Por su formación como veterinario, y al igual que hizo en títulos como ‘El sanador de caballos’, Gonzalo Giner busca episodios históricos para sus novelas en los que tienen una relevante importancia los animales, y en su última entrega este protagonismo lo tiene la riqueza que reportaba a la Castilla previa al descubrimiento de América la lana de oveja merina, considerada la mejor del mundo, que se vendía a los grandes talleres textiles de Francia, Inglaterra y Flandes.
“Al año se exportaban entre 40.000 y 50.000 toneladas de lana” que tenía un valor, haciendo un cálculo aproximado con una moneda próxima a la actualidad, de en torno a unos 3.000 millones de pesetas de la época de finales del siglo XV, apreció Gonzalo Giner, que indicó que estas grandes cantidades las movían apenas “ventitantos mercaderes”, quienes viajaban mucho por toda Europa y hablaban varios idiomas.
La reivindicación de un arte como el de los vidrieros, capaces de crear “increíbles” obras en las catedrales góticas, y pese a ello que, a diferencia de lo que ocurre con pintores, escultores o arquitectos, nadie sepa ni un solo nombre de un maestro vidriero, también atraía a Giner que, durante el proceso de documentación para escribir su última novela, encontró el vínculo perfecto para enlazar ambos mundos: el de la Mesta y el de los creadores de ‘Las ventanas del cielo’.
Giner, que departió este jueves en el antiguo Casino con sus lectores sobre la novela ‘Las ventanas del cielo’, indicó que la conexión la halló en el encargo, un poco antes de la conquista de América, que hizo la reina Isabel de Castilla a un burgalés mercader de lanas, muy conocido en la época y con delegaciones comerciales por toda Europa -el Amancio Ortega del momento-, para que buscara al mejor maestro que trajera de Flandes el arte nuevo de hacer vidrieras para la Cartuja de Miraflores de Burgos, donde quería enterrar a su padre, Juan II de Castilla.
A través de varios personajes, con “sus dramas, frustraciones, sueños y anhelos que van recorriendo toda la historia”, enlaza ambos mundos en una época en la que en los templos góticos, con el arco ojival que permite que el reparto del peso sea prácticamente vertical a diferencia del de medio punto característico del románico, se estrechan las paredes y se abren grandes ventanales en los que se colocan vidrieras que son “biblias de cristal” con pasajes del antiguo y nuevo Testamento que luego se explicaban a los fieles. En catedrales altísimas, son en realidad auténticas ‘ventanas del cielo’ porque no sólo se buscaba con ellas un efecto estético, lumínico y de color, sino que eran didácticas biblias y el “recuerdo de que la iluminación divina podía atravesar el templo para llegar al creyente”.
Pese a la belleza de las vidrieras, se trata de un arte muy olvidado y poco reconocido, indicó Giner, que recordó que, cuando contactó con el mayor especialita en vidriera medieval del país, el leonés Luis García Zurdo, éste le indicó que los vidrieros, a diferencia de los pintores, “no pintan con óleo o acuarela”, sino que lo hacen “con luz”.
Admirador de la cetrería medieval, Giner narra en ‘Las ventanas del cielo’ la relación “muy particular” que se establece entre un halcón hembra y el protagonista de una novela que lleva al lector a diversos entornos como los de Terranova, el desierto de Túnez, Burgos, Lovaina y París.
En el encuentro con sus lectores, Giner departió sobre su última entrega, comentó cómo la ideó y escribió, además de contar aspectos de “las patas históricas sobre las que se aposenta la trama” y que no están en la novela.