Uno de los artistas españoles que más devoción suscitan entre públicos de todas las edades es, sin lugar a dudas, Joaquín Sabina. Un letrista excepcional que siempre se ha acompañado de unos músicos excelentes para pelear contra la perplejidad, para que no le dejen vacunarse contra el azar, para que lo despeine el vientecillo de la libertad y, por muchas más razones, para hacer eterno cada uno de sus versos.
Mara Barros, Pancho Varona (“Panchito, Panchito”, como lo llama todo el que tiene un mínimo de confianza con él) y Antonio García de Diego llevaron el pasado 11 de julio a Daimiel su espectáculo La noche sabinera, un concierto en el que presentan una selección personal de las canciones que comparten con Sabina.
En el repertorio entraron canciones de esas que todo el auditorio espera con inquietud, esas que se esconden bajo el mantra de “a ver si tocan las viejas” que se repite al compás de codazos al de al lado. “A la orilla de la chimenea”, “Una de romanos”, “Corre, dijo la tortuga” o “Peor para el sol” fueron recibidas con la melancolía de un público compuesto por personas que han encanecido entre sus estrofas, y por otras, más jóvenes, que disfrutan esas estrofas como de un vino añejo.
También presentaron los grandes clásicos. Si antes hablábamos de “las viejas”, ahora hablamos de “las que tocan sí o sí”, aquellas que no pueden faltar nunca en una conversación en la que se hable de las canciones más universales de Sabina: “Y sin embargo”, “Cerrado por derribo”, “Tan joven y tan viejo” y, como no (¡cómo no!), “Calle melancolía”.
Homenajes para los sabineros practicantes
La velada estuvo salpicada de homenajes por parte de los músicos a diferentes personas. La banda, completamente agradecida a los fieles, dedicó la práctica totalidad de las canciones a seguidores que por redes lo habían solicitado y a los miembros del equipo técnico. Además, hubo una sorpresa para una pareja local que iba a celebrar su boda en breves: les dedicaron “Contigo” y les obsequiaron con un ramo de flores.
Al final del concierto, se abrió un turno para que aquellos que lo deseasen acompañasen a la banda en la canción que escogiesen. Fueron tres los que, resueltos y seguros, se lanzaron a cantar. Para acabar, entregaron el característico bombín firmado a uno de los que se atrevieron a cantar.
A los allí presentes les sobrarían los motivos para repetir.