Escribir de forma tardía quizás sea una expresión rebelde contenida en el tiempo; tal vez tan sólo sea la necesidad de desbordar una pasión que estaba ahí y que, como tantas otras cosas, no tuvo tiempo de florecer entre los quehaceres diarios de un adulto.
Algo así debió ser la poesía de Francisco Caro, que desde su Piedrabuena natal comenzó a trazar, ya bajo las canas floreciendo, el legado de una poesía que ya es patrimonio cultural no sólo en su tierra, sino de España. Premios como el de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha 2004, el Ciudad de Zaragoza, el Leonor, el José Hierro o más recientemente, el Premio València de la Institució Alfons El Magnànim, son muestra de un reconocimiento generalizado, que hablan de una sola cosa, la necesidad de desenvolverse entre sus versos.
Francisco Caro: Escribir y publicar en los años tardíos, “mayores” los llamaba Margarit, es un asunto cada vez más cotidiano. Las redes actuales han librado del pudor a mucha gente. Yo comencé a escribir a comienzos del presente milenio. En mi caso comencé a publicar favorecido por la cercanía y amistad de otros poetas y sobre todo por un problema grave de salud, en 2003, que trajo hasta mí una nueva mirada interior y un tiempo más sereno. Hay un par de poemas en “Aquí” que son deuda de aquel momento. De mis primeros tanteos escribidores, después de tantas lecturas, recuerdo el gusto por el lenguaje y sus posibilidades, también la necesidad de contar miradas y sensaciones, con ellos se fue forjando lo que puedan tener de personal mi voz y mi mundo en este vicio de hacer versos.
H.P: En 2006 publicó “Salvo de ti” y, desde entonces, un total de 14 libros. No está mal la media de casi un libro por año.
F.C: No está nada mal, no. Y estoy de ello satisfecho. Pero publicar más o menos no es signo de nada. A veces se debe a la oportunidad, no a la decisión propia del autor. En estos momentos de la cuestión, es un lugar común decir que se publica demasiada poesía y que se lee demasiado poca. En mi caso, los premios me han permitido publicar, sobre todo en mis primeros años poéticos, luego, en esta última década, han ido apareciendo ediciones libres e incluso una antología “Este nueve de enero”. En cualquier manera, el ritmo editorial se ha ido fundiendo en armonía con mis impulsos creadores y me han permitido decir públicamente lo que en cada momento pretendía. Vuelvo al principio, no está mal, no. Pensemos que el gran Claudio Rodríguez sólo escribió y publicó seis libros.
H.P: El palmarés que también ha conseguido también es extenso. Es el Real Madrid de la poesía, ¿es futbolero?
F.C: Soy cada vez menos futbolero. Dicho esto, digo que la poesía no es muy amiga de los escalafones, ni la verdad de un poeta se mide por los premios obtenidos. Pensemos cuántos obtuvo Miguel Hernández. Un premio, que no es otra cosa que un reconocimiento, significa que un jurado, en ese instante, ha preferido tu libro a otro, nada más. Los premios alegran, permiten publicar, ser algo más conocido, pero… hasta ahí. Yo siempre he procurado ni ocultarlos ni llevarlos en procesión. En cuanto a fútbol, digamos que no soy muy madridista, aunque, hoy por hoy, reconozco que es el mejor equipo de España.
H.P: ¿La publicación de la obra es el fin o es el medio para seguir escribiendo?
F.C: El final de la escritura de un libro significa el agotamiento de un estadio de excitación creativa, sobre todo si se entiende como un corpus cierto y no es una mera acumulación de poemas inconexos. Tras el punto final suele aparecer una pequeña depresión y una cierta melancolía, a los que sucede luego un tiempo de reposo y una revisión que parece no tener fin. Solamente tras su publicación, el autor, es mi caso, se desliga en parte de él, justo en el momento en que es novedad y entrega para los demás. Tras la aparición de “Paisaje (en tercera persona)” estuve casi dos años sin escribir un poema. No se puede forzar la poesía. Es una brisa que sopla cuando ella desea y que necesita encontrarnos despiertos y ávidos para que pueda fructificar, si es que decide quedarse con nosotros. Recuerdo a nuestro paisano Félix Grande decir que estuvo más de diez años sin escribir un poema o el gran Eladio Cabañero, que dejó de escribir a los 40 años, en la flor de su madurez.
H.P: Decía usted el otro día en la presentación de Mª Antonia García de León en la presentación de su poemario “Mira la vida”, que tiene la sensación de haberlo escrito todo. Cuando el presente devora con tanta prisa lo que hacemos, ¿es posible llegar alguna vez al final de lo que queremos?, ¿qué proyectos tiene en mente?
