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20 abril 2024
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Simón Soldevila, un maestro de la luthería en Ciudad Real

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Simón Soldevila, luthier de Ciudad Real / Clara Manzano
Juan Carlos Chinchilla / CIUDAD REAL
Desde hace pocos meses Ciudad Real cuenta entre sus calles con un taller de luthería. Formado en Valencia, Bilbao, Madrid y en la cuna de este oficio, Cremona, Simón Soldevila elabora con mimo instrumentos de la familia del violín. Casi 200 horas dedica a la fabricación de un instrumento buscando un sonido único, personal y atrayente respetando las tradiciones de un arte con quinientos años de historia

Adentrarse en el taller de luthería de Simón Soldevila es como acceder a un lugar sacro, una capilla serena que invita a la reflexión y al disfrute del arte. Bajo una luz cálida y el fondo musical de Bach, miles de años de música se acumulan en la amplia decena de violines históricos en exposición. Instrumentos cuyo origen se remonta desde el siglo XVII hasta los primeros años del XX. Una evocadora tienda en la que los instrumentos antiguos conviven con actuales, pero que sólo representa el escaparate de la pasión y razón de ser de la labor que diariamente desarrolla Simón.

A la esencia del lugar se llega por un pequeño pasillo iluminado por el reflejo de un flexo escondido. El olfato del visitante invita a comprobar que accede al corazón de un taller que salvaguarda los secretos de un oficio con quinientos años de tradición. El olor dulce y adictivo de un sensible barniz, de la madera recién trabajada y del hierro afiliado presentan la sacristía personal de Simón Soldevila.

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Simón Soldevila, luthier de Ciudad Real / Clara Manzano

Formones, gubias y sierras, como principales herramientas, configuran el espejo de un taller de maestro ebanista que se abre al mundo musical con los esqueletos de violas y violines tendidos al sol que entra por un gran ventanal. Porque, como explica Simón, los maestros de la luthería del siglo XVII dejaban los instrumentos al sol para que la madera se pusiera morena como un primer paso para tomará ese color tan característico suyo.

Simón Soldevila nació en Madrid, pero llegó a Ciudad Real con dos años, donde permaneció hasta los 17 en los que inició su particular odisea para cumplir su deseo: construir violines. Amante de la música desde pequeño, comenzó a aprender a tocar muchos instrumentos y a acumularlos. Como marca la vida, el paso de tiempo también afectaba a unos instrumentos que necesitaban arreglos y ajustes.

“Me di cuenta de que apenas había profesionales que pudieran arreglarlos y para solucionar algo tenías que viajar, como mínimo, a Madrid. Y si era algo complejo, olvídate”, explica Simón, quien entonces comenzó a buscar información sobre luthería: el arte de fabricar o reparar instrumentos de cuerda.

Sin embargo este inicio autodidacta fue complicado, porque la luthería, desde sus orígenes, es un oficio muy hermético. Durante toda su historia el conocimiento se transmitía del maestro al aprendiz y “cada maestro tenía su librillo”. Entre medias el oficio sufrió un gran varapalo con una epidemia de peste negra en la que murieron maestros que no pudieron transmitir sus conocimientos. “Se perdió todo”, relata el luthier ciudarrealeño, “y poco a poco se ha ido recuperando, pero aún hay secretos que desconocemos”.

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Simón Soldevila, luthier de Ciudad Real / Clara Manzano
Formación

Como explica Simón, la luthería es un oficio complejo de aprender, porque los profesionales apenas cogen discípulos nuevos, por la energía que supone enseñar el oficio y porque cuando ya se puede rentabilizar ese costo de formación, el aprendiz se puede ir y, además, hacerte la competencia.

