origen de la vida, por eso las personas se sienten tan felices frente al mar. Mirar al mar te acerca a tus raíces más profundas y de alguna manera te encuentras en casa. Yo no había visto el mar, pero lo sentiría desde el otro lado, como al universo, al viento o a los campos donde trabajaba; como a mi padre y a mi hermano. Llegué al pozo. Era el momento de caer al otro lado del espejo. No bastaba con saltar, aunque no supiese nadar. Don Marino nos había hablado de las masas y las fuerzas. Busqué la piedra más grande de los alrededores. Me tranquilizó comprobar que ya había desaparecido todo mi mal, y eso que aún permanecía en el pueblo. Encontré la piedra. Para mí dejó de ser una piedra, se trataba del pomo de una puerta hacia el más allá. Me acerqué al pozo. Solté el cubo enganchado a la polea fija para sacar agua. Liberé la soga de los horcones. Até a la piedra uno de los extremos. Fuerte. Con un lazo marinero me até el otro extremo al cuello. Apreté. Salté para regresar al origen. Continuaron las lágrimas de San Lorenzo”.