Almagro termina. Bueno… lo que verdaderamente termina es la 40 edición de su Festival Internacional de Teatro Clásico. Almagro, en cambio, está en su mejor momento… Con la veteranía de una ciudad gloriosa, no sólo por la grandeza que puede aducir todo lo que al Siglo de Oro atañe… Pero también con la lozanía de la población que cada año con el Festival sufre un poderoso lifting…. Casi imperceptible, indoloro, incruento… pero efectivo. Las retinas de nuestros ojos, y las neuronas de nuestra memoria han quedado impresionadas un año más… Porque las vivencias son siempre impresionantes, quizá incomparables, y puede que hasta irrepetibles…
El año que viene, más. Pero este más no es un mero adverbio de superioridad acompañante, sobre todo si lo maridamos con el comparativo de superioridad de bueno. Será, por tanto, también mejor. No se cumplen todos los días 40 años. En realidad, sólo pueden cumplirse cada cuatro décadas, o cada ocho lustros, 2.080 semanas o 14.600 días. Mucho tiempo. Pero algunos ya lo hemos cumplido. Lamentablemente, a muchos no se nos dará la oportunidad de atravesar por segunda vez esa puerta.
O ese puerto, como dijera el césar Carlos (“…No atravesaré ya otro puerto sino el de la muerte”, Tornavacas, Cáceres, 3 de febrero de 1557), de amplias reminiscencias en la ciudad de Almagro por obra y gracia de sus banqueros, aquellos Fugger castellanizados en Fúcares. Ya se sabe, el español -y el manchego es el español por excelencia-, tiende a desmitificar las cosas, las personas y hasta los tiempos… Pero será demasiado tiempo para los que, como quien esto escribe, pueda volver a franquear esa puerta de 40 años… Aunque volveremos (días, semanas y meses después de mañana), para reencontrarnos con la magia que envuelve a esta ciudad.
Así, la magia está servida. Se ha dicho que recordar es volver a vivir. Y es seguro que la magia de imágenes, recuerdos y vivencias nos atrae fuertemente a la ciudad de Almagro. Un año tras otro… De ahí que tantos fantasmas de ayer y de hoy pululen por sus calles y sus espacios. También por sus espacios escénicos. Que no son simplemente espacios geográficos. Son también la materialización de las líneas y situaciones que otros inventaron -ignotos destinos, aviesas intenciones, amores virginales, pasiones fingidas, odios irrefrenables- dentro de la mayor interculturalidad posible. Y que siguen emocionándonos frente a la embocadura, ¡para eso es teatro!
Y, finalmente, los espacios escénicos son también el rostro amable y hermoso de los jóvenes voluntarios y voluntarias -claro, transijo los géneros masculino y femenino- que cada año con el arma de su mejor sonrisa, sitúan al afortunado espectador frente a los avatares, las peripecias o los amores del escenario. Para que se sienta testigo de excepción de historias variadas, lejanas ocurrencias, remotos sucesos, increíbles mitos y melodiosos cantos… y los vivan y los asuman.
A esos rostros hermosos -de gráciles figuras, varoniles o delicados gestos, poderosos ademanes y frescas intenciones- queremos, aquí y ahora, homenajear y agradecer:
A los de la Antigua Universidad, Áurea: Camino, Sara, Álvaro, Nazaret, Ana Belén, Laura, Mari Nieves, Ángel y Miguel.
A los del Corral de Comedias: Conchi, Helena, Silvia, Irene, José Ángel y Manuel.
También a los del Espacio Miguel Narros: Montse Ureña, Samuel, Inma, Cristina, Carmen, Carlos, Estrella, Pilar y Francisco Javier.
Y, desde luego, a los jóvenes del Hospital de San Juan: Almudena, Juan, Antonio, Manuel, Félix, Lola, Sonia, Laura y Clara.
Son 34, pero no están todos… nos faltan algunos espacios, y hasta el mismo coordinador de espacios, Félix… Pero es una muestra amplia, hermosa, con calidad humana y edad de merecer. ¡Va por ellos! Y seguiremos viéndonos -Dios mediante- en la 41 edición, que dicen que se escribe así: XLI. Gracias y Feliz verano a todos.