Si pusiésemos multitud de cámaras en la ciudad para, haciendo una criba, quedarnos con todo aquello que nos pueda servir para mofarnos de los más desfavorecidos, incrementando el volumen de la carcajada cuanto más morbosas, vulgares y soeces sean las imágenes, estaríamos muy cerca de lo que sucede con ‘Los mirones’, entremés sobre una cofradía bien vista y al mismo tiempo fisgona, con una inherente mala leche, tipo ‘la vieja del visillo’, que no sólo opera, sino que graba en la masa gris y reproduce en la intimidad de los afiliados episodios cotidianos en la Sevilla babilónica del siglo XVII.
Gran parte de lo “políticamente incorrecto” en la actualidad tiene cabida en esta obra, atribuida a Cervantes pero que bien podría ser de Antonio Salas Barbadillo, que la compañía madrileña Grumelot representó como lectura teatralizada, con pasajes escenificados, en el Patio de Fúcares, ahora llamado Casa-Palacio de Juan Jedler.
Racismo, machismo y bufonadas sobre ciegos, verduleras y novias de avanzada edad aparecen a lo largo de un entremés creado para “ser compartido en la intimidad de gente rica riéndose de las cosas que habían visto, de un grupo elitista en Sevilla que se burla sin rubor de los oprimidos”.
Surgido el montaje bilingüe en inglés y español a partir de la propuesta de Diversifyng the Classics de la Universidad de Los Ángeles, Grumelot apostó por una lectura dramatizada de la pieza que la semana pasada representó en Londres y ahora acaba de hacerlo en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, convirtiendo este “entremés para entretener a la gente rica de Sevilla” en “una investigación sobre los límites del humor” con risa enlatada a lo show de Benny Hill instando, por contagio, a reírse aunque el tema tratado sea incómodo.
Pedorretas infinitas, ceguera de tanto tocar la zambomba, besos donde no ilumina el sol y peleas tirándose de los pelos por quitarse un cliente son narradas por los cofrades ‘gorrilla’ a sus correligionarios que se tronchan por la cara, presumiblemente en secreto, de la desgracia e infortunio ajeno, en plan morboso como quienes disfrutan de los sucesos y calamidades, a lo largo de un entremés que, por otra parte, muestra la multiculturalidad de la Sevilla del momento, con un amplio porcentaje de población negra procedente de la esclavitud, como lo refleja la Hermandad de los Negritos integrada hasta mediados del siglo XIX sólo por hermanos de raza negra.
La multiculturalidad queda patente en el propio elenco de ‘Mirar a los mirones’, integrado por Nansi Nsue, de Alicante que vive en Londres; Paula Rodríguez, de Valladolid que también reside en la capital británica; y Joseph Ewonde Jr, de origen nigeriano que vive desde hace veinte años en Alcalá de Henares; a los que se suman la canaria Carlota Gaviño, el cordobés Javier Lara y el donostiarra Íñigo Rodríguez-Claro, que residen en Madrid, forman parte de Grumelot desde el año 2005 y se encargan de la formación de la madrileña Escuela Nave 73.
Alumnos de interpretación de esta escuela y un amplio número de hispanistas estadounidenses que celebran su congreso anual en Almagro asistieron a la representación de ‘Mirar a los mirones’.