Quien lea ‘Relatos para ratos’ puede que se encuentre ante uno que no le diga nada y otro que no le guste, pero muchos “por lo menos” le van a hacer sonreír, con otros va a decir ‘ahí va ¡qué bien!’ y otros le van a hacer pensar, indica Isidro Moreno, quien se siente muy a gusto en el formato de la minificción. Si una novela no te engancha en la página 35, aunque tenga 700 páginas, la dejas, lo cual no deja de ser “una lástima, como autor, por el tiempo perdido”, indica Moreno, que reconoce que, como la mayoría de creadores, cuando uno escribe quiere que le lean y un aliciente más de su propuesta es ofrecer más de 200 historias, con lo que se asegura, dice con humor, que alguna gustará al lector.
De manera más o menos sutil, el humor precisamente es uno de los ingredientes presentes en la mayoría de los dos centenares de historias reunidas en ‘Relato para ratos’, caracterizadas por la brevedad, la elipsis -lo que no se cuenta pero se deja intuir o entrever- y la sorpresa.
Más que seguir el guión de presentación, nudo y desenlace, que a veces cumple de forma muy elíptica, buena parte de sus minirelatos están más relacionados con el clímax final. Es como contar la historia de Troya desde que salen del caballo, de manera que hay que dar a entender por qué lo construyen y han llegado hasta ahí, explica Moreno, que también incluye en ‘Relatos para ratos’ microficciones que “juegan con el cuento” a las que llama “retratos costumbristas” en los que “no se trata tanto del explosivo final, sino de contar una historia con pocas palabras a modo de cuento que te haga pensar o sacar unas conclusiones”.
Así mismo, reúne en su antología de minificciones escritas desde hace cuatro años relatos del absurdo, así como expresionistas que se basan más “en pinceladas con la palabra” y el juego con las mismas y con frases que dejan intuir otras cosas.
Aun siendo todos breves, la extensión de los relatos es muy dispar: Muchos son de cincuenta palabras, hay varios nanorelatos de diez palabras y algunos de más de 2.000, indica Moreno, quien confiesa que la afición por este género procede del encargo que a los alumnos de su generación les hacían en clase de escribir redacciones y estima que el gran apogeo del microrrelato se debe a que, en los veloces tiempos que vivimos, es “más ágil y digerible para el lector una historia de tres o cinco minutos y pasar de un relato a otro” que sumergirse en una novela.
Así mismo, tiene “cierta lógica’ el título de su libro porque “realmente las antologías de microrrelatos, en general, son para ratos. No conviene empacharse ni leérselos todos de golpe. Es como una caja de bombones con relleno que no sabes cómo va a ser el final de cada uno y tampoco conviene comértelos todos a la vez. Te apetece comer uno, o dos, o tres,…”