F.C: En realidad, todo está dicho por todos, sólo nos cabe variar modos y densidades. En mi caso, el recorrido ha sido corto e intenso y me ha permitido enriquecerme en experiencias, valores y amigos. Digo que algunos de los que estaban cuando comencé, ya no están, como mi gran amigo Nicolás del Hierro. El tiempo es un Saturno implacable. No recuerdo exactamente lo que dije en Torralba, pero sí que estoy en un momento de pausa como aquel de 2010 a 2012. Tras la publicación de “Aquí” y “Fuentévar” en donde vuelvo la mirada a mi tiempo y mi tierra, creo que, de momento mi discurso está en espera. Mi proyecto actual es escribir lo que el instante diga, ayudar lo que pueda en la nueva y ciudadrealeña editorial Mahalta y escuchar el viento.
H.P: ¿Dónde encuentra la poesía Francisco Caro?
F.C: Siempre he dicho que la poesía es, aparte de los elementos que se le quieran añadir, un acto del lenguaje. En sentido lato, a cualquier momento bello, físico o vital, lo llamamos poesía, pero hablando estrictamente, la poesía necesita lenguaje en tensión, sin él no entiendo el poema. Y el poema es el artefacto con que pretendemos atrapar la poesía. Para mí el lenguaje es la condición precisa para que la verdad, la emoción, la imaginación, la provocación, la angustia o la alegría que un poema contenga pueda aparecer en plenitud. En poesía la forma también es fondo. Con esto quiero decir que sé dónde “no” está la poesía, pero también sé que se esconde demasiado para demasiados de nosotros. Hablo de la auténtica. Otra cosa es el oficio de hacer versos. Horacio ya avisaba que donde hay mediocridad no se aloja la poesía.
H.P: ¿Se puede resumir la vida en un solo verso?
F.C: Cada día miles de personas lo procuran. Quevedo lo intentó con “polvo será, mas polvo enamorado” y no anduvo lejos. En algún poema mío digo que “es un viaje sin excusas”. La vida, en su inmensa finitud, es un diamante con demasiadas facetas como para poder quedarnos con uno solo de sus reflejos.
H.P: Antes, en los colegios, nos obligaban a leer un libro por semana, igual aquello no era tan mal castigo y no supimos entenderlo a tiempo, ¿verdad?
F.C: Todo tiende hoy y siempre a la debilidad, a la mínima exigencia. Añadamos el predominio de la cultura icónica, tan intuitiva, sobre la tensión reflexiva que supone la lectura. La lectura exige para su dominio horas y horas de práctica. Por eso hay tan pocos lectores de poesía. Y por el mismo motivo tantos de esa poesía, llamémosla adolescente, tan de moda, por la poca exigencia lectora que exige. Pero tal es el signo de los tiempos.
H.P: El año 2020 nos confinó, pero también empujó a mucha gente a la lectura y a escribir libros, ¿le sorprende todo aquello que surgió visto ahora con perspectiva?
F.C: Ya han aparecido numerosos libros glosando el momento de nuestra reclusión, y son escasos aquellos otros en los que no ha dejado rastro. Se venía venir, el poeta debe estar atento a su mundo y momento. Puede ser moda , puede ser plaga. El problema no es el qué sino el cómo. En mi último libro, “En donde resistimos”, que publicó Hiperión, también aparece el tema.
H.P: Decían que la pandemia y lo que provocó nos iba a hacer mejores personas, ¿todavía tiene confianza en que eso suceda?
F.C: Tampoco nos ha hecho peores de lo que ya éramos, el problema es otro. Vamos a una globalización tan fuerte que cualquier cosa en cualquier lugar del mundo nos afecta individualmente. O sabemos reaccionar o podemos enloquecer. Si uno puede comunicarse con Whassapp al instante con cualquier lugar del mundo y pasamos las vacaciones en Patagonia en vez de Ruidera, no debe extrañarnos que la guerra en Ucrania nos afecte directamente y personalmente. El planeta se nos ha hecho pequeño para tanto invasor.
H.P: “Aquí” y “En donde resistimos”, son dos títulos que leídos juntos también se comprenden. ¿Qué se encuentra el lector en cada uno?
F.C: Al hilo de pregunta anterior y su respuesta se entienden y se extienden estos poemarios. “Aquí” habla de mi infancia y mi pueblo, donde he visto transformarse el mundo: durante mi vida, he visto el cambio que supone usar mulas y el arado romano para labrar un terreno hasta verlo hacer ahora telemáticamente sin participación humana alguna. En mi calle había una sastrería, dos fraguas, una carretería y una herrería: nada queda. Esta primavera, comentando “Aquí” con alumnos de bachillerato, alguno me preguntó ¿qué es una fragua?, palabra en desuso vital para él. El libro surge porque me era preciso decir que he vivido, que hemos vivido. En cuanto al segundo, “En donde resistimos”, el libro habla de los lugares en que es posible resistir a la despersonalización que nos amenaza, y que no son otros sino el amor, la belleza, la tolerancia y la fraternidad. Los caminos del pasado, las autopistas del futuro. En todos ha estado y estará la poesía, más antigua, recordemos, que la propia escritura.