Puede pasar cualquier cosa en el ring de madera al que sube a sus actores la compañía Galearto. Los intérpretes, dispuestos en todo momento al juego y lo que ello implica de velocidad mental e improvisación en el montaje ‘Arte sen guión’, eligen temática, punto de partida, escogiendo, como si fueran las bolas de un bingo, papeles con propuestas sobre virtud y pecado escritas por los espectadores a la entrada del espectáculo y depositados, a modo de cofre, en el hueco entre las tapas de un códice sobre el medievo gallego al que por el tiempo, quizás por descuido o los ratones, le faltan páginas.
En cada función, el azar, con el humor como estrella polar, guía el devenir de los pasajes de la obra y el sábado en la Casa-Palacio de Juan Jedler la soberbia y la paciencia infinita aparecieron para dar pie a escenificar la compra de una vaca, de nombre María del Carmen y un tanto tozuda, aunque sabía bailar claqué e imitaba con sus ventosidades el afinado timbre de diversos instrumentos de viento, por el caprichoso hijo, pesado hasta la saciedad, “más que una vaca en brazos”, de un señor medieval.
La historia inventada sobre la marcha, con la tradición oral gallega como punto de referencia, podía tomar cualquier dirección, como cuando salió del sorteo la virtud del valor del que hizo gala un adulador caballero de nombre Federico, que se jactaba de estar ‘bueno’ y que a su paso las damas exclamaran ‘¡Rico, rico!’, y que, con su espada de nombre ‘Empanada’, se fue a guerrear a Navarra a enfrentarse con una Isabel que, ni corta ni perezosa, intuyendo que en realidad su contrincante era un “cobardico”, le hizo morder el polvo no sin antes darle el gusto de bailar la Macarena de Los Del Río.
Cantigas de Amigo y de Amor formaron parte de la estructura de un montaje con música en directo a cargo de Nacho Martín, tocando el bajo y la guitarra y aportando precisos efectos sonoros, en las escenas de una pieza con un trap feminista y un jubiloso canto de encuentro y desinhibición en la taberna.
Completamente inmersos en el festivo divertimento de hacer girar los hechos con lo primero que llegara a la mente, por muy medieval o contemporáneo que fuera, hubo un ‘no va más’ de transformación de argumentos que culminó, con un embarazo del que salió un perro que se metamorfoseó en un can-batman con la colaboración del murciélago que asiduamente revolotea, limpiando de mosquitos, el cielo del patio de Fúcares.
Pero también aconteció un juicio, inquisitorial para más señas, con el público lanzando todo tipo de verduras a la acusada cuando no acertaba en dilucidar su culpa, pese a las pistas que le daban sus compañeros, por una tan execrable falta como comer pizza con piña en una fábrica siendo trabajadora de una oficina de empleo, datos todos ellos elegidos por el público de forma tan aleatoria como alejada de una lógica previa.
Sujetos a la expectación por el desafío de la improvisación y animados por la comicidad de las situaciones y rimas resultantes, los espectadores siguieron en todo momento y se involucraron en las sensaciones de montaña rusa, con momentos de suspensión en el aire, de la compañía gallega, con cuyo espectáculo, copatrocinado por el Centro Dramático Galego, culminó el valioso programa, repleto de ingenio y creatividad, aportado en esta edición por Galicia como Comunidad Autónoma invitada del Festival de Almagro.
