La Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) estrenó anoche en el ya Teatro Marsillach de Almagro ‘El castigo sin venganza’, con una versión fiel a la tragedia lopiana, y un montaje escenográfico arriesgado y frenético, que gustó al público de la primera de las funciones que va a protagonizar en el 42º Festival Internacional de Teatro Clásico de la ciudad encajera.
El rico texto, matizado y proverbial, no deja de proyectar la verdadera esencia del ser humano en su lucha por alcanzar el equilibrio entre los bajos instintos y las apariencias, sobre todo en un momento histórico del XVII, donde “las pasiones reprimidas se desbocan”.
Helena Pimenta, la directora de la obra, y también de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) (un ciclo de 8 años que cierra este año), ha situado el drama en el ambiente Barroco, con toques estéticos italianos pendencieros, en el que toman protagonismo unos recursos escénicos tan novedosos como pertinentes a la hora de recrear las infidelidades, las deslealtades, el desamor, o la (mala) conciencia.
El medido juego de luces, el uso de un sistema que proyecta a modo de espejo la acción central -cuando llega el momento del desenlace-, una plataforma que gira sobre sí misma, y otra a modo de cinta ergométrica que hace más real el movimiento, son elementos que conforman la ambientación de la tragedia, que se completa con otro componente por momentos sensual, por momentos fausto, como es el juego de capas o grandes pañuelos, que enfatizan las perversiones del Duque de Ferrara, enmarcan el voluptuoso amor entre el Conde Federico (hijo de aquel) y Casandra, la madrastra de éste, o acentúan el aciago final cuando el amante asesina a su amada por orden de su perverso padre sin saber a quién mata.
La trama es intemporal y habla de un hombre maltratador que da muerte (en un perversa relación de supremacía y vasallaje –también los cómplices tienen sus intereses y ambiciones) a su mujer y su hijo por venganza, habla de los poderosos que se suben a los ascensores más oscuros sin rubor, con el fin de seguir ‘en la pomada’ económica-social-política, y habla de cómo se ‘blanquean’ estas inmoralidades con la religión.
No es la primera vez que la CNTC pone en escena esta tragedia, una de las grandes obras de Lope, y no es la primera vez que ofrece un completo espectáculo en la que acerca al espectador a la verdadera realidad para que no quede oculta, como es el orden -poder indiscutibles y la violencia- aunque pasen los siglos y estos manejos sigan existiendo en la actualidad en forma lobys o clubes selectos e inalcanzables.
La música es otro de los aliados con los que ha contado Pimenta, en este caso seleccionada y adaptada por Ignacio García, el director del certamen encajero, que concibió partiendo de diferentes texturas sonoras mediterráneas, desde la ópera lírica, sobre todo en fragmentos relacionados con la desigualdad a la mujer, como el Addio del passato de Verdi o el Canto di carcerato, muy propio de la mafia del sur de Italia, con el que comienza el espectáculo, hasta algunos pasajes del Vals de la Suite Masquerade.
El espectáculo cuenta con escenografía de Mónica Teijeiro, con un elenco de trece actores (cuatro del coro y coreografías) y un vestuario elegante e identificativo de cada, a veces con una vestimenta militar más actual en el caso del ejército que está envuelto en los enfrentamientos intestinos de las ciudades estado de la época.
En conjunto son dos horas de teatro, en el que la palabra en verso tiene mucha importancia, centrada en las leyes del honor y la fidelidad, y en la que trasciende la valentía de las mujeres a pesar de la discriminación que sufren. Grandes los soliloquios de Joaquín Notario como Duque de Ferrara, Beatriz Argüello como Casandra y Rafa Castejón como Federico. Tres momentos en los que el amor, el dolor y la venzanga se desgarran, tal y como cada ser humano expresa en los momentos más extremos.