Las representaciones del 42º Festival de Almagro comenzarán el jueves 4 de julio en el Teatro Adolfo Marsillach, nombre con el que a partir de esta edición se conoce el Hospital de San Juan, con la gran tragedia española de Lope de Vega ‘El castigo sin venganza’, una “historia oscura, terrible y en la que las pasiones se desbocan precisamente porque están en un espacio muy reprimido”, apuntó la directora del montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), Helena Pimenta, que animó a disfrutar con esta propuesta de “uno de los grandes textos de la literatura dramática universal”.
Lope sitúa la acción en la Italia del Quatrocento con unas ciudades estado que debían mantener su hegemonía a base de pactos internos con el siempre latente riesgo de que “en cualquier momento” estaban “llamadas a desaparecer” si no se lograban los acuerdos necesarios. En ese contexto, el invicto Duque de Ferrara tiene el pequeño humano defecto de que le gusta vivir y mucho los placeres, así como que nunca ha querido sacrificarse en exceso por su país y, cuando decide hacerlo, “ya es quizás demasiado tarde”, comentó Pimenta, que resaltó que en la obra se construye una enrevesada trama de intrigas, bajos instintos, mentiras, dobles realidades y espejos. Lope juega con el lenguaje, demostrando la capacidad de profundidad, diversión, sensualidad y opción de llegar a los “mayores abismos”, para alcanzar “una parte tan honda del sistema nervioso, musculatura”, emociones y pasiones del ser humano que nos hace “chocar de frente con algo que nos habla de nuestra propia oscuridad”, pero con una belleza extraordinaria que contribuye a recibir claramente la catarsis de “lo que no debería de ser, destruir la vida de otro”.
Se trata de una obra escrita por Lope a los 69 años, en la que “se destila el dolor de una manera que a los veinte o treinta años no puedes destilar” como son la decepción de la vida, los vericuetos de la ambición, la amargura, el desgarro y el no hay salida. Es “asfixiante”, expuso Lola Baldrich, encargada de dar vida a Cintia, Andrelina y Lucrecia en este montaje en el que, con un exitoso recorrido ya de más de cien funciones, se producen tres catarsis, en opinión de Álvaro Tato, responsable de la versión, como son la cristalización en la relación entre los personajes de la violencia, empezando por la del Estado, y las diferentes formas en las que “nos hacemos daño”; la artística compartida por el elenco al subir a este K2 del Himalaya de los grandes textos clásicos; y la entrega, cariño y melancolía que transmite esta producción que supone el final de la etapa de ocho años de Pimenta al frente de la CNTC.
Para Ignacio García, director del Festival, Pimenta ha sido la persona que “más ha peleado por el Siglo de Oro en la última década” y consideró un “arranque de lujo” de la 42ª edición del Festival esta producción en la que, a juicio de Rafa Castejón, quien encarna a Federico, se plantea, en medio de la violencia, la apuesta por una mayor misericordia y compasión.
Con su sofoco y riesgo, pero sobre todo con placer, se desarrolló el proceso de investigación al abordar la puesta en escena de esta pieza poco frecuentada por su dificultad, apreció Pimenta, y que se construyó siguiendo un proceso de exposición al riesgo, sin miedo a equivocarse, para afrontar la complejidad de los personajes, agregó Beatriz Arguello, Casandra en un montaje que, según Joaquín Notario, el Duque de Ferrara sobre las tablas, habla mucho del poder entendido como ese narcótico desnaturalizador y alienante del ser humano que lo convierte en destructivo. El maravilloso palacio de Ferrara es una “gran jaula de oro” que representa cómo nos aprisionamos y somos capaces de sacar lo peor de nosotros mismos, apreció Notario, que se congratuló de formar parte de un gran elenco actoral en esta producción y subrayó la calidad del texto, para indicar que la excelencia de nuestra lengua está en ‘El castigo sin venganza’.
Negro, gris, blanco y rojo son los colores, correspondientes con diferentes pasiones, que aparecen en un montaje propuesto desde “cierta atemporalidad” con un vestuario que podría recordar a finales del siglo XIX y principios del XX, del inicio de las grandes guerras. También hay toques que aluden al primitivismo, de la civilización frente a la barbarie, así como sobriedad y rigidez que emparentan con las mafias, y esencias que evocan la antigüedad clásica, con un palacio que no se sabe si es “real o soñado”, de aspecto un tanto fantasmagórico, en el que todo el mundo está solo pero está vigilado por los otros de manera que “la mentira se utiliza constantemente para poderse defender”, y cuya configuración contribuye al ritmo cinematográfico de escenas simultáneas y que entran y salen, expuso Pimenta, responsable de la dirección de una producción en la que Ignacio García firma una música con melodías que van de la Italia meridional “muy inspiradora, subyugante y que apuesta por el universo de la belleza” hasta ese mundo militar y religioso hipnotizante y “extrañamente distante”.