Hasta hace 10 años Miguelturra no conocía el tesoro que guardaba su emblemática Casa de la Capellanía. Fue descubierto de manera casual, mientras uno de los operarios que trabajaba en la restauración del granero del histórico edificio, ubicado en el número 22 de la calle Carretas, entrevió unos intensos colores que había estampados en la pared bajo varias capas de cal.
Las tonalidades, protagonizadas por el típico pigmento del ocre y el azul añil de estilo barroco, formaban parte de unas escenas murales religiosas del siglo XVIII que habían permanecido ocultas desde que hace dos siglos el convento de frailes originario fuera desamortizado y dedicado a casa de labor por sus familias propietarias.
Fueron los técnicos que acudieron al aviso del trabajador quienes consignaron que en la pequeña estancia de 3,75 metros de ancho por 6,75 de alto, localizada a la derecha de la entrada principal, se escondía en un buen estado de conservación la particular Capilla Sixtina de la localidad, como así la han denominado algunas voces expertas.
Se trata del primitivo ofertorio, también conocida como Sala del Rosario, donde los monjes de la poderosa Orden de Calatrava oficiaban sus liturgias y oraban rodeados de una decoración mariana, inspirada en las invocaciones a la Virgen, y presidida por una imagen de la Inmaculada Concepción.
Las alegorías se extienden por las cuatro paredes y reproducen la mayoría de las más de 50 letanías que todavía se enuncian al término del rosario: espejo de justicia, trono e la sabiduría (sedes sapientiae), Causa de nuestra alegría, vaso espiritual (vas espirituale), vaso honorable (vas honorabile), torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la Alianza, Reina de los Ángeles, Reina de los Patriarcas, Reina de los Profetas, o Reina de los Apóstoles.
La historiadora local Esmeralda Muñoz ubica el estilo de los murales en mitad del siglo XVIII, y posiblemente fueron encargadas por los religiosos “a las cuadrillas de artistas” que en la provincia ornamentaron casas nobles como las documentadas en Almodóvar del Campo, además de otros recintos palaciegos.
El edificio, que desde apenas hace ocho meses acoge la biblioteca municipal, aparece registrado por primera vez en torno al año 1750, según las indagaciones de Muñoz, en el Catastro del Marqués de la Ensenada y está catalogado como una casa en la calle de la Virgen (ahora Carretas), “una de las consideradas más nobles del pueblo, donde vivía la gente más adinerada y las familias terratenientes de la época”.
Los legajos que guardan el Archivo Histórico provincial la describen como un caserón de 500 metros cuadrados de superficie en planta “habitado por religiosos y otros dependientes de la comunidad, dependiente de la Capellanía del Convento la Merced”.
Según Muñoz convivían entre doce y veinte capellanes, y estaba conectado con la cercana ermita de la Virgen de la Estrella (los huertos lindaban), donde los monjes también oficiaban cultos, al igual que hacían, a tenor de algunos hallazgos documentales, en otras ermitas e iglesias de la localidad, como la de la Soledad, durante los siglos XVII y XVIII.
Con el decaimiento de las órdenes religioso-militares en el primer tercio del siglo XIX, por un decreto del Gobierno y en plena desamortización de Mendizábal, el inmueble fue adquirido por la influyente familia Trujillo, con miembros en los gobiernos locales. Posteriormente, la también conocida saga de los Abenza se hizo con la propiedad, y a finales del siglo XX pasó a manos del Ayuntamiento a través de una permuta de terrenos, cuando era alcalde Román Rivero.
Desde entonces, la Casa de la Capellanía ha sido objeto de una profunda recuperación desde los inicios del siglo XXI, y ha sido adaptada para acoger las instalaciones de la biblioteca y el archivo municipal, con financiación de varias instituciones.
En concreto, la rehabilitación ha contado con tres escuelas taller, con un coste de 1,6 millones de euros, además de 8.000 euros para la restauración de las pinturas murales y otros 275.000 aportados por la Diputación provincial.
La Sala del Rosario y su iconografía
La Sala del Rosario y su iconografía mariana han pasado “por las vicisitudes de los tiempos y de la propia casa”, apunta Muñoz. Tras su descubrimiento hubo quienes vincularon la autoría de las pinturas a Cándido, un pintor de casas “que también realizó paisajes”, aunque “vieron que no tenían nada que ver”, pues eran “mucho más antiguas y de gran trascendencia”.
Los murales abarcan todas las cuatro paredes de 2,95 metros de altura y conserva dibujos bíblicos -desde cálices, a cruces, pasando por el Cordero de Dios y otros elementos de las jaculatorias del Rosario, además de santos- realizados al temple en seco.
Entre todos los simbolismos, los estudiosos de Patrimonio y Restauración de la Junta y la Diputación, resaltaron la presencia de un elefante sin colmillos, que representa la pureza y castidad de los propios monjes y de María como madre virgen. La ilustración del paquidermo es casi idéntica a las halladas en los blasones de casas señoriales de Almodóvar del Campo, vinculadas a la Orden de Calatrava, incluso el anterior director del Museo Provincial, Manuel Osuna, vio, recuerda Muñoz, reminiscencias con las pinturas murales del Palacio Santa Cruz en Viso del Marqués.