Simón comenzó realizando pequeñas reparaciones y apaños en sus instrumentos y de conocidos y decidió inscribirse en un curso de música medieval, donde aprendió a construir arpas, fídulas y otros instrumentos del medievo. Después logró acceder a la Escuela de Luthería de Bilbao, que apenas toma a cuatro alumnos por año, donde permaneció cuatro años y, tras un paso por Madrid, perfeccionó su habilidad en la cuna de la luthería, en Cremona (Italia), casa de los violines más prestigiosos de la historia, los Stradivarius y los Guarneri. Durante dos años, en la Escuela Internacional de Luthería Antonio Stradivari aprendió de la mano de maestros como Massimo Negroni, Amighetti o Scolari.

El taller de Simón está coronado por un gran árbol genealógico de los principales luthiers italianos durante los años 1500 a 1700. Una ilustración que demuestra el marcado carácter maestro-aprendiz de un oficio con altas dosis de hermetismo y secretismo.

Tras su intenso periodo formativo, Simón inició una primera fase de asentamiento, fabricando instrumentos en una nave familiar en Picón, primero, y en Miguelturra después. Hasta el momento en que se sintió completamente seguro y se lanzó a una nueva aventura con una tienda abierta al público, en concreto en la Avenida Lagunas de Ruidera, 30, de Ciudad Real, a unos pocos metros del Conservatorio Marcos Redondo y de la Escuela de Música Moderna.

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Violines para reparar / Clara Manzano
Fabricación

Simón habla con tranquilidad, la misma que su oficio requiere y es que calcula que para la fabricación de un violín o viola son necesarias unas 180-200 horas de trabajo constante. En sus inicios como aprendiz se centraba en la elaboración de un solo instrumento. Ahora prefiere hacer varios a la vez, porque aunque el proceso se alarga, puede sacar varios de una. En estos momentos se encuentra inmerso en la creación de dos violas.

Cuando las reparaciones se lo permiten, se centra en la fabricación. Explicado el proceso parece fácil, pero requiere de un vasto conocimiento y un tacto sensible para conseguir un instrumento de calidad con un sonido con personalidad. Las maderas de abeto, arce y ébano, son los materiales, y formones y gubias, las principales herramientas. A partir de ahí son horas y horas de tallado.

Mediante un molde se da la conocida forma del violín, después se confeccionan la tapa y el fondo, se talla la voluta, se elabora el clavijero y se encolan todas las piezas. Se coloca el diapasón y el siguiente paso sería el barnizado. Con el montado del puente, clavijas y cuerdas se daría por finalizado el proceso. En torno a 200 horas de trabajo artesanal explicadas en tres frases.

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Simón Soldevila, luthier de Ciudad Real / Clara Manzano

¿Y merece la pena? Simón contesta con un sí rotundo, hay bastante diferencia de calidad entre un instrumento artesanal y otro industrial. El artesano experimentado emplea los mejores materiales a su disposición y entiende que la madera es un recurso orgánico, con identidad propia, que hay que saber aprovechar. Un maestro, con el tacto, puede apreciar que grosor necesita en cada punto el fondo o la tapa de un violín para alcanzar el sonido deseado.

Con sus palabras Simón hace fácil el complejo reto de la consecución de la mejor sonoridad. Sobre los fondos detalla que en el centro suelen tener casi cinco milímetros de grosor, descendiendo hasta los 1,8 o 2 milímetros en su zona más exterior. El cambio de medio milímetro en un punto u otro ya suma peso y rigidez a la madera, un medio milímetro que diferencia entre un buen y un mal sonido.

Otro detalle que desgrana con pasión el luthier ciudarrealeño se refiere a la simetría. Un concepto que a priori se aprecia como positivo en el mundo actual, en la luthería es un elemento que atajar. “La simetría da problemas al sonido, tenemos que buscar que las dos caras del violín vayan en una fase distinta para crear un sonido más armonioso y buscar esos matices y cambios de timbre que hacen únicos al instrumento”.

Precios

“Los instrumentos baratos se suele decir que suenan a lata, pero un instrumento, digamos de 2.000 euros para arriba comienza a sonar muy bien, y ya si es de 20.000 euros el sonido es excelente. De ahí en adelante hay instrumentos carísimos y todo lo que va sumando el sonido es un pelín mejor”, explica Simón Soldevila, que añade que a partir de ese punto la curva de mejora de sonido respecto al aumento de precio es más leve.

