Montero recuerda la España de los sesenta con una novela de amor a la literatura

Noemí Velasco
Manzanares

Cómodo entre breves composiciones de treinta versos, rimas asonantes dominadas por el adjetivo y palabras que tratan de desatar la intensidad de los sentimientos de forma inmediata, vuelve a aventurarse en la novela, como buen escritor ducho en letras que, con miedo a viajar entre caminos de sobra conocidos, mantiene la experimentación a través de nuevas posibilidades literarias. Después de dedicar pluma y papel durante treinta y cinco años a la poesía y tras haber conocido las curiosidades de la narrativa con una biografía novelada, el escritor Luis García Montero presenta su último trabajo, ‘Alguien dice tu nombre’, con el que revive recuerdos de su infancia decidido a recobrar el “derecho de admiración” tan olvidado en la marcada sociedad actual por el “descrédito”. Acompañado de un buen amigo, el periodista Román Orozco, el autor mantuvo un encuentro en la tarde del jueves con lectores y firmó libros en la librería La Pecera de Manzanares.
Enmarcada en la Granada de los años sesenta como contexto, Luis García Montero explica que “‘Alguien dice tu nombre’ es una novela clásica que narra la historia de un estudiante que comienza el descubrimiento de las redes del amor, la moral o el compromiso” con el paso a la madurez. La época responde al interés propio del autor por infundar desde sus líneas “optimismo”, ya que, según comenta, “los sesenta fueron una época muy dura, en la que continuó el subdesarrollo económico del Franquismo”, pero en la que sin embargo, según añade, “existía un sentimiento de positivismo generalizado: empezaban los cambios culturales y sociales que darían lugar al posterior espíritu de la transición, y los padres confiaban en que sus hijos vivirían mejores épocas”, frente al pesimismo actual, en el que la sensación es un futuro que da pasos para detrás.
Aunque en esta ocasión Montero no ha recurrido a la narración de una historia real y ha confiado en la creación de un universo totalmente ficticio, el autor comenta que “un gran número” de las historias que narra atienden a recuerdos de su infancia y además el texto se nutre de un gran número de acontecimientos históricos que sí ocurrieron, como el secuestro de Alfredo Di Stéfano en Venezuela, el desarrollo ideológico del mundo universitario o las visitas de Franco a Granada.   Con un protagonista que representa la generación anterior al autor, Luis García Montero admite su fascinación por esta época y su interés por “aquella realidad que yo vivi con apenas unos años de vida como un espectáculo”.
A través de este joven que admira la literatura, que se refugia en los libros, que conoce los textos de Valle-Inclán, que vive la movilización política y que se enamora, Montero reivindica el “derecho a la admiración” en un momento en el que, según explica, “la crisis ha invisibilizado todo lo que está bien, en la que el descrédito ha eliminado cualquier ilusión”. Así pues, el autor también da lecciones morales, entre ellas, uno de los valores que señala que le enseñó la poesía: “que no se puede transformar la historia si no se transforma la vida cotidiana”.
Con el claro convencimiento de que “es un error escribir la poesía con pluma de novelista y escribir la novela con pluma de poeta”, Luis García Montero da una vuelta así a esos versos que en los últimos años “estaban saliendo de cascarrabias”, según añade, “dando una versión sesgada” como resultado de los sentimientos encontrados en una realidad, la actual, que no le gusta para nada. Desde la novela, Montero reconoce que crea una mayor distancia con la narración y ofrece una visión más objetiva con la introducción de diferentes perspectivas, eso sí, a pesar de su larga trayectoria en las letras habla de las inseguridades que todavía le crea la narrativa, “los miedos a equivocarme en la búsqueda de un mundo propio”. A pesar de que la novela es un sendero que promete no abandonar, Luis García Montero adelanta que su próximo libro publicado será un recopilatorio de poemas.