Conocemos la vida de Lope mejor que la de cualquiera de los escritores de su tiempo. El Fénix de los Ingenios, el “monstruo de naturaleza”, fue dejando pistas, haciéndose notar allá por donde fue. Poco después de morir, Pérez de Montalbán, hagiógrafo más que biógrafo, parió la ‘Fama póstuma’. Y desde entonces, los especialistas, de Astrana Marín a De la Barrera, de Zamora Vicente a nuestro más cercano Pedraza, se han batido el cobre en desvelar las intimidades, casi siempre públicas, de un hombre que se dedicó a amar y escribir, amar y escribir, amar y escribir… Todo mezclado siempre. De hecho, lo suyo no es una biografía, sino una “Viviografía”.

Pero eso ha sido casi siempre cosa de ratones de biblioteca, de gentes que pasean mientras leen, que viven en otros mundos y en otros tiempos. El común se queda en un par de anécdotas y algunos títulos de los que disfrutar. Ignacio Amestoy, icono de una transición en la que la tele y los periódicos representaban una esperanza y no la constatación de un fracaso, se ha puesto manos a la obra, instigado por su hija Ainoha, para luchar contra ese desconocimiento popular. Le sale un texto discutible, entreverado de versos muy conocidos (el soneto sobre el amor, el monólogo de ‘El castigo sin venganza’, las soledades de donde viene y va…) y un afán burlesco algo desfasado, de cosa pasada, porque ya nadie está “al loro”, por poner solo un ejemplo. Al Lope viejo se la jugaron como él se la jugó a sus mayores en su juventud. Su hija Antonia, sobrina legal porque para entonces y desde hacía tiempo nuestro escritor era ya cura, se largó con un tenorio, de apellido Tenorio, vive Dios, robada de la casa familiar. Se llevó todo lo que pudo la muchacha. El tiempo es irónico y con eso juega Amestoy, aunque lo hace desordenadamente, incoherentemente a veces. Lorenza, la ama de llaves, examante y buena cocinera, menos de postres; Antonia, Lope y el susodicho Tenorio nos cuentan, más que nos representan, la vida del que monopolizó las tablas áureas durante muchos años. De vez en cuando representan fragmentos de ‘La Dorotea’, obra que tiene mucho de autobiográfico, más bien de autodeseo, porque Lope regó sus obras de datos que hay que tomar con pinzas. La historia de sus amores con Elena Osorio la tenemos recogida en gran medida en el proceso que le llevó al exilio valenciano y no cuadra en gran medida con la que nos cuenta el poeta, como no podía ser de otra manera, porque de eso se trata, de hacer arte con la vida. Si no, Amestoy y Lope hubieran compartido la profesión de periodista.

Y así, durante casi dos horas, vamos saltando de una amante a otra, de una anécdota a otra, al tiempo que Lope se enfada con Calderón, el jovenzuelo aquel que le iba a arrebatar el favor del público, y se juega con la anacronía, lo que hace mucha gracia al público, al que se pide que busque en Google algún dato, se convierte los versos de Lope en un rap, se baila, se dice que Sevilla es Nueva York, el Tenorio monta en moto.
Desde luego, la obra entretiene y algún poso dejará de la vida y la obra de un creador tan asombroso que es inabarcable. Quizás lo peor es la dificultad para cerrarla, un final largo y de poco fuste. En el lado bueno de la balanza hay que poner el trabajo de cuatro actores (Ernesto Arias, Lidia Otón, Nora Hernández y Daniel Migueláñez) que defienden el texto perfectamente, sin altibajos, sin que sobresalga uno sobre el otro, aunque es reseñable la transformación de la niña Antoñita, que representa Nora Hernández, toda vestida de blanco, en la Antonia que burlará a Lope, de negro por la muerte de Marta de Nevares, su madre, aquella por la que Lope fue más novelista que nunca, el último y más trágico de los amores del poeta. La dirección de escena es acertada por el efecto que produce en el público, aunque no se trate de un ejercicio innovador, sino más bien un repertorio de recursos, algo escaso, bien conocidos y bien utilizados.

La vida de Lope está ahí fuera, esperando ser novelada, dramatizada, cinematografiada, dibujada. Los Amestoy han hecho su intento, loable por la intención, interesante por la ejecución dramática, aunque discutible el tono, más propio de otros tiempos. O tal vez no. Tal vez el público se reencuentra con Lope por ese medio y lo otro son cosas de críticos. Al fin y al cabo hay muchos Lopes, pero probablemente el más interesante es el último, el que se ríe de sí mismo y de los tópicos del mundo que le tocó vivir, el de las ‘Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos’. Lope nos da allí la clave de cómo novelarle, dramatizarle, cinematografiarle o dibujarle.
Dirección: Ainhoa Amestoy
Texto: Ignacio Amestoy
Escenografía y vesturaio: Elisa Sanz
Iluminación: Marta Graña
Música: Fetén Fetén, David Velasco, Andrea Falconieri, John Playford, Joseph Marset, Johann Christian Schickhardt y Tomás Luis de Victoria
Iluminación: Valentín Álvarez
Ayudante de dirección y producción: Inma Janeiro
Reparto: Ernesto Arias, Lidia Otón, Nora Hernández y Daniel Migueláñez