Unos con ladillas, otros con malas pulgas y todos sobreviviendo con el empleo de sus cualidades para los requerimientos del oficio. Aplicado el remedio, aún quedaba el escozor, a veces el escalofrío, de las experiencias de una vida pícara y perruna.
Bajo el estrellado cielo del Corral, Chema de Miguel fue el actor Peralta y el perro Cipión, y Chete Lera encarnó a su compañero en la representación de la ejemplar novela, Campuzano, que renegado y como si se hubiera untado ortigas en la entrepierna volvía a meterse en la piel del can Berganza.
Mientras el público tomaba asiento y llegaba Campuzano, Peralta esperó sobre el escenario ante las luces de un camerino ultimando en gayumbos su transformación en perro y recibiendo una última llamada que sirvió de recuerdo para que todos desconectaran los suyos.
También acudió en calzones Campuzano narrando sus deslices, con no menos trances y falsas apariencias que las de su personaje Berganza, en un dinámico juego del teatro dentro del teatro que conectó durante toda la función el texto de Cervantes con alusiones a la actualidad. De la complicidad entre bastidores de los dos avezados actores, con muchos años en la interpretación, se pasó al lúcido entendimiento de los canes que ante el portentoso don del coloquio hablaron de las perrerías que vieron hacer a sus amos, de los collares que ufanos exhibieron y de los que tuvieron que escapar para salvar el pellejo, y hasta de los perros flauta.
Cabezas de chuchos lucieron sus sombreros para la narración, repartida entre los dos personajes, de vivencias junto a desalmados matarifes y alguaciles, al cuidado de ganado con pastores más voraces que lobos y como perros sabios, sin olvidar el fabuloso encuentro con la discípula de la hechicera Camacha.
Hubo intentos de tocar canciones pastoriles, aullidos lastimeros a la luna de los recuerdos y jocosas transformaciones como pechugona posadera por parte de Peralta y como hechicera -a lo Carmen de Mairena- a cargo de Campuzano.
Animales paradigmas de la lealtad, se lamieron las heridas de la infidelidad, y olisquearon y gruñieron al recordar fechorías y escasos buenos propósitos de sucesivos amos o de la desventura de diferentes encuentros. De Miguel, espléndido como comediante, y Lera, in crescendo en el texto cervantino, se llevaron el aplauso del Corral en Almagro.
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