‘¡Uy!, no me entero de nada’, parece decir Finea en todo momento, rebelde como tonta del bote ante unas enseñanzas impuestas que no le motivan en absoluto. Si las notas y las corcheas de sus clases de música o los diferentes pasos y giros en las de la danza le parecen ininteligibles cuestiones y caprichos académicos de otro planeta, en cambio le apasiona algo tan natural y cotidiano como el parto de una gata y pone en entredicho que quieran casarle con un pretendiente del que le envían un póster de su busto, a través de la revista ‘Gola!’, con lo que no sabe si acaso le falten las piernas.
Absorta ante algo que no llega a asumir como comprensible como un casamiento concertado, no para de parecer imbécil ante lo estúpido del compromiso, rondando su bobería entre el papel de mema que popularizó Lina Morgan con sus pies medio vueltos, en su caso las muñecas, y la pijería superlativa, como viviendo en un globo muy lejos de la tediosa gravedad de la realidad, a lo Tamara Falcó.
Pero Tamara no tiene un pelo de boba, como tampoco lo tenía Marilyn Monroe aunque cultivara el papel de ingenua desconcertada y mucho menos Finea que, en cuanto prueba el bocado del amor, se le abren las puertas de todos los ingenios hasta el punto de que quienes huían de ella por mentecata o, aunque dulce, bestia atolondrada quedan a los pies de su entendimiento.

Todo ello ocurre en la adaptación del clásico de Lope de Vega que el fin de semana representó en el Corral de Comedias de Almagro, con ovación del público, la Fundación Siglo de Oro, bajo la dirección de Rodrigo Arribas, que propuso un montaje muy coral y musical, con instrumentos tocados por los intérpretes como viola, acordeón y jaranas, tendiendo puentes desde el verso de Lope hasta el espectador actual.
Sin llegar al extremo de “tarzanizar” a Finea, que por otra parte no deja de ser una Segismunda ante el abismo de la incomprensión, en su desocialización está la clave de la forma de comportarse de este personaje perfectamente reconocible en la sociedad actual, donde “hay personas que, por ejemplo, por su clase social o poder económico viven bastante ajenas a lo que pasa a su alrededor”. Encarnada por Macarena Molina, que aunque desafina de forma irritante en las clases impuestas de música luego cautiva e incluso fascina con su voz al cantar, Finea parte de la base de una tremenda inocencia, feliz en su ignorancia, y, a la postre, termina volviendo bobos a los demás en cuanto entra en juego el ‘milagroso’ amor, que no sólo despierta los sentidos y sentimientos que tenía adormecidos la joven, sino que también transforma a su alrededor como el amor fraternal entre hermanas o el de entre padre e hijas.

“Todos de alguna manera se ven influenciados y ese amor les transforma y les hace mejores”, expone el director de un montaje con un elenco estable que lleva trabajando un año seguido con esta producción que ha estado en Londres y ahora viaja a Nueva York y Washington y que a su vez, está al servicio del proyecto que la Fundación Siglo de Oro tiene en Madrid, donde han construido una réplica de un corral de comedias del siglo XVII en Madrid Río y ahora están con la instalación de un Corral en el exterior, “más inspirado en el Corral de Almagro y utilizando planimetría también del Corral del Príncipe para 400 personas con gastronomía”.
Manuela Morales como una Nise que va desde su erudita discreción dejando paso a las emociones, Gabriel de Mulder como el materialista rompecorazones Laurencio, Martín Puñal como el tan efervescente como ‘hecho un lío’ pretendiente Liseo y Ángel Ramón Jiménez como el denodado, y a la vez desnortado ante tantos cambios de rumbo, padre de las jóvenes forman parte de un eficaz y compactado elenco, completado por Sheyla Niño como la cómplice sirviente Celia y José Juan Sevilla como el romántico y críptico caballero Duardo.