Con el porte de Bud Spencer y la ternura de un niño, con la habilidad de retratar a un ser oscuro como el inquisidor Fernández y de Zevallos y de emular la seducción de Pitiflor al alcalde Chamorro, con la valentía de contar sin tapujos en la cárcel su vida de cómico ante asesinos, ladrones y bellacos y la sinceridad de narrar el amor puro a una joven seguidora de sus interpretaciones con quien se sorprendió por su impotencia aunque después quedó embarazada la que resultó ser sobrina de su perseguidor, José Sefami ofreció el lunes una actuación espléndida, de múltiples matices, en el Corral de Comedias.
Encarnó a ‘Divino Pastor Góngora’, un brillante texto de Jaime Chabaud que aúna el teatro del Siglo de Oro de España y América a través de la exposición de la trayectoria vital de un cómico de la Nueva España encarcelado por vida licenciosa y actuar en una obra de teatro que podía alentar el independentismo de México. Él se excusa en el amor y en no ser ideólogo de la representación de la obra censurada. Simplemente pasaba por allí y no lo pudo resistir ni la pasión por alimentar el alma con un amor correspondido ni el estómago haciendo valer su oficio.
Vale que quedara en cinta inexplicablemente la sobrina de su perseguidor, pero en esa relación no hubo ni un ápice de la lujuria de anteriores conquistas con mucho menos agraciadas damas, y puede que no estuviera atento a las encendidas proclamas que entonaba en la pieza teatral ‘México rebelado’, pero su ánimo no era otro que disfrutar de lo que se le presentaba, algo de lo que carecía por completo en prisión donde imaginó torneos entre don estofado y don camote, esperando para entrar al ring don chorizo acompañado de su esposa doña albondiguilla, con la que fantaseó en la redondez de un cascabel duro como una piedra al hincarle el diente.
También recordó a su maestra en las artes escénicas y sus consejos para representar con el ardor del enamorado las emociones descritas en los versos de Lope y mudó de ademanes y tono de voz para interpretar a los personajes de autores como Calderón, Espinoza y Sandoval. Su sincera confesión, que resultó ser un canto en favor de la libertad con divertidos pasajes y fina ironía, así como un homenaje a la azarosa y siempre cambiante vida del cómico, se llevó como sentencia un caluroso y exculpatorio aplauso del respetable que reconoció tanto la valía del texto como la grandeza de un actor capaz de mantener siempre en alto la intensidad como un sagaz y curtido bulubú inspirado tanto en la actualidad como en el siglo XVIII.