En la actualidad los violines de los grandes luthiers, como Stradivarius o Guarneri, superan los millones de euros en subastas. Ahora es Samuel Zygmutowicz el constructor más valorado, con instrumentos valorados en 250.000 euros y años en lista de espera. Con él estuvo un par de semanas aprendiendo Simón, que explica que el caché de un luthier se basa, principalmente, en los concursos que ha ganado, en los sitios en los que se ha formado y en los músicos que tocan sus instrumentos.

Recuerda que de aprendiz cobraba entre mil y dos mil euros por ejemplar, un caché que ahora, tras año de formación, ha elevado a entre 4.000 y 6.000 euros por instrumento.

En este sentido reconoce que el concepto de ‘caché’ de los luthiers también se ve influido por percepciones ajenas a la habilidad del fabricante. Así recuerda que compañeros suyos que elaboran buenos instrumentos tienen más dificultades para venderlos por ser asiáticos, mientras que si su apellido fuera italiano se los quitarían de las manos. “A mí me pasaba que simplemente por ser español me preguntaban muchas cosas sobre guitarra española, cuando apenas he hecho un par en toda mi vida”.

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Violín para reparar / Clara Manzano
Una pasión

Simón es un auténtico apasionado de lo que hace. Lo demuestra casi sin querer en el tono de su voz cuando habla de su oficio y queda más que patente cuando escuchas algunas de las anécdotas que ha vivido durante los últimos años. Rememora, por ejemplo, cuando viajó a Rumanía en la búsqueda de la madera perfecta para la fabricación de violines: la madera de arce con una cualidad genética particular, una madera rizada que dota de un sonido especial al instrumento.

Junto con dos compañeros se plantó en los Cárpatos, de los pocos bosques que quedan en el mundo con este tipo de árboles, y durante días estuvieron buscando almacenes donde poder comprarla. Y lo encontraron. Un lugar raro, explica Simón. “A muchos trabajadores le faltaban dedos, suponemos que por accidentes con las sierras”. Allí, mediante mímica, lograron hacerse entender que buscaban madera para violín y los condujeron a un cobertizo repleto de la misma, y con los cortes ya preparados para iniciar directamente la fabricación del instrumento.

“Estaba emocionado”, recuerda Simón, quien de repente vio llegar un todoterreno con las lunas tintadas al que le introdujeron, junto a sus compañeros, a la fuerza. “Nos llevaron a un edificio gubernamental, acusándonos de querer comprar madera confiscada”, relata ahora entre risas el luthier ciudarrealeño, porque consiguieron explicar que su intención era comprar de forma legal. Todo se solucionó rápido y las autoridades rumanas les facilitaron un listado con vendedores legales.

En esta visita pudieron visitar los bosques. “Fue como un epifanía descubrir de dónde sale el material con el que trabajamos y ver cómo serraban esos árboles, haciéndose el silencio hasta el ruido de una caída que unos meses sería el sonido de un violín”.

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Simón Soldevila, luthier de Ciudad Real / Clara Manzano
Día a día

Durante toda su periodo formativo y profesional calcula que habrá construido ya unos 35 instrumentos, más de la mitad de ellos violines y violas. De las dos violas que ahora construye, una ya tiene dueño, y la otra pasará al escaparate en busca del mismo. Mientras tanto, en esta etapa inicial del negocio, con apenas cuatro meses de vida, dedica mucha parte de su tiempo a las reparaciones y el que le queda libre a fabricar y, algo con lo que no contaba, a la gestión del negocio, “que también se lleva buena parte de tiempo”.

En especial agradece las visitas de sus “hijos”, cuando sus instrumentos regresan para una revisión o reparación. “Es muy satisfactorio ver cómo evolucionan y cómo sus dueños están muy contentos con ellos”.

Más de cuatrocientos años después un oficio en peligro de extinción sigue luchando por mantenerse vivo y en Ciudad Real ha nacido gracias a las manos serenas de Simón Soldevila.

 

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