El próximo veintiuno de junio va a cumplirse el doscientos cuatro aniversario del fallecimiento de un escritor y periodista mexicano cuyo absoluto olvido no puede ser más injusto, tanto en España como en su propio país. Me refiero a José Joaquín Fernández de Lizardi, conocido también con el sobrenombre de El Pensador Mexicano, aunque su nacimiento tuvo lugar (noviembre de 1776) cuando México aún no había alcanzado su independencia de España. La fama que en su tiempo alcanzó Fernández de Lizardi se debe, principalmente, a su obra Periquillo Sarniento, que yo leí hace tiempo y conservo en una magnifica edición del catedrático Luis Sanz Medrano de Arce. Conviene recordar que Periquillo Sarniento marca el nacimiento de la novela en Iberoamérica, sobre todo de la narrativa picaresca que refleja la realidad de las clases sociales menos favorecidas.
En este aspecto, como en tantos otros, México colaboró en el espléndido futuro de la literatura en el Nuevo Mundo. Y lo hizo a través de un escritor importante, de un escritor que ardía en deseos de que México y buena parte de aquel continente, que ya hablaba el idioma español, se incorporase al desarrollo de las ciencias y la cultura occidentales. Por otra parte, la vida de José Joaquín Fernández de Lizardi transcurrió en uno de los periodos más difíciles de la historia mexicana, precisamente durante los años en los que se produjo la transición del régimen virreinal al independentista. El escritor, de ascendencia pueblana (de Puebla de los Angeles), nació en la ciudad de Mexico en 1776, precisamente el año en que las colonias americanas del norte se independizaban de Gran Bretaña. Se da la circunstancia de que su primera obra conocida fue un poema escrito para celebrar el ascenso al trono de Fernando VII pues que, por entonces, México era un virreinato de España.
Como es de suponer, estos tremendos acontecimientos marcaron la existencia de Fernández de Lizardi. Las insurgencias, las rebeliones, la revolución cruenta como todas las revoluciones. Mucho más cuando el escritor era pobre, no heredó ningún patrimonio de sus padres: “Soy pobre”, escribió, “porque mis padres lo fueron, y porque no me he arrastrado nunca a bajezas ni picardías para salir de tan mísero estado”. De ahí que no pudiera cursar estudios superiores, aunque el Gobierno español le nombró, debido a sus méritos, juez interino de Taxco y, posteriormente, lo fue en una de las cabeceras de partido de la costa sur en la jurisdicción de Acapulco. Interesante su autobiografía Noches tristes y día alegre, publicada en 1816, donde se perciben los primeros síntomas del romanticismo mexicano, obra influida por las Noches lúgubres, de José Cadalso.
Debido a sus enormes inquietudes socioculturales, a su espíritu rebelde y justiciero, a su personalísimo entendimiento de la realidad, Fernández de Lizardi sufrió graves contratiempos, aunque también se le reconocieron sus méritos. El Periquillo Sarniento
se publicó en momentos difíciles, precisamente cuando a Lizardi se le cerraron las tribunas periodísticas y hubo de buscar otros medios para dar salida a sus ideas y proyectos. En plena guerra cristera dijo: “Quién será responsable de las misas que no he oído ni oiga en días de precepto, el señor previsor o yo”, y respecto a los insurgentes: “Si la verdad es que nos hacemos independientes con las armas, nuestra libertad no se nos concederá en fuerza de la razón y la justicia”. O sea, que lo que no pudo publicar en la prensa diaria le encontró acomodo y difusión en los cuatro volúmenes en los que inicialmente se editó esta gran novela, cuyos orígenes hemos de buscarlos en nuestro Lazarillos y Guzmanes, Rinconetes y Cortadillos.
Ideario moral y didáctico, de denuncia social el de Lizardi. Fabuloso resulta el mundo de Periquillo Sarniento, una especie de Don Quijote también lleno de humor y de sabiduría. El protagonista de esta gran novela mexicana lucha porque sus hijos y las nuevas generaciones no sufran las mismas adversidades que él hubo de suportar. Y para que así no volviese a suceder escribió esta especie de memorias, narró su vida trashumante y aventurera. Porque la obra tiene mucho de autográfica: Fernández de Lizardi se valió, también como Cervantes o Francisco de Quevedo, de sus propias experiencias para poner en pie su Periquillo. La educación, la moral, el desamparo, la soledad, el ingenio, los problemas económicos y religiosos. Todo fue estudiado y narrado por el autor con valentía y suficiencia novelística, aunque sin resentimiento, lo que hace que todavía el lector sienta el encanto y la utilidad de esta joya literaria.