Don Quijote es juego, aventura, es cambiar de personaje y soñar que se es otro, un superhéroe y además de los de antes. También es música de mudanza, de emprender el camino, de alegría, de ensanchar el alma, de excitación y batalla, así como de tener el corazón roto, pero, a su vez, de todo aquello que se escucha bajo el sol y las estrellas de los campos manchegos.
En la propuesta de Teatre Nu, un actor, entre montones de libros, se transmuta en el ingenioso hidalgo y revive sus universales aventuras para lo que convoca a cinco intérpretes de música clásica que bien podrían ganarse la vida con recitales en prestigiosas salas o en los pasillos del metro. Con la gracilidad de dos violines, la tensión de la viola, la pasión y profundidad del contrabajo y el duendeante y castizo ritmo de la guitarra logran recrear el ambiente, a veces emocional y otras descriptivo, de una selección de esenciales pasajes del Quijote.
El camino de baldosas amarillas es la divertida estructura de la ‘Suite Burlesca’ de Telemann y la confusa aproximación de tonos entre los instrumentos para la afinación es aprovechada por el actor para, mientras calienta y estira los músculos -en especial los faciales-, recitar la presentación del personaje sin igual natural de un lugar manchego de nombre omitido a propósito.
Necesitará tan sólo papel para hacerse una especie de kimono que apretará a la cintura con cinta de carrocero, un escurridor de casco y la tapa de una cacerola como escudo para armarse caballero e ir a deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal.
Ante su convocatoria no cubierta de cuál de los cinco músicos quería ser su escudero, eligió por su talle al segundo violín quien culminó refranes de verdades como puños, aunque más tarde fue el guitarra el candidato a gobernar en Barataria y al final hizo del quinteto en su conjunto su fiel compañero al que ofreció sus valiosos consejos, entre ellos cortarse las uñas, ir limpio y ser humilde, diligente, prudente y misericordioso.
Mientras el guitarra no cesaba en sus riffs de advertencia de que aquello no eran gigantes, los otros cuatro músicos movieron en el sentido de las manecillas del reloj sus brazos estirados con el arco de sus instrumentos simulando las aspas de un molino de viento, efecto visual muy logrado que cautivó al público de todas las edades del Barroco Infantil que empatizó con las acrobacias, bromas e interactiva música de una pieza tan abierta a las sorpresas como a la participación.
El zumbido de las moscas, también de las abejas, el canto de las cigarras, el calor extremo de La Mancha -con toques ‘París-Texas’ de Ry Cooder-, el trote de Rocinante y el rucio y el paso de una situación cuyas temperaturas y pulsión variaban ya fuera con niebla, tormenta o plácido sol fueron recreados por los músicos, sin obviar efectos con pizzicatos, trémolos y vibratos.
El público valoró con un cálido aplauso la original propuesta de fusión de música y texto, con cabida para humorísticos e inesperados guiños, de la compañía catalana Teatre Nu, con Francesc Mas pletórico en la puesta en escena del ingenioso hidalgo y sus aventuras, arropado en cada acontecimiento por las melodías y efectos sonoros de los músicos Toni Cabanes, Narcís Moltó, Quim Giménez, David Murgades y Jordi María Macaya.