Por la vida y la obra de Fray Antonio de Guevara han pasado alrededor de quinientos años, pues el que fuera cronista y predicador del emperador Carlos V nació en 1481 y murió en 1545, ya descubierta América y cuando se proyectaban los más altos sueños celtibéricos. Por otra parte nos referimos a la época en la que el Renacimiento marcaba sus mayores logros en España y aunque son muy otras las circunstancias de la sociedad del siglo veintiuno en el fondo las cosas no han cambiado tanto como muchos creen, sobre todo en lo que se refiere al apego que todavía guardamos al disfrute de la vida rural. De ahí el interés que, pese al tiempo transcurrido, aún suscita su libro Menosprecio de corte y alabanza de aldea. La edición que conservo en mi biblioteca y leo de vez en cuando es la bien cuidada de Asunción Rallo, editada por Cátedra hace tiempo.
De ella entresaco estas líneas: “Si los pensamientos que el cortesano tiene fuesen vientos y sus deseos fuesen aguas, mayor peligro sería navegar por su corazón que por el golfo de León,” dice Guevara en el capítulo XVI de la mencionada obra”. Quizá el autor cargue un poco las tintas en su menosprecio de corte, pero su alabanza de aldea resulta admirable, sobre todo para las nuevas generaciones.
Por otra parte, Asunción Rallo además de esclarecer el texto con una serie de notas a pie de página, todas ellas de gran valor erudito y crítico, nos acerca por medio de una amplia introducción a la biografía y al tiempo histórico de fray Antonio de Guevara, procedente de las Asturias de Santillana y segundón de casa noble, dicho con palabras de Alonso Zamora Vicente; fue paje del príncipe don Juan y de Isabel la Católica, religioso franciscano, amante del recogimiento en la vida monacal y del ambiente aldeano. Comenta Rallo, que de uno de los males señalados por el que llegaría a ser obispo de Guadix y de Mondoñedo, consistiera que en la vida cortesana “fuera mantener infinidad de criados y de pagar cosas inútiles a precios carísimos mientras el caballero retirado en su aldea vivía pobremente”. un solo paje y un vestido gastado de tanto usarlo podía se todo su bagaje. Se trata de un dato esencialmente histórico de aquel tiempo, un dato muy significativo de aquella vida cortesana. Cervantes bien lo expuso en el Quijote y en sus Novelas Ejemplares.
Fray Antonio de Guevara, tan rebatido por Menéndez Pelayo, fue predicador y amigo del emperador Carlos V, cronista de la corte y autor de una obra literaria importante. Puede decirse que su vida fue una constante lucha por ensanchar sus conocimientos y predicar la comprensión de las gentes de su siglo, tan convulso e incierto como casi todas las épocas de la historia de España. Guevara no llegó a alcanzar el grado de teólogo, siendo una especie de autodidacta en buena parte de su formación. Consiguió, eso sí, elevados conocimientos humanísticos en base a sus intensas lecturas. Debido a su labor conciliadora entre cristianos, moriscos y judíos, llevada a cabo principalmente en el reino de Valencia, Carlos V le concedió valiosas distinciones. Tuvo años de gran prestigio e influencia en la corte. El emperador le confió la oración sagrada en las honras fúnebres por su esposa Isabel de Portugal, madre del rey Felipe II.
Sabido es que la vida da muchas vueltas sobre el eje diamantino del tiempo, aunque ni los sucesos ni las personas seamos los mismos. Por lo general, prevalece el amor al lugar donde hemos nacido, la inclinación a la libertad, el hastío por las sofistificaciones. Y junto a todo eso el eterno dilema de las grandes ciudades y la vida rural, de la corte y el mundo aldeano, que confluyen en este hermoso libro de fray Antonio de Guevara. “El hombre cuerdo”, nos dice en el capítulo IV, “y que sabe del reposo, lo vive, porque no hay en el mundo otra felicidad mayor en la vida que levantarse e ir donde uno quiere y hacer lo que debe. Muchos son los cortesanos que hacen en la corte lo que deben y muy poquitos hacen lo que quieren; porque para sus negocios y aún pasatiempos tienen voluntad, más no libertad”. Su alabanza de aldea, pues, cuenta todavía con muchos lectores, lo que nos lleva a pensar que fray Antonio de Guevara nos resulta un moralista que buscaba en la historia y en la vida la motivación de su literatura.
Puede que hayamos desvencija con cierta premura las controvertidas teorías de Rousseau: “La naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava y hace miserable”. Es posible que las cosas no sean tan drásticas e incontestables, pero algo rebrota en la sensibilidad de las nuevas generaciones en lo que se refiere al disfrute del campo, de la vida aldeana, de los paisajes florecidos, en la armonía de la llanura manchega. También recuerdo con emoción pasajes de alguna novela de Gabriel Miró, quien vivió algún tiempo en la Mancha. El campo, la vida rural. Todo esto me trae a la memoria, con mi infancia por medio y mi vida en las grandes ciudades como Madrid o Mejico, las lecturas de fray Antonio de Guevara. o