‘Zamora no se ganó en una hora’, pero poco más, setenta minutos, tardó en ganarse el sábado un merecido cerrado aplauso la compañía castellano-leonesa ThreeR Teatro con su aproximación al Cerco de Zamora, qué es lo que lo provocó, las ambiciones y traiciones que se generaron a partir de una herencia con la que no estaban muy de acuerdo parte de los beneficiarios, en este caso, reales.
En el cuadrilátero de la Casa-Palacio de Juan de Jedler, dispuesto el público a tres bandas, en gradas instaladas en tres de las esquinas del durante mucho tiempo llamado Patio de Fúcares, la producción ‘La Verdad’ dirigida por José María Esbec transita por la frontera entre historia y leyenda, entre lo acontecido fehacientemente y lo inventado por el imaginario popular pero que termina siendo sello de identidad, sobre acontecimientos clave de los orígenes de los Reinos de León, Castilla y, por ende, España, comparándolos, de forma paralela, con hechos actuales con el nombre propio de los tres actores del elenco para mostrar cómo es el ser humano independientemente de la época en la que viva.
Una blanca bañera con ruedas y tierra en su interior, situada en el blanco escenario central, sirve para representar campos repletos de amapolas pero también de lecho, lugar donde esconder soldados y llaves y hasta de féretro a lo largo de una representación estructurada también en tres partes, arrancando con las guerras fratricidas que generan las herencias, en este caso la dispuesta por Fernando I de León, que no deja con el condado de Castilla contento a su hijo primogénito Sancho, quien busca apropiarse de lo recibido por sus hermanos: León a nombre de Alfonso, Galicia en manos de García y Zamora regida por Urraca que da muestras de su resistencia sitiada durante siete meses y seis días.
En torno a la dicotomía entre lo verdadero y lo imaginado, el juego de espejos entre lo real y lo figurado, gira una producción que rompe la cuarta pared, de teatro dentro del teatro, y en la que Zaida Alonso encarna a Urraca pero también a sí misma ante el sabor agridulce del reparto de una herencia y las miradas heladoras y rencillas, más o menos solapadas y a veces cruentas, entre herederos que comparten una misma sangre, pasado y territorio.

En la interpretación de este ‘Juego de Tronos’, con sus ambiciones y conspiraciones, también está presente el amor, como en la segunda parte de la producción, con Alfonso ‘exiliado’ en la Taifa de Toledo donde queda prendado de la princesa musulmana precisamente llamada Zaida, mientras el actor Daniel Orgaz desvela un fulgurante idilio en la Plaza de Zocodover, con hamburguesa de por medio para reponer fuerzas después de una buena tajada, con una persona de orígenes árabes.
Humor, complicidad con el público y una muy visual puesta en escena, para la que emplean la desnudez del cuerpo y la simbología de la tierra, así como bengalas, graffiti y plástico con el que emular el cerco a Urraca y Zamora envueltas por las tropas castellanas, en el desenlace de la obra estuvo la muerte, de Sancho asesinado por Vellido, lo que termina liberando del cerco a la ciudad zamorana, y la devastación que genera una enfermedad rara o poco conocida en el propio padre del actor Fernando Mercè.