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07 octubre 2024
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Memoria de su Tiempo. Pedro A. González Moreno

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“Contra tiempo y olvido”, el último libro del escritor Pedro A. González Moreno, se presentó en la ermita del Salvador del Mundo de Calzada/ Lanza
Eulogio Carretero Bordallo / CIUDAD REAL
Y este es el caso de Pedro A. González Moreno, autor de doce libros, entre poesía, novela y ensayo, la mayoría de ellos galardonados; no voy a ponerme ahora a enunciarlos. Aunque sí lo vaya haciendo su autor, por uno u otro motivo, dejándonos muestras de sus obras a lo largo de sus páginas, con algún fragmento o poema, y comentándonos alusiones y anécdotas al respecto. Doce libros más éste: Contra tiempo y olvido, en el cual nos expone sus memorias, género que le faltaba aún por tocar en su trayectoria literaria.

Un libro no es algo periódico y reiterativo, que se da como los cultivos o las cosechas en sus ciclos; un libro es ¡un acontecimiento!, algo casual e intemporal, una novedad y una ofrenda, digno de celebrar y de agradecer.

No es fácil un libro, forjar un libro, concretar, resolver, desarrollar un libro; aunar y compaginar todos sus compendios: temática, estilo, argumentación en torno al mismo concepto. Te puede motivar más o menos, ser de tu ideología o no. Aunque cuando se utiliza el término de libro, en mi opinión éste ya lleva implícito los calificativos, novedoso y original, e inscrito su sello de identidad ¡personal e intransferible! Y este es el caso de Pedro A. González Moreno, autor de doce libros, entre poesía, novela y ensayo, la mayoría de ellos galardonados; no voy a ponerme ahora a enunciarlos. Aunque sí lo vaya haciendo su autor, por uno u otro motivo, dejándonos muestras de sus obras a lo largo de sus páginas, con algún fragmento o poema, y comentándonos alusiones y anécdotas al respecto. Doce libros más éste: Contra tiempo y olvido, en el cual nos expone sus memorias, género que le faltaba aún por tocar en su trayectoria literaria.

Un libro te cultiva, (te labra y te siembra), te hace más culto: te abre la imaginación y te atesora de conocimientos. Un libro te dignifica y te engrandece como persona: te sitúa en la historia, (en el tiempo y en el lugar), como es el caso de estas memorias de González Moreno; comprendidas entre los años 60 y principios de los 70, o en aquellos últimos años del franquismo, transcurridos en su Calzada natal. Y colocar esta original portada o esta vetusta arca -escritorio, sobre la que se expone unos libros, unos cuadernos y una máquina de escribir (Lettera 32), con un fondo blanco de pared de la que cuelga una fotografía de colegio, ya es entrar en detalles, motivarnos, o dejar el escenario preparado para la representación: “tan sólo hace falta –como diría su autor–, abrir la espita de los recuerdos y permitir que la primera persona se exprese en libertad”.

Y como si fuese el corcho de un buen vino, (pues llevan ya sus odres en las barricas su tiempos de solera y de maduración), nos abre la espita de sus recuerdos y, libremente y sin reservas, nos deja escapar los efluvios de su imaginación y, con toda suma de detalles, siguiendo el hilo de su memoria, nos va componiendo, (con esa fluidez de su prosa y una adjetivación selecta), las gavillas en recolección de sus vivencias, y de aquellos acontecimientos que fueron dando lugar durante su infancia y adolescencia, en un total de 33 capítulos. A la vez que nos hace ciertas revelaciones respecto de su formación como escritor consagrado y retrospectiva de su obra: o en sí, toda esa generalogía e ingenio con lo que fue componiendo y edificando esa geometría de su creación literaria; o esa cartografía de sus pueblos: Mas allá de la llanura. Un castillo forjado desde sus inicios, y desde sus pasadizos más ocultos hasta las almenas más altas: “Todos hemos crecido a la sombra de su torre del homenaje, –nos glosa su autor en estas memorias– y las ruinas de Salvatierra deberían adquirir para nosotros un significado emblemático. Ahí en esas ruinas y a partir de ellas, es donde deberíamos reconstruir nuestras señas de identidad, porque en el callado lenguaje de sus piedras permanece escrita la verdad de nuestro ser histórico”.

EL ARCA
Y nos habla de sus primeros poemas y de las dos novelas que escribiese sobre ese arca de la cámara -en la foto-, obras autógrafas de sus primeros ensayos, o de sus primeras tentativas como escritor, escribe el autor del artículo /Lanza

Lo que Pedro Antonio nos expone en su obra, Contra tiempo y olvido, es su memoria: la memoria colectiva de un pueblo, su pueblo, Calzada de Calatrava, y la memoria de toda una generación. Generación que hoy sobrepasa ya los 60, y precisamente a ellos, a la evocación de aquel tiempo, de aquellos lugares y de quienes lo habitaron, van dedicadas sus páginas: “La memoria no tiene geografía, –nos argumenta su autor–, sólo son un montón de escombros hundidos en medio de un patio. Y yo soy como un perro sin olfato que escarba… Hurgando entre los escombros del pasado a veces uno encuentra hebras de luz que le sirvan para salir del laberinto”. Y nos habla de sus primeros poemas y de las dos novelas que escribiese sobre ese arca de la cámara, obras autógrafas de sus primeros ensayos, o de sus primeras tentativas como escritor, y de los que aún conserva algunos de sus manuscritos, como nos muestra en alguna de sus imágenes interiores. A la vez que nos comenta también de sus primeras lecturas que descubriese allá en la biblioteca de su pueblo, de la que fuese bibliotecario durante un verano: “La biblioteca del parque ya no existe, –nos comenta–, pero algunas veces pienso que aún sigo encerrado dentro de sus paredes. Sus estantes, igual que ventanales mágicos, se abrieron ante mis ojos para mostrarme un mundo, el de la literatura, en donde decidí quedarme a vivir. Un mundo del que ya no he sabido o no he querido regresar nunca”. No se puede decir más claro, pero sí más poético:

“Alguien puso en mis manos aquella verde copa

y escribí el primer verso.

Fue sobre una gran arca con aires de ataúd…

Sólo más tarde supe que en esa copa había

algo de savia y mucho de veneno”. (de El ruido de la savia)

Si a Pedro A. González Moreno, se le puede acusar de algo es de ser fiel a sus principios, y de su llamada a la literatura que desde muy temprano ya escuchase, y vino a manifestarse en él como el cauce de un río que se desborda de sus márgenes, con sus primeros temporales, y se iría abriendo paso con sus aguas, ¡o sus venenos! copa a copa y verso a verso, hasta inundarlo, hasta inundar todas sus galerías, habitáculos, y compartimentos, su patio y su torre del homenaje, todo su horizonte y su paisaje… El desván sumergido, lo llamaría él, o El ruido de la savia. Imposible no atender su llamada. Todo fluye de la misma copa, del mismo cauce y del mismo manantial de sus orígenes: (señas de identidad como persona), del mismo desván o de la misma sabia como poeta. Llamada que no dejaría de escuchar ya a lo largo de su vida. Memoria que, con el paso del tiempo, iría creciendo e iría salvando de su naufragio: rescatando… (del tiempo y del olvido), dejando sus registros, o los posos de su temática, en su poesía y en sus libros: “Todo intento de bucear en el pasado es una lucha contra el tiempo y el olvido”, nos ratifica su autor.

 

 

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 A. R
 Lanza
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