Acabamos de celebrar el centenario de su nacimiento (1920-2010) en todo el mundo cultural, y aquí en Torralba de Calatrava le rendimos homenaje con esta magnífica exposición en su histórico Patio de Comedias.
Tuve unas largas conversaciones con Miguel Delibes en los años 90. El escritor obtuvo los máximos premios literarios en esa década.
Las complejas y difíciles relaciones campo-ciudad, que es de lo que trataron mis conversaciones con Delibes, el eje sobre el que giró nuestro discurrir, son un tema clásico. De ahí que desee mostrar, hoy, esta larga conversación.
Hablando con Miguel Delibes
Delibes es un escritor de campo y sobre el campo. Habitaba en Sedano, pueblo burgalés de cincuenta vecinos, en una casa sin teléfono, entre paredes de piedra. Al revés de lo que es habitual en las élites españolas, vivir en la gran ciudad, Delibes es de los pocos literatos reconocidos que no ha sido conquistado por lo urbano. Con él compuse esta entrevista, mientras paseábamos por el campo, de cara a una primavera que hacía rememorar aquel poema de Eliot: «Abril es el mes más cruel, engendra lilas de la tierra muerta, mezcla memorias y anhelos, remueve raíces perezosas con lluvias primaverales». Caminábamos, y el sol de la mañana entonaba nuestra charla.
En cursiva figuran las respuestas de Miguel Delibes a mis sugerencias e interpelaciones, en tipografía normal.
«El escritor generalmente piensa que la vida está en la ciudad. En el campo no hay más que unas rebabas sin importancia. Yo creo, por el contrario, que el hombre urbano se uniformiza por fricción, que la vida y sus pasiones al desnudo están en el campo».
Las élites intelectuales españolas tradicionalmente han sido despectivas hacia el campo, no lo han incluido frecuentemente en sus temas.
«Más que despectivas, ignorantes. El intelectual no se ha acercado al campo, no lo conoce. Creo que mi novela “El disputado voto del Sr. Cayo” es indicativa al respecto. El modesto intelectual que se acerca a la cultura campesina queda patidifuso».
Cuando se viaja por el campo inglés o el francés, se advierte un campo rico y poblado. También cuando se ven películas al respecto, por ejemplo, «Un puñado de polvo», puede contemplarse a la aristocracia inglesa (en el caso citado, el «farmerlord») viviendo en el campo, apegada a los valores de la tierra. Una situación muy diferente que la reflejada en «Los santos inocentes». El campo español parece que ha sido considerado como un no valor, algo a abandonar, o a practicar el absentismo hacia él.
«Lo que dice del campo inglés o francés ocurre también en el norte de España. El secano y la ausencia de lluvias, espantan».
Parece que se da en la sociedad española un olvido (sospechoso) de que hace tan sólo tres días, por así decirlo, éramos un país eminentemente rural. ¿A qué se debe esa amnesia?
«Yo no creo que se haya olvidado. La industrialización empieza tarde en España. La población campesina es desproporcionada hasta hace cinco lustros. Lo malo es que tratamos de forzar marchas y de este modo estamos agrediendo gravemente a la naturaleza: la erosión aumenta y, con ella, las lluvias ácidas, la muerte de arroyos y ríos, la contaminación del campo, etc.».
No parece que se haya reflexionado, o escrito, bastante sobre el tremendo coste humano que significó el éxodo del campo a la ciudad, sobre el desarraigo de una forma de vida, la que tenía esa población rural.
«Posiblemente. Lo que es evidente es que tarde o temprano la despoblación del campo tenía que llegar. Y ha llegado. A costa ¿de qué? De muchas cosas. La cosecha ya no dicta la vida campesina. La ciudad ha recibido un refuerzo humano sano. El nivel de vida ha mejorado. La moral se ha degradado, también el sentido religioso».
Frecuentemente son criticados como «decadentes» quienes reflejan un sentimiento de «pérdida» hacia el desmoronamiento de la vida antigua del campo.
«Pérdida o ganancia, en Castilla la base de la comunidad rural se ha roto. El campo castellano vivirá -ya vive- de manera distinta en el futuro. Morirán los viejos y la producción agraria se conseguirá con menos gente, más máquinas y más dedicación. Todo esto si es que el Mercado Común y Europa no dictan otra cosa: dedicar Castilla a coto de caza, a producción lechera con ovejas de pasto o a cultivos exquisitos, de mucho esfuerzo (pepinillos, espárragos, uva de calidad».
El término popular ha estado -y está- muy en boga. ¿Qué le dice su uso actual?
«Hay dos acepciones: popular, de pueblo (de aldea) y popular por generalizado. El primer sentido está a punto de morir. Pronto no habrá diferencias notorias, salvo en que el hombre de campo calzará botas y zapatos el de ciudad. En la Europa del norte, las diferencias son ya escasas».
A veces se dice que ha habido una especie de «darwinismo social» y que en los pueblos han quedado los menos inteligentes. ¿Es esto una nueva leyenda urbana de la ciudad contra el campo?
«No lo consideré así nunca. En la ciudad hay mucho tonto y en la aldea mucho avisado. Hay quien tiene vocación rural o vocación urbana. Hace cincuenta años estudiaba en la misma clase con externos (ciudadanos) e internos (campesinos). Los buenos estudiantes y los inteligentes no eran necesariamente unos u otros. Sí recuerdo que eran de ciudad los dos alumnos más torpes de la clase».
(Continuará)