La desazón del prisionero, la del enamorado, el desatino del vil comportamiento machista, la reivindicación de la mujer para con sus emociones y desarrollo personal, la desinhibida inclinación al placer tanto en ellos como ellas, la desintegración en ‘Polvo enamorado’ y la transcendencia a la plenitud fueron algunas de las escalas en el dichoso recorrido poético que transitó por las cumbres de la producción áurea el actor madrileño Alberto San Juan que, consciente de los rigores climatológicos de Castilla, no obvió la contundencia del calor manchego.
Más que arropado en el Corral de Comedias, alentado por los ritmos a las seis cuerdas del músico y compositor argentino Fernando Egozcue, que envolvió con melodías los textos y refrescó entre fragmentos la hondura e intensidad de los poemas, el actor se desdobló para hacer de Don Juan y Don Luis, jactándose de su villanía y midiendo cuál había cometido más tropelías y agravios a las mujeres. Tomó el testigo Sor Juana Inés de la Cruz que reprobó las necias acusaciones de los hombres y exhibió brillantez para mostrar su natural pasión por el conocimiento, y llegaron la zozobra del reo entre la vida y el sueño con Segismundo y el huracán de emociones a veces completamente contrarias de ‘Esto es amor’ de Lope, de quien también echó mano para con energía mostrar la desorientada y confusa pasión de ‘…sin mí, sin vos y sin Dios…’ de ‘El castigo sin venganza’.
Le recomendó este último texto uno de los grandes del teatro, Emilio Gutiérrez Caba, para este paseo por unas obras que en una entrevista, ante su sorpresa, las calificaron como los ‘hits’ del Siglo de Oro y cuyo gozoso recorrido no descuidó emocionarse con ‘Entréme donde no supe’ de San Juan de la Cruz, el ‘Amor constante, más allá de la muerte’ de Quevedo y ‘Déjame en paz, amor tirano’ de Góngora, enlazada su recitación con la interpretación de la canción de Paco Ibáñez.
A su padre Máximo, dibujante de El País, citó en un par de ocasiones durante el espectáculo, una de ellas para recordar su gusto por el Cantar de los Cantares, admiración compartida por Santa Teresa de Jesús, con quien terminó el recital con el ardor y vehemencia del sublime ‘Muero porque no muero’.