La arpista Sara Águeda peinó el aire y, con los versos recitados por María José Alfonso, transportó en el Palacio de los Oviedo al Siglo de Oro con un espectáculo sencillo, conceptual y de exquisita sensibilidad. Ese aire que se condensa y a media tarde se podría cortar como una tarta, lo desenredó en las noches del viernes y sábado con la grácil habilidad de sus dedos para interpretar con el arpa de dos órdenes significativas composiciones que describen personajes, elementos o situaciones características de las obras teatrales del período áureo.
Mediante una sutileza cargada de emoción, así como de virtuosismo, la arpista mostró la inquieta expectación de la apertura, describió la figura del padre y la madre, la ilusión y desasosiego del viaje y la belleza de la mirada, con la atenta colaboración de Alfonso evidenciando en escena el contenido del pasaje sonoro y recitando fragmentos de la dramaturgia hispana de la época. De una blanca sábana tendida al fondo del escenario, emergieron con proyecciones elementos vegetales para recrear la frescura y fecunda libertad de la pradera y se sucedieron composiciones que transmitieron desde la desconsolada soledad y el luminoso amor capaz de las más difíciles empresas, hasta la cautivadora magia de las armonías del hechizo, la alegría y dinamismo del juego y el dinero y el revés del encantamiento para fraguar el engaño.
La anciana, con la sábana sobre la cabeza de Alfonso como si fuera un velo; la picardía y diversión de la doncella; y la gentileza y romanticismo de la dama también aparecieron, entre otros personajes y sentimientos, en un recital de trayectos tenues, suaves y de dulzura infinita, otros vibrantes, complejos y vertiginosos, a veces próximos al carácter pasional de la guitarra, en otras ocasiones de una sonoridad más intrincada e incluso los hubo con una pulsión rítmica incitadora del baile más primigenio.
Alfonso llenó de vida, con serena y profunda alma, los versos de cada concepto; y Águeda, como los arpistas del Siglo de Oro que solían tener papeles de actores secundarios, colaboró en la escenificación explicativa de los pasajes e interpretó con una magnífica voz varias canciones. El recorrido culminó en una folía con fragmentos emocionalmente diversos para que el espectador pusiera su final deseado al tránsito por el teatro áureo a través del arpa, instrumento ‘rey’ de la época tanto en los escenarios como en la iglesias. Al desenlace llegó el aplauso del público que animó a un alegre bis cantado por Águeda acompañada en los coros por Alfonso.