La Inmaculada (ausencia de mancha), entre la torre de David (turris davídica, símbolo de fortaleza) y la torre de marfil sobre el elefante de la pureza, es la cabecera del conjunto y consigna la época en que fue elaborada, el siglo XVIII, en el que la Iglesia Católica “instauró el dogma de que la Virgen fue pura antes, durante y después de tener a su hijo”.
Las jaculatorias a la Virgen son las más llamativas de la sala. Hay corderos, la palma del martirio, casa de oro (domus aurea), la estrella de la mañana, la salud de los enfermos, el refugio de los pecadores, además de la sapiencia, las bíblicas balanza de la justicia, el Calvario, la Resurrección (portando el estandarte) y los apóstoles, incluso aparecen representados los monjes soldados.
Las invocaciones están acompañadas de inscripciones y leyendas en latín: agnus dei (cordero de Dios), rituale honorabilis (ritual digno de ser honrado), María Auxilium Christianorum (María auxilio de los cristianos), Regina Angelorum (Reina de los Ángeles), Regina Patriarcharum (Reina de los Patriarcas), Regina Prophetarum (Reina de los Profetas), o Regina Apostolorum (Reina de los Apóstoles).
Epígrafes e iconografía aparecen estampados sobre amplios fondos anaranjados y azules a toda dimensión de la pared, a su vez estructurada en recuadros recortados por columnas fingidas (también dibujadas), con un friso inferior de 75 centímetros, y una cadena decorativa de lazos, flores y granadas (símbolo de la Eucaristía) arriba.
El conjunto resulta atractivo por el contraste de colores y la profusión de figuras de la liturgia cristiana, que tomaron vida en un largo proceso de restauración de tres lustros, en el que no se pudieron eliminar los vestigios de los restos de una alacena en uno de los laterales, o los números de las cuentas que los agricultores hacían en la pared para calcular los debes y los haberes en las operaciones de comercialización del cereal.
Espacio visitable
La bella sala, considerada en la población como “la Capilla Sixtina”, es visitable a demanda, aunque permanece cerrada para preservar el arte y evitar deterioros o manchas.
“Más pendientes y vigilantes” están los responsables municipales del caserón ante las humedades que puedan aparecer, al estar ubicado en una zona con un nivel freático “muy somero”. No en vano, el sótano cuenta con dos bombas de evacuación de agua, y preocupa que en caso de temporales el relente se infiltre dentro de las murallas de la sala y pueda dañar su policromía.
El edificio conserva una cruz esculpida en el dintel y la puerta original está labrada con dos escudos religiosos, así como las rejas de las ventanas y parte de las baldosas de la entrada son originarias de hace casi tres siglos.
Núcleo de arte y cultura
El director de la Biblioteca municipal de Miguelturra, Juan Ramón Díaz-Pinto explica que la inauguración de este espacio en marzo de este mismo año, cuando era alcaldesa Victoria Sobrino, permitió concentrar arte y cultura en un núcleo histórico muy reconocido por los miguelturreños.
Díaz-Pinto destaca la amplitud de las instalaciones, con 1.000 metros cuadrados entre las dos plantas, la baja dedicada a una sala infantil para pequeños de hasta 14 años, una bebeteca adaptada para niños de entre 0 y 3 años, la propia sala de pinturas y una zona polivalente dotada de medios audiovisuales. El primer nivel fueron habilitadas una sala de estudios y la biblioteca general, donde se realizan todas las funciones de préstamos y devoluciones, además de la hemeroteca.
El patio manchego del centro “es una maravilla”, y en torno a él se organizan e iluminan todas las estancias. Junto con la Sala del Rosario “son la niña bonita” de la casa, celebra Díaz-Pinto.
Soterrado en el subsuelo se encuentra un pequeño sótano, otro de los rincones con más arraigo para el aprovechamiento cultural. Ahora guarda aperos como horcas, candiles, colleras, aceiteras, cangilones o campanillas, pero podría ser escenario de la escenificación de entremeses o para que un Don Quijote figurado pudiera consagrarse con sus aventuras contadas.
Referente en la vida cultural
Así lo avala el propio concejal de Cultura, Miguel Ángel Ruiz Navas, quien señala a la cueva como “una maravilla de espacio” que podría utilizarse para cuentacuentos o microteatros, al igual que el patio abierto manchego también tiene usos culturales.
El edil enfatiza el valor patrimonial de las pinturas y del edificio que las contiene, ahora al servicio de los miguelturreños, tras “muchos años de trabajo y esfuerzo con varios planes de empleo y distintas vías de financiación”.
“Queremos, señala, que la Casa de la Capellanía sea un referente vida cultural en la vida de Miguelturra”, con la biblioteca como herramienta dinamizadora. Esta entidad, destaca, organiza diferentes actividades como talleres de lectura o de idiomas, además de recibir numerosas visitas de los escolares de la localidad.