Convertido en artista internacional tras su estancia durante ocho años en Alemania y exposiciones en múltiples ferias de arte, el ciudarrealeño Ángel Barroso prepara la muestra que exhibirá a partir del 21 de mayo en el Museo del Quijote donde se podrá ver su trayectoria de prácticamente tres décadas de un expresionismo en el que hay mucho sentimiento y también tensión.
Con un estilo que precisamente entronca con el expresionismo alemán, lo que ha favorecido que su obra sea muy apreciada en Centroeuropa, asegura que vivir en Múnich le ha “marcado” y “enriquecido” a nivel personal en gran medida al tener la oportunidad de conocer a “muchísimos artistas de diferentes países con los que intercambiar opiniones e ir a numerosas ferias de Alemania, Suiza, Austria, Hungría y Turquía”, conociendo de primera mano “lo que se está creando en la actualidad”.
Se siente “otro” como persona. Vivir esta etapa en una ciudad “muy cosmopolita” donde confluyen creadores procedentes de múltiples latitudes con sus diferentes culturas le ha “abierto la mente en todos los sentidos”, además del reto que supuso “irse por ahí, con un idioma tan complicado como el alemán, y a la aventura total. Me fui con una maleta”.
“Al principio era casi un sueño exponer simplemente en un barecito”, pero luego fue “como un cohete… A raíz de una Feria en Colonia, con las obras en las que aparecen multitudes, empecé a vender cuadros y cuadros, y a raíz de ahí ha sido no parar”, resume Barroso, que ha trabajado con la galería Munique Art y ahora lo hace con el director de la Feria de Múnich ArtMuc, Raiko Schwalbe, quien también va a ser el responsable de una nueva Feria de Arte en Hamburgo.
De vuelta a casa
De regreso a sus orígenes, Barroso está instalado desde noviembre en Ciudad Real, donde ha alquilado un céntrico estudio al que ha llevado obras creadas a lo largo de su recorrido artístico y ultima nuevas para la exposición en el Museo del Quijote que podría llamarse, aunque aún no lo tiene completamente decidido, ‘Ellos suceden dentro del punto que se ensancha’, título inspirado en el poemario ‘Matar a Platón’, de Chantal Maillard, y que, señala, “resume mi discurso artístico de personajes que están en un espacio donde hay un punto que se ensancha, como una perspectiva que se abre hacia fuera, hacia la gente que observa a los personajes”.
“El espectador mira la obra y, al mismo tiempo, también es mirado por ella”, con personajes que observan lo que está pasando fuera de la pintura, describe Barroso, cuya forma de trabajar se basa en una “improvisación total. Me coloco delante del lienzo y, en principio, no sé qué va a ocurrir ahí. El cuadro va evolucionando conforme voy trabajando con la intención de que sea una pintura fresca y enganche al espectador, que piense ¿qué quiere decir esa persona que está ahí o esa multitud de gente que mira lo que está ocurriendo fuera del lienzo? ¿Están observando una escena que está pasando?”
Capa sobre capa para crear volumen trabaja Barroso, que va marcando la anatomía y rasgos con los planos de color en unas obras cuyos personajes suelen tener mucha carga emocional, a veces en alta tensión. “Cuando pinto no pienso en hacer algo bonito. No pienso en hacer un cuadro que quede bien o que sea decorativo. Intento expresar lo que en ese momento me pide el cuerpo y hay veces que salen personajes realmente grotescos y otras que el cuadro es más amable. Depende de la situación”.
En su obra, busca que se note la fuerza expresiva del gesto al poner la pintura y emplea en formatos grandes brochas y paletinas para “decir lo máximo con las menos pinceladas posibles”.
Vértices
“Un profesor me decía que cuando pintase imaginara que hay un triángulo que se va moviendo, formado por la mano, el corazón y la cabeza”, teniendo en cuenta que cuando uno de esos vértices falla el cuadro no sale bien. Tienen que funcionar esos tres vértices para que tus movimientos y lo que expresas tengan una coherencia y belleza plástica”, expone Barroso, que al observar obras de hace veinte años percibe “cierta ingenuidad que ahora no tengo. Ahora mis personajes tienen otra mirada, otro gesto, otros colores. La gama se ha oscurecido mucho. Antes buscaba colores puros, pintaba con los tres primarios y el blanco, ni siquiera usaba negro. Con esos cuatro colores hacía todo y ahora, por ejemplo, me interesa mucho la gama de los grises que es súper bella y con la que antes, cuando era joven, ni siquiera me había planteado trabajar”.
En eso aprecia que ha evolucionado, pero se mantiene constante en su producción el juego con la mirada de los personajes, el gesto y la expresividad de las manos, los ojos y la boca.
En su estudio, se encuentran obras de hace “muchísimos años” como en la que utiliza un fotograma de la película ‘El acorazado Potemkin’ de una mujer que recibe un disparo en un ojo. “Podría hablar de la guerra”, así como “de un millón de otras cosas que suceden, incluso por qué no de la pandemia, de la desesperación”, indica Barroso, que le gusta la cualidad atemporal de los cuadros, de manera que los temas “se puedan trasladar a lo que vivimos hoy en día aunque lo haya pintado hace veinte años”.
Enérgicas pinturas
De su estancia en Hungría, donde vivió un año después de residir dos años en Múnich, capital de Baviera a la que posteriormente regresaría, cuenta con varias obras de colores muy vivos y cuerpos en posturas enérgicas, “algo retorcidas” y también “exageradas” al igual que su musculatura, entre ellas la de un hombre-coloso que observa desde arriba al espectador como diciendo que, pese a las dificultades y baches, ‘aquí estoy todavía en pie’.
Otras obras se corresponden con la exposición ‘Die Blicke’ que exhibió hace tres años en la Escuela de Arte Pedro Almodóvar y que se enmarcan en la producción en la que lleva trabajando desde hace cuatro años sobre multitudes, las cuales tienen “un punto de enigma” y en las que se percibe que la comunicación que los personajes tienen con el espectador no existe entre ellos. “No se miran y quizás la única relación que tienen es la cercanía física pero nada más”, señala Barroso, que estima que posiblemente ese estar solo en medio de la gente se deba a cómo se sintió al aterrizar en Alemania con un idioma que aún no dominaba.
Un joven que se tapa la boca y nariz subiéndose a la cara la propia ropa deportiva a modo de mascarilla, la obra ‘El hombre que anduvo hasta la ciudad de papel’ que giró en 2007 por museos con la muestra de jóvenes artistas de Castilla-La Mancha, un cuerpo femenino de espaldas como una de sus escasas obras en las que no busca la implicación con el espectador a través de la mirada de los personajes, multitud de personas inmersas en entornos de naturaleza -lo que admite que puede ser influencia de la cultura alemana y “su obsesión por la relación entre hombre y naturaleza”-, y cuadros de última creación con partes incompletas en las que apenas esboza el detalle para que el espectador mentalmente lo termine, son otros de los lienzos que pueblan su estudio, así como obras de modelado como cabezas que podrían ser las de personajes de sus cuadros, y grabados, entre ellos uno de Don Quijote con modernos molinos de viento a sus espaldas.