Dibujos, óleos, litografías y objetos personales conforman la muestra qie recorre más de medio siglo de la evolución artística de la autora que, precisamente, el martes 18 de febrero cumple 95 años.
El personalísimo estilo de Gloria Merino, inscrito en el realismo expresionista español, fusiona técnicas académicas, influencias cubistas y un uso del color cercano al fauvismo. La muestra, tal y como se refleja en el folleto explicativo de la propuesta expositiva, rinde homenaje a una de las figuras más importantes del arte manchego y español del siglo XX, de reconocida trayectoria internacional.

Gloria Merino nació el 18 de febrero de 1930 en Jaén, aunque desde muy pequeña se instaló con su familia en Malagón, donde se inspiró y enamoró de esta tierra manchega, que marcó profundamente su obra. Criada en un entorno familiar amante de la música, el teatro y el arte, destacó desde niña por su talento en el dibujo, siendo considerada una niña prodigio del arte.
A los 17 años, recibió una Beca Nacional para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde obtuvo importantes premios en Dibujo y en Pintura. Posteriormente, amplió su formación en Ilustración y Pintura Mural, con Sáez de Tejada y Ramón Estolz
La exposición destaca su profunda observación del paisaje rural manchego y su gente, capturando su esencia. Su arte invita a sumergirse en una época significativa de la vida española, convirtiendo la realidad manchega en un símbolo universal que trasciende el tiempo y el espacio.
A lo largo de su carrera obtuvo numerosas becas que le permitieron viajar por Europa y América destacando la ‘Beca de la Fundación Rodríguez Acosta’ en 1957 para recorrer Francia, Bélgica y Holanda, y la Beca ‘Conde de Cartagena’ en 1961-63, que la llevó a estudiar Litografía en la Escuela Superior de Bellas Artes de París.
Entre sus premios más destacados, se encuentran la Medalla de Oro del Gran Prix en Versalles (1961), la Medalla de la Villa de París en el Salón Internacional Femenino (1962), así como diversas distinciones en España, como la 2.ª Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Barcelona (1960), la Medalla de Plata del Ateneo de Sevilla (1970) y el Premio y Medalla de Oro en la Exposición Nacional de Valdepeñas (1975).
Sus obras están presentes en prestigiosos museos de todo el mundo como el Museo Nacional de Arte Contemporáneo, el Museo Reina Sofía de Madrid y el Museo de la Hispanic Society of America en Nueva York. Su legado artístico fue recientemente honrado con la creación del Museo Gloria Merino en su pueblo, Malagón.
Reconocida en múltiples ocasiones, es miembro de importantes instituciones, como la ‘L’Union des Femmes Peintres et Sculpteurs de Paris’ desde 1963, consejera del Instituto de Estudios Manchegos desde 1971, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 1985. En su honor, Malagón le dedicó una calle en 1977 y creó un concurso nacional de pintura con su nombre en 2002. En 2021 recibió el premio ‘Mujeres Imprescindibles’ del Gobierno de Castilla-La Mancha. La crítica y el público han elogiado ampliamente su obra, que se distingue por su maestría en el dibujo y el color, así como por un estilo único y profundamente personal.
Además de su destacada carrera pictórica, Gloria Merino brilló en el ámbito de la música clásica como soprano, obteniendo la Medalla de Plata ‘Camarote Granados’ en 1973 y ofreciendo un recital en el Spanish Institute de Nueva York en 1980.
Pintura del entorno vivido
“Gloria Merino capta la realidad más próxima y al ritmo de su corazón late su arte y pinta todo lo que le rodea; ha sido una gran observadora del ambiente rural y sus gentes, plasmados por su paleta en una transposición fidedigna de la realidad, objetos cotidianos que nos hablan del estilo de vida de una época en España logrando que el observador identifique sin esfuerzo, aprehendiendo y asintiendo la realidad”, se indica en el folleto.
Fascinada por conocer raíces y tradiciones, actúa como cronista o notaria de la historia cotidiana de la Mancha. Gloria Merino “ha pintado las gentes de pueblos, campos, llanuras y rincones olvidados, auténticamente manchegos. Y el trabajo diario, las preocupaciones y emociones de la gente de su época…la vida, en suma, en todas sus facetas. Un mundo vital pero austero, áspero y sobrio, donde no caben las debilidades y sus gentes saben que han de ganarse el día a día con esfuerzo y con dureza, pero con un equilibrio y una capacidad que les permite encontrar la felicidad disfrutando con las pequeñas cosas”, se especifica en la presentación de la muestra comisariada por Ana María Fernández Rivero.
El ser humano siempre ocupa el centro, capta su alma y al detalle el aspecto físico, las expresiones de esas caras manchegas entre el desencanto y la esperanza, y en sus tareas cotidianas. A los innumerables personajes, recios, campesinos nacidos por y para la tierra, dentro de sus ropas negras, grises o pardas, descoloridas y quemadas -como sus carnes– por el sol. Sólo los niños proporcionan un respiro refrescante y feliz al sobrio conjunto humano.
Paisajes amados
“… aunque nací en Andalucía (Jaén), muy pronto me encontré bajo la luz violenta cortante del paisaje manchego, que impone unos contornos rotundos y concretos, y que corta en agudas aristas los blancos de cal de sus casas. La gama múltiple de los tonos rojos en sus tierras, del bermellón al carmín, a veces violentos, que alternan con amarillos de mies en verano, y diferentes verdes en primavera, con matices bien diversos- entre olivares y viñedos…”, indicó la propia Merino.
Los espacios abiertos de las dos Castillas, fueron el objetivo elegido por nuestra artista, por su grandiosa y enorme soledad y su variadísimo conjunto cromático. Testimonio de la belleza de su tierra y constancia de la superior peculiaridad de sus gentes, en sus obras enfatiza de manera magistral, las escenas rurales de Malagón, el trabajo de campo y las calles con sus casas de encalados muros y los niños que juegan, los jubilados y sus viejucas cosiendo o, sencillamente, a la puerta de sus casas, consumiendo el ocio en la eterna charla paciente y apacible.
Pintura universal
“Considero importante realizar un arte transmisible, culto pero sencillo, que consiga conectar con el pueblo, producir emociones, orientado a despertar la sensibilidad y enriquecer el espíritu del que lo contempla, (no importa de qué condición social) e iniciarlo en la apreciación de la belleza artística. Que sea, en una palabra, el vehículo que estimule el espíritu de los pueblos hacia una mayor comprensión entre sí”, apuntó Merino.