Como el hombre-bala que se mete en el cañón con una sonrisa dibujada en el rostro aunque sabe que se juega la vida con la hazaña, el equilibrista que silba mientras camina por el alambre o los reporteros que mantienen el tipo aunque se vaya por momentos la conexión en medio de una contienda en la que prácticamente mueren todos, los cuatro actores de la compañía brasileña Do Funil (Del embudo) narran la catástrofe en el seno de la monarquía de Dinamarca con un chispeante y fresco humor, además de una dinámica expresión corporal, que no exime de mostrar los males que azotan a la familia de Hamlet.
Bruno Rigobello, uno de los cuatro actores, dirige un lúdico galimatías de metateatro con transgresiones e incluso cameos de personajes históricos como Nietzsche que muestra las principales escenas de la obra de Shakespeare de forma muy visual como las grandes novelas ilustradas que transmiten la esencia de relevantes títulos de la literatura universal.
Con traducción al castellano de Daniel Ramos Lorenzo, quien también forma parte del elenco y protagoniza varios de los gags más divertidos, Do Funil ha hecho el esfuerzo de traer a AlmagrOff su ‘Hamlet ilustrado’ en español, que da paso a un portugués desenfrenado y sin necesidad de ser entendido en las situaciones de confusión o caos colectivo.
Arianne Lima y Teresa Cecilia completan el reparto -todos de blanco, negro y rojo- de una producción sin escenografía, atrezzo, juegos de luz ni diseño de sonido. La espalda de un compañero inclinado sirve de trono, el fantasma del padre de Hamlet levita alzado sobre las plantas de los pies y las palmas de otro intérprete y la inmersión en el mar se recrea haciendo el pino con los pies moviéndose como si estuvieran impulsando el buceo.
La locura como treta de Hamlet para descubrir a los impostores, aunque al final el delirio acaba con su amada; el veneno tanto de la codicia por el poder como también el de la obstinada venganza; y la duda como referente de la libertad y la existencia aparecen en una pieza con divertidas recreaciones como el romántico programa en el que el escandinavo enamorado se despecha y despacha a gusto con la bella Ofelia diciendo que se busque otro porvenir aunque sea en un convento. Nietzsche filosofea para explicar el dilema de una de las escenas más míticas y existencialistas del teatro y aparece un censor muy patrio soliviantado ante la prohibitiva exhibición de delitos en el seno monárquico y que confunde al proscrito y náufrago Hamlet con un inmigrante a devolver al otro lado del Mediterráneo.
Acrobacia con un destacado trabajo físico, pantomima y pinceladas de clown se emplean en el transcurso de una obra en la que los actores cantan canciones y emulan ruidos, sonidos e instrumentos como la sirena de un barco, el canto de los pájaros o una trompeta. Con brillante humor transmiten, por ejemplo, las disquisiciones entre dos hojas que nunca están de acuerdo de una misma puerta, con lirismo representan la desconsolada muerte de Ofelia y con simpatía caricaturesca la incredulidad de los piratas al encontrarse en su barco con el príncipe danés en medio de una tormenta.
De ágil ritmo y en continua interlocución con el respetable para que, incluso con breves recapitulaciones, no se perdiera en el meollo de la trama, el espectáculo divirtió en todo momento y pareció durar un periquete, tras el que la compañía brasileña se llevó el sincero y agradecido aplauso del público congregado en AlmagrOff.