Todos los públicos son exigentes y, sin excepción, respetables. Conocedoras de esta realidad, las compañías de teatro se esfuerzan por preparar montajes que estén a la altura de sus espectadores. Si el público para el que se plantea la obra es infantil, el esfuerzo se alimenta de la ilusión potencial de los niños.
A las 20:00 de este miércoles, día 10, se alzaba el telón y comenzaba la obra infantil Traspiés. Palabras para desaparecer, preparada por el Colectivo de Creación Matrioska.
Un comienzo sorprendente y extraño que poco o nada tuvo que ver en su planteamiento estético y argumental con el resto de la representación. Fue, en efecto, esa carencia de uniformidad dramática y artística el mayor defecto del que adoleció la obra y el motivo por el cual el público se mostró más cercano a la indolencia que a la emoción.
El espectáculo se presentaba como una obra en la que se daría vida a sentimientos como el miedo, el amor, el anhelo, la amistad o el valor, pero lo cierto es que, por el tipo de progresión tan deslavazada con el que estaba planteado, había que guiñar mucho los ojos para poder percibir tales pasiones.
Pensando en que este teatro está hecho para niños, no se entiende esa falta de coherencia en el ritmo y en la trama. Al hilo de esta cuestión, habría que mencionar también el hecho de que algunos de los textos empleados fuesen extraídos de las obras de poetas del XVII como María de Zayas, Sor Violante do Ceo o Cristobalina Fenández de Alarcon. Esos textos son objetivamente buenos, pero para poder llevarlos a un escenario infantil han de ser tratados con una cierta cautela, pues, de lo contrario, podría ocurrir lo que de hecho ocurrió: que los niños no supieron razonar el motivo por el que se les estaban ofreciendo esas rimas.
Los niños o el aburrimiento
Es cierto que la función tenía muchos puntos fuertes, como la riqueza de la música en directo que salió de todos los instrumentos de Helena Fernández, especialmente del clavicordio, que fue la batuta que marcó los tiempos en escena de los movimientos de los personajes; o la expresividad y la comicidad de las actrices en determinados momentos. Pero esos puntos fuertes chocaron de frente con aspectos como la poca justificación de una pequeña proyección de cine mudo o con cuestiones técnicas como la mala iluminación o la precariedad de las proyecciones.
Los niños, por supuesto, no reparan de una forma meditada y profunda en todos estos asuntos, pero puede percibirse que sí que lo hacen (aunque sea de forma inconsciente) en las constantes llamadas al silencio que se pudieron escuchar. La razón de que los niños se aburriesen no residía en su inquieta juventud, ni tampoco hay que buscarla en la duración del espectáculo (60 minutos), el aburrimiento colectivo estribaba en la ininteligibilidad de la trama y en la falta de cohesión.
Traspiés. Palabras para (des)aparecer ofrecía más de lo que podía dar y, quizá, si se hubiese procurado una uniformidad en todos los sentidos, los niños (y los adultos), hubiesen salido del Teatro Municipal de Almagro con un sabor de boca menos agridulce.