Aunque la función empezó casi media hora después de lo previsto, ‘La Baltasara (de actriz barroca a santa anacoreta)’ cumplió las expectativas y emocionó al público del Corral de Comedias en el último estreno absoluto del ciclo almagreño.
Fue una sensación incómoda y de abatimiento, al tener ante los ojos otra manifestación de injusticia hacia la mujer, en este caso la de una actriz de hace más de 300 años, dentro de una ominosa herencia que ahora vemos con mirada crítica, y que entonces era justificada con una perversa moralidad.
Se llamó Ana Martínez y fue conocida en los escenarios como La Baltasara, una artista de éxito que se acabó rindiendo a la implacable presión social y censura de la Iglesia, cuando se encontraba en lo álgido de su carrera.
“Lo hice por cansancio”, confesó con un agotado hilo de voz Pepa Zaragoza, la actriz que da vida a su colega barroca, y que desmontó todas las teorías que justificaron su precipitada huida en plena representación, tras recitar unos versos sobre un caballo como Rosa la Solimana y bailar una sensual zarabanda.
La Baltasara, apodada así por haber nacido el día de Reyes, eligió un cambio de existencia, una vida de ermitaña solitaria, no como un refugio final tras sucumbir a los principios católicos, sino más bien como una victoria personal que le permitiera acabar con la opresión a la que sometían a todas las actrices de la época, como Bárbara Coronel, Micaela de Luján o Elena Osorio.
Es una denuncia más sobre la necesidad de reparar el talento femenino en cualquier espacio, a lo que ha contribuido el director del montaje, rescatando esta figura “con la intención de mirarnos en el espejo y remover conciencias a través de las mujeres que subían a las tablas de los corrales a sabiendas de que eso las condenaba al ostracismo social, privadas de entierro en Sagrado, y se retiraban a los conventos como única alternativa”.
También destaca “la búsqueda de libertad, de la posesión de su propio destino, de experimentar en las vidas de sus personajes lo que a sus propias vidas no les estaba permitido”, tal y como lo hizo una Baltasara valiente.
Así quedó plasmado en la obra dirigida por Chani Martín sobre un libreto de Inma Chacón, en el que un alegre e iluminado camerino simbolizó el virtuosismo de la actriz, como también evidenció, al quedarse a oscuras, el ejemplo de depuración de la vida licenciosa que llevaba ésta y otras comediantas, supuestamente provocadoras de escándalos y actos promiscuos.
Música e interpretación
La música completó una gran interpretación de Zaragoza, que supo desenvolverse en las tablas y en el patio del Corral, con Nacho Vera y su interpretación de temas en directo con la guitarra y el cajón, además de ambietar el montaje con sonidos electrónicos, y dar el contrapunto a los personajes masculinos que acompañaron a la actriz (marido, padre o el obispo)
La escenografía se movió en torno a una estructura que se desplazaba sobre un eje central y que sirvió para describir las escenas, bien religiosas, bien de teatro.
El vestuario de Fernando Sánchez-Cabezudo también fue acertado por la vistosidad de los diseños de la actriz y su adecuación a cada estado vital que encarnó.
El montaje, dentro del ciclo de ‘Flores nocturnas’ del Festival, mantuvo la tensión dramática, en una función que repite el esquema de la desigualdad, el de la historia de una mujer que quiso ser libre en la España del siglo XVII y no pudo.
El espectáculo recibió una ovación de varios minutos, y estuvo presente la directora del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha, Araceli Martínez.