J. Y.
Ciudad Real
Una ovación de varios minutos fue el reflejo más inmediato y cercano que el público ciudarrealeño quiso dar a los protagonistas del último y esperado montaje de ‘Amigos del Teatro’. Aplausos al elenco por la defensa solvente de cada papel, y más palmas para aprobar la credibilidad de la obra en su conjunto.
No en vano, el grupo ciudarrealeño ha realizado con ‘Las amistades peligrosas’ una decidida apuesta para escenificar una compleja trama de sentimientos, tejida entre las emociones más sanas y las más perversas, en un juego siniestro en el que al final triunfa la justicia.
Carmen Ocaña, directora, adaptadora, escenógrafa y principal protagonista de la novela original del Pierre Choderlos de Laclos, hablaba en los días previos al estreno del “erotismo psicológico” del espectáculo que ideó desde que leyó el texto, y que ha logrado proyectar en toda su esencia. No es fácil exponer un argumento tan rico en matices, y menos afrontarlo en la escena desde una mirada actual. Pero las bien posicionadas interpretaciones, sobre todo con los diálogos de la pareja protagonista, aportan fuerza y consiguen envolver al espectador, así como la dramaturgia clásica -con los simétricos escritorios sobre los que redactan las malévolas cartas, los cortinajes y un tresillo central-, componen una producción, propia de escenarios principales.
Bien traído, para su mayor comprensión, son las cortas pero intensas escenas en que se desarrolla la obra, en base a la libertina relación epistolar de la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont (Chus Ponce), y acertadísimas las escenas audiovisuales dirigidas por el cineasta Alvar Vielsa, que organizan la puesta en escena e introducen la banda sonora de la obra. Estas pinceladas musicales en off se complementan al final con el repetitivo, ascendente y esclarecedor estribillo de ‘Run’, de Ludovico Einaudi, que remacha una violinista en directo. Precisamente, la música cierra el recorrido dramático de la obra y aporta una fuerza expresiva a un final tan esperado como implacable, en el que la pareja urdidora de engaños queda totalmente desalmada.
Pero el lenguaje cinematográfico de las imágenes proyectada en el gran cuadro central es el que descarna la dimensión dramática de las relaciones peligrosas en el juego del sexo. Sensualidad, seducción y abusos quedan patentes en los nobles de la alta sociedad más hipócrita, en el que a su vez los roles de géneros funcionan conforme al paternalismo de la época. Él es un ‘Don Juan’ (con lo que actualmente conlleva de maltratador…) con privilegios y prestigio que muere en un duelo de honor, y ella tiene que guardar las apariencias por el escarnio de su reputación, a pesar de ser una mujer fría, calculadora y vengativa.
Igualmente, en la versión de Laclos que ha hecho la compañía ciudarrealeña, los protagonistas están acompañados por el resto del reparto, que hace una sobria y acertada interpretación (Antonio del Río, Esther Serrano, Miti del Hierro, Juan Rodríguez de Guzmán y Chon Romero), especialmente de los personajes de Cecile de Volanges y Madame de Tourvel.
El vestuario de trajes de época sin grandes toques estéticos ayuda a destacar la médula de la historia, con la metáfora del título sobrevolando la temeridad de las relaciones.
Así, la conocida trama que planteó Laclos hace más de dos siglos con grandes triunfos en todo el mundo, brilló con luz propia en la capital, con una producción ciudarrealeña, en un Teatro Quijano a rebosar, y con un público que supo apreciar el más que solvente montaje de uno de los grupos que mantienen la tradición teatral en la ciudad.